Julio es el mes de Frida Kahlo porque nació un 6 de julio de 1907 y murió muy joven, un 13 de julio, pero de 1954. Emblema indiscutido del arte latinoamericano, con una potente y precursora carga feminista, sólo realizó 150 obras en su mayoría atravesadas por sus vivencias, dolencias, y querencias. Si las religiones fueran un sistema justo, Frida Kahlo debería ser además de profeta, una Santa. Es difícil encontrar otra mujer que haya alcanzado la condición de ícono, y simultáneamente aportar a la esperanza, el asombro y la espiritualidad en los últimos dos siglos. Incluyendo, claro, controversias.
Vida y obras
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, nació un día de sol pleno en Coyoacán donde también pasó a la encandilada eternidad. De niña tuvo un vínculo profundo con su padre, un fotógrafo profesional, que incrementó durante su tránsito por la poliomielitis. Su vida tomó un giro particular cuando sufrió un grave accidente de tránsito (el colectivo en el que viajaba fue aplastado por un tranvía). Además de secuelas permanentes, debió someterse a operaciones y cruentos tratamientos. Fue en ese período cuando inició su camino como artista.
Otra torsión de su destino supuso la relación con Diego Rivera, su gran amor, con quien se casó dos veces. Entre ellos la electricidad creativa fluía de forma alterna porque ambos retroalimentaban la obra del otro. Además de Diego, Frida vivió un romance con León Trotsky -que de hecho murió en Coyoacán, como lo relata magistralmente Leonardo Padura en El hombre que amaba a los perros-. También tuvo un vínculo extraordinario con Chavela Vargas, el fotógrafo Nickolas Muray, el escultor Isamu Noguchi, el dibujante Josep Bartolí, Jacqueline Lamba y Alejandro Finisterre -quien además de inventar el metegol fue un miliciano republicano- entre un conjunto impreciso de creadoras y amigos.
Arte situado
Frida fue una artista de su tierra creyente en el universo de colores, texturas y aromas que le eran propios. Su vestimenta congelaba a los interlocutores, igual que sus fiestas, platos locales (moles, chiles, huazontles, y postres como el camote con piña y el de mamey), además de su favoritismo por el tequila. Envuelta en tehuanas, su persona despertaba admiración y su paso dejaba estupefacto a todos y todas: “La gente se paraba a mirarla obnubilada”, dice Edward Weston, quien la fotografió en 1930 durante su visita a San Francisco. Más de una vez, circulaba con alguna de sus mascotas como loros, monos y hasta un águila. Era una persona decidida, como lo demuestran sus últimas palabras «Espero alegre la salida y espero no volver jamás». Las vueltas de la vida: entonces no lo sabía, pero su legado no desaparecería nunca. Es que el recuerdo es una misteriosa forma de amor.
De artista comprometida a merchandising
Con un legado de carga simbólica monumental, gozó de un gran reconocimiento durante su vida en sectores como el surrealismo francés y, como correlato, el Museo Louvre adquirió en ese tiempo su autorretrato llamado “El marco”. Esta incorporación fue la primera de un artista mexicano en la gran colección francesa. Sin ser una mártir, su vida estuvo atravesada por grandes cargas de intensidad, y su entronización en el inconsciente colectivo responde a factores más complejos como la mirada femenina y latinoamericana que caracterizaron el final del siglo XX.
La mística y el fenómeno global que le corrieron desde los márgenes del arte hasta el centro del imaginario planetario llegaron cuando se resignificó su trabajo, con la consecuente expansión de su particular obra y legado personal. Ya en este siglo, la creación de la empresa estadounidense “Frida Kahlo Corporation” dedicada a gestionar los derechos de comercialización de su imagen, contribuyó con un desborde secular.
Matrimonio y rivalidad
Con una obra formal y conceptualmente poderosa, Frida es uno de los casos más emblemáticos de persona convertida en ícono -a contramano de su militancia-, a la misma altura de fenómenos que se han diluido en la cultura pop, como el Che Guevara o Jim Morrison. Vale decir que se extendió la apostasía por difusión indebida del legado, quien jamás hubiera aceptado el uso mercantilista de su identidad, convertida en souvenir.
Su mirada perdió gozo y diluyó traumas para volverse remeras, vasos térmicos, series y hasta barbies (este último caso, sumamente controvertido).
Pero eso no es todo. Volviendo a su legado artístico, hace tres años su obra “Diego y yo” (un autorretrato de la artista que presenta a ella misma con un tercer ojo que es una pequeña cabeza de Diego Rivera, también con un tercer ojo, develando la obsesión y el dolor tórrido que caracterizaban su vínculo), se convirtió en la obra de arte latinoamericana mejor valuada de la historia.
Con una inversión de 34,9 millones de dólares en la casa de subastas Sotheby’s, el coleccionista argentino Eduardo Constantini hizo esta adquisición para el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Dicho sea de paso, Constantini acaba de ser padre de una niña que se llama -no parece casual- Kahlo Constantini.
Volviendo a la condición tórrida y obsesiva de la relación marital, vaya el siguiente dato: la obra latinoamericana que dejó de ser la mejor valuada, era «Los rivales» de Diego Rivera.