Betina, como la conocen todos, lleva casi una vida en la ex Casa Cuna, donde es enfermera. Antiguo orfanato de chicos abandonados, el gran caserón de más de un siglo es, para ella y sus compañeras, “nuestra segunda casa”. En esta segunda casa, antes regenteada por una congregación de monjas, sobran las historias. Siempre de noche. Siempre mujeres
La monja sin cabeza o, en su defecto, con el sombrero amplio propio de la congregación, es figura repetida. “Yo no la he visto”, dice Betina. Pero aclara que ha tenido otras experiencias. “Yo la vi de atrás patente, era ella”, dice, ojos grandes, gesto de sorpresa. “Ella murió en una cesárea, tuvo una agonía larga. A los 5 meses, estaba en la guardia, y la vi, la gordita que caminaba así, era ella. Me quedé paralizada. Era la Marta, enfermera de acá. Y después la volví a ver en el balcón de arriba. Era muy querida en el Hospital. Era ella, caminaba con su guardapolvo”. Era ella. ¿Quién duda de que era ella?
Recuerda otra noche, al momento de irse, cuando las enfermeras que se retiran. Una mujer vestida de negro sentada en la escalera que va a la azotea de la ex Casa Cuna, llorando desconsoladamente. Una mujer toda vestida de negro. Llorando. Ellas lloran porque la muerte es de llorar. Y es de negro. “Las chicas se iban –dice Betina refiriéndose a las enfermeras-, así que bajaron y le avisaron al portero, don Bravo, el encargado de la noche”.
_ Don Bravo –dijeron las enfermeras, ellas, unas cuantas-, don Bravo, vaya a la escalerita aquella, la que va a la azotea. Hay una mujer -dijeron las enfermeras-. Una mujer de negro que está llorando, pobre. Llora la mujer y es muy tarde.
Cuando don Bravo fue, la materia ya no era tal.
_ ¿Se acostumbran a estas cosas?
_ Son cosas que pasan, y no es que me acostumbre. Una vez le preguntamos al padre Gorosito, que estaba acá, y nos dijo: no tengan miedo cuando pasen estas cosas, recen.
La muerte. Que es amante. Que es mujer. Siempre mujer.
*
Miguel, el médico con más años en el ex Hospital Ferroviario, sabe que está acá, en estas líneas, para romper algún mito. Y cuenta de la habitación 701, aquel dormitorio en el que durante años durmió el Bocha –el Bocha es un hombre-. Durmió durante años hasta que, pobre Bocha, se murió un viernes. La muerte de viernes. Y en la habitación 701. “Y de allí en más, todos los viernes se sentían ruidos en su propia habitación, se movían cosas”, cuenta Miguel. ‘Son las cosas del Bocha las que se mueven’, decían en los pasillos del viejo Ferroviario, hoy San Roque. Fueron dos meses, todos los viernes, todos los ruidos. Un día, el silencio -continuará-.
Y cuenta Miguel, también, del camillero que, aquella mañana, comenzó a correr. Corría. Corría sin parar por los pasillos del Ferroviario. Loco, despavorido, él corría. No lo podían parar. Él no quería parar. Corría y no era por deporte. Le habían pedido que buscara a un sujeto fuera de sí. Pero aquel rostro, desfigurado, la nada misma, esa actitud, le valieron el temor mayor de su vida de camillero. Y corría y corría.
Dijimos: Miguel viene a romper nuestros mitos.
Lo del Bocha duró dos meses. Porque dos meses duró la estadía del residente que, sabiendo cómo venía la mano, los viernes, encanutado, se metía en la 107 y colgaba cosas de la ventana para que hicieran ruido.
Sobre el camillero que corría asustado, hubo que decirle cuando sus piernas no dieron más:
_ Che otario, eso que viste es el doctor que se trajo una máscara de Miami.
Miguel vino a romper nuestros mitos y habló de hombres.
Ella sigue siendo mujer. Y amante. Como las moscas.
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Las historias, en muchos casos, se repiten. Como la de la mosca: Aparece una mosca, se para en la cama 5. Se muere el de la cama 5. “No conozco si hay proceso previo en el que el cuerpo empieza a producir olores. Lo de la mosca es fatal. Yo lo asocio a que tiene una percepción que nosotros no tenemos”, dice un docto.
“La mosca es el insecto más oportunista, detecta todo esto. Se puede explicar –dice la Dra. SM, del ex San Roque- desde el punto de vista físico”. Miguel, del Ferroviario, suma: “Lo de la mosca es cierto. Lo que no se sabe es si el paciente atrae la mosca porque se está por morir o no la puede espantar porque ya no se puede mover…”.
La mosca es ella. Ella. No podía ser un mosquito.