Por Agustín Liotta (especial para HDC)
“Ya no se puede hacer chistes sobre nada”. “La gente está muy sensible”. Frases como éstas se escuchan desde hace varios años cuando se pone en discusión, por diferentes motivos, el cómo y el qué de los chistes de los humoristas.
Cuando estaba en pleno debate (tanto social como legislativo) la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y las conquistas feministas, se puso el ojo en qué tipo de chistes iban a contar los comediantes en los teatros durante las temporadas de verano siguientes. La crítica era válida: muchos capocómicos se dedicaron durante toda su carrera a hacer chistes sobre la vida cotidiana de los matrimonios y la estereotipación era la de la “mujer-cansadora”; y se empezó a exigirles chistes novedosos y nuevos temas sobre los que reírse.
Ahora bien, desde ese momento hasta hoy el mundo se digitalizó y pasamos a dedicarle gran parte del tiempo al consumo en las plataformas virtuales. Surgieron los streamings y el crecimiento en cantidad de “viewers” (personas que ven las transmisiones en vivo) es cada vez mayor. A partir de esa nueva realidad hay muchas preguntas para hacerse.
Los jóvenes sostenemos que tenemos otras necesidades de consumo de medios y contenidos, y en la búsqueda de esa frescura es donde a veces las figuras de los streams van de un extremo a otro; de los chistes de humor negro que rozan la discriminación –y a veces entran en terrenos sin corrección política-, a la crítica a hacia quienes tienen más años que ellos en los medios tradicionales.
Una de las primeras cosas que se enseña en las facultades de comunicación y periodismo es que frente a una cámara, micrófono o al escribir un texto para un otro se tiene una responsabilidad sobre lo que va a decirse. Ese mandato es la base de cualquier consulta o intercambio de opiniones, por más mínimo que sea, de los que suceden en una redacción. Esto nos permite ver dos cosas. Por un lado, que en los streaming de Buenos Aires siguen las mismas lógicas y tendencias que la radio y la televisión. Por el otro, que hay una diferencia etaria entre las figuras de estos productos audiovisuales, entre quienes tienen entre 30 y 50 años y los más chicos.
Vamos por parte: los canales de stream siguen las mismas lógicas del mercado de los medios tradicionales. Estos canales de YouTube que se dicen libres e independientes empezaron a hacer notar que reciben pauta publicitaria. Y en cuanto al contenido, lo que hace uno o dos años parecía novedoso y espontáneo, hoy ya tiene cara conocida y está claro que todo está premeditado, producido y preparado, al igual que las peleas entre famosos y el jurado del Bailando o los sketchs de Susana. La ingenuidad de ese formato se diluyó y ya parecen radios con toques de TV o programas de televisión con elementos de la radio.
El segundo punto: los o las conductoras de los stream que tienen más de 30 años previamente pasaron por “la escuela” de algún medio tradicional, lo que les permitió aprender lo políticamente correcto del periodismo y la comunicación. En ese grupo podemos mencionar a Diego Leuco a Andy Kusnetzoff y me animo a sumar a Alejandro Fantino con su clásico “PARÁ PARÁ PARÁ” cuando entrevista al Presidente e intenta que el entrevistado “repiense” cuando da un dato económico salido de una galera.
El grupo de los menos 30 surgió a la luz del ruido y el libertinaje de las redes sociales con pocas reglas y regulaciones. Algo atractivo, sin duda, en la adolescencia y que incluso a veces seduce a las generaciones más grandes. Claro que hasta acá me refería a periodistas y no a los cómicos.
Ahora bien, ¿con todo este panorama… qué hacemos con el humor?, ¿dónde están los comediantes?, ¿sobre qué nos reímos? Es harto conocido que la gente está cansada de los problemas y de la realidad del país; y es ahí donde los streams encuentran su caldo de cultivo. Los standuperos necesitan vender sus shows y para ello graban y viralizan pequeños momentos de sus espectáculos. Tengo que decir que considero que estos comediantes (la mayoría coetáneos míos) hacen un humor distinto, apelando a que la gente les diga de qué reírnos entre todos sin faltar el respeto. Pero esa modalidad de lanzar a las redes sociales pequeños fragmentos hace que todas las personas que están en plataformas digitales se crean graciosos cuando no lo son.
Por caso tenemos a Tomás Kirzner que en su programa de Olga hizo un chiste sobre pedofilia y en el mismo momento se burló de la búsqueda de Pepe Cibrián por ser padre. Combo explosivo. Algo similar pasó con Sergio “Tronco” Fugliuolo en Neura (stream de Fantino) cuando se rio y continuó el intento de chascarrillo de un oyente que se mofaba de una enfermedad terminal. Dos personas que cometieron el mismo error y de diferentes edades. A uno le picó el bichito del libertinaje de las redes (con el plus de ser afín al ruido libertario del presidente) y el otro cometió una negligencia propia de su edad (y de “ser el hijo de”, ¿por qué no?).
El humor tiene un único objetivo que es hacer reír y cuando eso no sucede o hiere a una persona o un colectivo hay un problema. Nadie dice que está mal dedicarse al humor negro, pero los límites de este tipo de chistes es más corto. Tampoco se pretende hacer de la corrección política una deidad. Pero como comunicadores hay que tener más cuidado.
De todas formas, estos dos ejemplos no dejan de cumplir otro objetivo: hacernos pensar en qué nos genera gracia como sociedad, sobre qué nos podemos reír y cómo, quiénes son voces autorizadas para hacer chistes, límites y regulaciones (recordemos que en internet hay un vacío legal sobre lo que se puede contar o decir que es alarmante).
Claro que hasta acá me refería a periodistas y no a los comediantes con más años que ahora se animaron a las plataformas digitales para subsistir. Es el caso de Yayo que llevó a Olga números de comedia que hizo durante años en la TV tradicional. Si a eso le sumamos que hace una semana Susana Giménez volvió a la pantalla de Telefe y Tinelli volvió a poner el “Cantando” en América (aunque eligió a Flor Peña para la conducción) los medios de comunicación volvieron a la década de los 2000.
Yayo traslada de la caja cuadrada a los smartphones los mismos chistes; Susana sigue siendo la misma distraída de siempre y Tinelli sigue sin tener ideas nuevas.
Con todo esto creo que lo novedoso de las nuevas plataformas está más explotado por quienes se dedican al periodismo estricto y no al entretenimiento. Para este tipo de contenidos hay muchas opciones, de calidad y con poco ruido que permiten que los “viewers” tengan un poco de tranquilidad sin dejar de saber qué pasa en el mundo e incluso con algunos chascarrillos que sí son graciosos, ingenuos y espontáneos como Lilita Carrió hablando de su intimidad sexual en Cenital, en una entrevista con Ernesto Tenembaum y María O’Donnell.