Córdoba volverá a vivir hoy otra jornada para el recuerdo con el estreno simultáneo de cuatro películas locales en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, entre las que se encuentra “Todas las pistas fueron falsas” (Argentina), esperado debut del crítico y director cordobés Alejandro Cozza (también productor, guionista, docente y programador del propio espacio municipal), máximo referente y formador varias generaciones cinéfilas desde su célebre videoclub Séptimo Arte, pese a su corta edad.
Especie de ajuste con los sueños perdidos de su propia generación, retrato suburbano de la bohemia cordobesa con cierto espíritu punk, el filme relata la vida de un alter ego oscuro del propio Cozza llamado Fernando (interpretado por Rafael Rodríguez), cuyo trajín cotidiano refleja la noche de la ciudad: borracheras, encuentros amorosos insignificantes, fiestas y algún que otro vínculo endeble sostienen una trama teñida por una nostalgia indecible que se construye desde grandes actuaciones y la fotografía. “Un hombre de mediana edad, recién separado, quiere dedicarse a escribir, pero redunda entre trabajos ocasionales y salidas nocturnas que siempre se extienden más de lo deseado y no con las mejores consecuencias. El nihilismo lo inunda mientras intenta acercarse sentimentalmente, y con poca fortuna, a una mujer de la que siempre estuvo enamorado. Cuando ella lo invite a realizar un viaje a un país vecino un nuevo panorama se abrirá frente a él”, informa la sinopsis del filme.
Basada en la novela de Dante G. Duero “En el vientre de Levyathan”, amigo del propio Cozza, “Todas las pistas…” se trata en realidad de una película a contramano de las expectativas, como reconoce el propio director, quien celebra cierta incomodidad que puede producir el filme y afirma que “conozco las mañas de la crítica, sé cómo se hacen las cosas, lo que se quiere ver en los festivales y al hacer la película traté lo más que pude de salirme de esas mañas porque sentía que no estaba creando algo autónomo: tenía que correrme de esos lugares para ser auténtico, aunque saliese algo distinto, sentía que me vibraba realizar otra cosa por fuera de mis ideas preconcebidas sobre cine”. “Lo que la película y el libro tienen en común es un espíritu de retrato de cierta bohemia nihilista, frustrada, que gira en falso sobre sí misma, un poco patética tal vez. Con Dante compartimos una mirada desencantada sobre ciertos aspectos de la edad y de la propia cultura cordobesa, y eso es lo que quisimos transmitir en el filme”, completa el director en diálogo con HDC.
HDC: ¿Cómo fue el proceso creativo de la película?
Alejandro Cozza (AC): Si bien me dio mucha libertad para adaptar su libro, Dante participó casi a la par en el proceso de adaptación, algo que me gustó mucho porque siempre rescatamos una misma idea a la hora de pensarla: que lo más interesante no era seguir el texto en sí sino el espíritu que transmitía. Un espíritu que tiene que ver con cierto retrato generacional que estaba en la novela, con una serie de personajes boyando a la deriva pero sin que hubiera una narrativa clara ni un arco concluyente. El retrato de una época de Córdoba a través de un grupito de amigos y amigas que hablan de cultura, de cine y literatura con eje en un escritor que no puede escribir.
A la vez, yo quería romper un poco el mandato de naturalismo que se impone en el registro de este tipo de películas: quería que también fuese una comedia y, en ese código, que los actores casi que “actuaran de más”. Jugar al juego de que estamos actuando en un terreno más clásico que en un terreno naturalista, donde de golpe pueden hacer de sí mismos. Entonces, la película responde a esas ideas: buscar ese naturalismo del registro pero forzarlo al mismo tiempo, expandiendo sus límites. Al traspasar esos códigos, pasa lo que está en las imágenes: se desmadra un poco todo, se va de registro, se va de tono, en pos de encontrar una comedia por momentos alocada, por momentos agridulce, por momentos decadente, con personajes que están en un límite generacional medio raro.
HDC: ¿Cómo explicarías al protagonista de la película?
AL: Yo me quería responder muchas dudas que tengo con mi propia generación, que somos quienes hemos sido adolescentes a fines de los ’80 y principios de los ’90, que no nos comimos el viaje pequeño burgués ni el viaje neoliberal. Quienes supuestamente éramos más que eso, teníamos otras inquietudes, éramos más inteligentes: no te digo que íbamos a fundar una nueva sociedad pero al menos no íbamos a repetir los errores de nuestros viejos, generacionalmente hablando. Pero fueron pasando los años y nos dimos cuenta que no hicimos una mierda por incapacidad, cobardía o lo que fuese, lo único que hicimos fue repetir toda la vida un gesto de rebeldía medio quejoso, ombliguista, egocéntrico. Entonces, claro que soy crítico con unos personajes que, ahora puedo entender, también soy yo y mi grupo de amigos, incluso desde el punto de vista de la masculinidad falocéntrica donde de golpe crees que las relaciones y el amor giran en torno a lo masculino.
HDC: La película es entonces un cierto ajuste de cuentas con tu generación…
AL: Tal cual, pero un ajuste de cuentas que se construyó sobre la marcha y del cual no estoy seguro aún hoy. Yo entendí que tenía que filmar la película desde un lugar muy abierto, casi como si fuera un ojo espía, a veces medio voyeurístico, sobre esa generación. Al mismo tiempo, sabía que yo tenía mis propias ideas preconcebidas porque me gusta pensar la cultura en términos generacionales: todos tenemos una serie de referencias simbólicas que determinan usos y costumbres que también marcan a mi grupo de amigos y mis relaciones. Entonces, no podía evitar tomar una distancia para ver todo esto y ser crítico, enojarme y darme cuenta que a veces puede ser patético, otras divertido e incluso a veces inteligente. Pero al momento de rodar, cuando estaba filmando, tenía que estar más abierto a encontrarme en situación y verla. Dejar que el guion se reescribiera durante el rodaje, en el trabajo con actores que, por casualidad o no, terminaron siendo casi los mismos personajes que en la vida real. Entonces, se generó una energía propia en donde los momentos te iban devolviendo algo todo el tiempo que para mí tenía mucho presente, que estaba fuera de mi control. La principal regla de la película era no controlar mucho, que nos abramos a la experiencia del rodaje y ver cómo se ponían en juego las ideas que yo tenía sobre esa generación.
HDC: Al mismo tiempo, intentaste vaciar a la película de tus referentes cinematográficos…
AL: No quería hacer una película cinéfila, no podía ir a lo Tarantino llenándola con mil y un detallitos para que solamente el cinéfilo entienda un código de pertenencia. Sentía que esa ñoñada no me la podía permitir, pese a que soy un ñoño, porque no iba a ser honesto, no iba a ser real. A mí me interesaba otra cosa en la película, no mi ñoñada cinéfila. Mi búsqueda pasaba por captar cierta vitalidad del momento que se formaba con ese grupo de personaje. Y dejar que eso guiara un poco la cosa, pese a que existía un guion.
Filmada en la ciudad de Córdoba, la película presenta varios espacios conocidos de Nueva Córdoba y la Ciudad Universitaria, la mayoría de ellos salpicados por distintos tipos de expresiones artísticas, a veces con momentos de tono alucinatorio, otros hasta ridículos. “Sentía que ese universo cultural era el mismo que me rodeaba a mí, esa charla del cine, de literatura, de arte en general, las cuales a veces no van a ningún lado, son delirantes, pero es esa cierta bohemia cordobesa, tan propia de esa generación, lo que yo quería transmitir”, explica el director.
HDC: ¿Cómo filmaste la noche cordobesa?
AL: Acá me pasó algo que tiene que ver con la novela original, porque Dante hace algo muy interesante. Si bien entiende que está narrando a esa generación de los ‘80/´90 que se nucleaba alrededor del X-Bar, al mismo tiempo le cambia el nombre a todo e inventa una Macondo, donde hace jugar a sus personajes. Pero uno sabe que esa ciudad es Córdoba, no puede evitar esa referencia local. Entonces, yo quería hacer algo parecido: que los lugares sean los espacios emblemáticos del centro de la ciudad pero que al mismo tiempo sean otra cosa, una Macondo por decir algo. Si lo resolví, no sé, capaz que no está muy claro porque el cine te devuelve la ciudad permanentemente, no tenés la libertad que existe en la literatura para inventar la realidad. Cuando ponés una cámara frente al X-Bar, para un cordobés es el X-Bar.
Sin un ápice de autobombo, Cozza define a su película como “difícil” y “un poco frustrante”, aunque en sus imagines también exhibe un claro amor por sus criaturas de ficción. “Por un lado, el personaje principal es bastante odioso. Pero además, me tengo que hacer cargo de mi posición: si bien busco tomar distancia de mi generación para verla con una mirada crítica, al mismo tiempo sentía que si hacía sólo eso no era honesto. Tenía que acercarme fuertemente a los personajes y quererlos. La cámara los filma con mucha cercanía, con cariño, hasta que de golpe se va a un plano general y los filma a la distancia. Tenía que hacerme cargo de mi lugar como director. Porque uno de los mandatos de la cinefilia es la idea de que el director tiene que tomar una distancia de sus personajes, para poder ver todo el contexto. Y yo no estoy seguro de eso: ¿Por qué un director no puede poner las patas en el barro junto a sus personajes? ¿Eso qué significa? ¿Qué si mi personaje hace algo miserable, yo también soy miserable por embarrarme junto a él? Esa pregunta la tengo todo el tiempo. Hay una cinefilia que busca que esa pregunta sea resuelta, que haya un director lo suficientemente inteligente como para resolver ese dilema moral. Por ejemplo, yo siento que las películas que se buscan en festivales y que agradan, son películas donde el director es impoluto, no se mancha. Tiene la distancia suficiente con sus personajes para ver el mundo desde una altura moralmente intachable. Pero como director yo no puedo jugar esa regla, no puedo hacer lo mismo, aunque capaz sí lo puedo hacer como crítico. Aquí sentía que no era honesto conmigo si yo no me embarraba también y abrazaba un poco a ese personaje principal que es un poco patético y hasta tóxico, pero también tiene otras virtudes porque yo aposté por un cierto humanismo en la película en vez de ir por la corrección política.
HDC: La música tiene también un espacio central en el filme…
AL: Para mí la música tenía que contar un poco el guion que yo no estaba escribiendo, sin ser muy evidente. Es decir, el guion de la película es la música porque las canciones elegidas cuentan un poco la película por fuera de la película. Para mí, el guion es el playlist de canciones más que la película en sí misma, porque ayudan a completar lo que yo no quería decir en el guion. Todo eso lo busqué en un conjunto de bandas cordobesas, que gentilmente me prestaron sus canciones, aunque hay un tema principal de una banda española, Honor Society, que también me prestó la canción y quedó como la clave de toda la película. Y después hay algo en Chinoy que me gusta mucho, que me resulta absolutamente hipnótico por más que sus letras sean muy crípticas, por lo que entendí que era exacto para el final. Si hay algo que disfruté y de lo que me siento orgulloso finalmente es más de las canciones que de las imágenes.
HDC: La película tiene cierta dimensión política, que se explicita con una referencia al golpe del ’55, que funciona como antecedente de los personajes
AL: Claro, es una anécdota real del Rafa Rodríguez que decidí incluir porque, entre las críticas que tengo a mi generación, está la de lo apolítico que hemos sido. Muy tarde nos dimos cuenta de la importancia de jugar un rol político, ya después de los 2000, cuando teníamos más de 30 años. No éramos unos militantes de 18 años. Yo creo que las generaciones militantes vinieron después o nosotros nos sumamos después, tardíamente. Entonces, yo creo que ahí estamos perdiendo aceite también: de golpe somos adultos y queremos jugar a ser políticos y estamos a destiempo, no entendemos un choto. Para mí, el personaje principal también es apolítico, no así el personaje de Dora (Spollansky), que lo ubica todo el tiempo, le marca los puntos sobre las íes, no lo deja ser un llorón, no lo deja ser el perdedor adorable que quiere ser. Es la que le hace ver la realidad. Casi hay una inversión de roles de la tradicional “guerra de los sexos” en la película, donde la mujer es la decidida, la pragmática, la que lleva la relación adelante. Si estamos viendo a una generación que es apolítica, si estamos viendo que es muy masculina, que milita en el progresismo pero reproduce todo el tiempo los micromachismos, entonces eso tenía que estar en el personaje.
HDC: Finalmente, también es una película sobre los placeres…
AL: Efectivamente, porque también creo que es lo único que nos ha quedado, lo único que podemos disfrutar como generación tiene que ver con los pequeños placeres de disfrutar una birra a la noche con los amigos ¡No nos pueden quitar eso!
“Todas las pistas fueron falsas” tendrá su estreno exclusivo en el Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv San Juan 49) hoy a las 18, aunque continuará en cartelera hasta el miércoles 23.