Sobre la escritura

Por David Voloj

Sobre la escritura

En el recreo, nos quedamos con un grupo en el aula.

-Denos más tiempo, profe. Me cuesta hacer textos largos.

-Bueno, sí. No es fácil escribir.

-Pero siempre me costó. ¿Qué puedo hacer?

La pregunta me sorprende. Es poco frecuente que, en tiempos en los que los chats de inteligencia artificial brindan soluciones rápidas y efectivas, la escritura se transforme en una preocupación estudiantil. Así que pienso un rato antes de responder.

En el ámbito escolar, las prácticas de escritura adquieren distintas formas. Durante los primeros años de primaria, por ejemplo, los y las estudiantes copian letras y oraciones del pizarrón antes de aprender a leer. Poco a poco, los trazos de tiza que forman dibujos extraños se van volviendo familiares, se empiezan a asociar con sonidos, sílabas, palabras hasta que, finalmente, esa alquimia pedagógica eclosiona en la mente y entendemos la relación entre la palabra oral y la escrita. Y descubrimos todo un mundo nuevo a través de la lectura.

No siempre ocurre al mismo tiempo, es cierto. Pero hay distintas estrategias de alfabetización para desplegar cuando la fórmula falla.

Después de esta etapa en la que escribir se reduce copiar porque sí, adquirimos autonomía. Podemos seguir un dictado, reproducir parte de los contenidos de los manuales, transcribir conceptos, secuencias históricas, memorizar fragmentos textuales que luego volcamos en el papel como respuesta a preguntas que guían el aprendizaje.

Sin embargo, la producción de textos dotados de imaginación o con una impronta biográfica, que den cuenta de nuestra percepción del mundo y nuestros propios intereses, apenas se desarrolla. El área de la lengua suele promover la escritura creativa cuando hay que inventar un cuento, un poema, o narrar un relato biográfico. Al mismo tiempo, esa misma área entabla una lucha con la sintaxis, la ortografía, los signos de puntuación.

Por supuesto que hay excepciones. Y el problema es, justamente, ese carácter excepcional que tiene la escritura creativa en las prácticas cotidianas del aula. Porque, generalmente, sólo adquiere centralidad en los momentos de evaluación, como modo de dar cuento lo aprendido.

Ahí pareciera acabar la función de la escritura.

Sin embargo, escribir puede ser (y, en realidad, es) mucho más.

El recreo termina, pero seguimos con la conversación.

-Yo escribo un diario desde los ocho años.

-Ese es un buen ejercicio.

-No, yo un diario no. ¿Puedo leer algo para aprender a escribir?

De los libros que permiten orientarnos en los procesos de escritura y se pueden articular con la dinámica escolar, “El taller de escritura creativa”, de María Teresa Andruetto y Lilia Lardone presenta diversas actividades para trabajar con la palabra escrita, sea para organizar el discurso, sea para explorar en la memoria, la percepción, los sentidos. Se trata de un libro que llegó a las escuelas cuando funcionaba el Plan Nacional de Lectura. Su lectura es ágil, invita al juego lingüístico y la recreación, al tiempo que sugiere las edades de los destinatarios y los elementos necesarios.

Antes de plantear las consignas para poner en marcha el taller, las autoras analizan las posibilidades que tiene la escritura como escenario para nuevas formas de aprendizaje. Aprender contenidos, sí, pero también problematizarlos y así aprender sobre nosotros mismos.

Construir un espacio para la escritura en las aulas conduce, al decir de las autoras, “a una valoración y una optimización de las posibilidades de los participantes, en un intenso movimiento hacia adentro, para modificar (…) lo rígido, romper lo establecido y viceversa.”

Otro texto que presenta diversas actividades de escritura es el “Cuaderno de escritura infantil y juvenil”, donde se reúnen alrededor de 70 ejercicios que dialogan con las obras de autores clásicos de la literatura. Las consignas: elaborar poemas absurdos, inventar nuevas palabras y su significado, describir espacios fabulosos o cotidianos, recrear diálogos entre animales de diferentes especies o discusiones entre padres e hijos acerca de la vestimenta para un cumpleaños.

Tras una breve semblanza de escritores como Antoine de Saint-Exupéry o J. K. Rowling, con comentarios acerca de su estilo y obras fundamentales, el libro propone diversos juegos escriturales. Entre la bitácora y la agenda, el “Cuaderno de escritura infantil y juvenil” deja hojas en blanco, con renglones y un espacio para poner la fecha, para llevar registro del propio proceso de escritura. A su vez, sirve de guía para el descubrimiento de nuevas lecturas.

Cuando pensamos en la forma en la que aprendemos algo, pensamos en la lectura. Es curioso que la escritura quede relegada a un segundo plano. Sin embargo, escribir no sólo nos permite exhibir nuestros pensamientos para alguien más, sino que les otorga un orden, una jerarquía, claridad. Al escribir, nos damos cuenta de lo que entendemos y, en particular, qué entendemos. En ese movimiento constante de la escritura a la lectura de las propias palabras, precisamos, cambiamos de parecer, aparecen nuevas ideas que hasta ese momento no teníamos.

Si reducimos las prácticas de escritura a las instancias de evaluación, se eclipsa toda función epistémica, esa que nos permite pensar al escribir. ¿Lo que escribimos en el papel es lo que queríamos expresar? ¿Puedo decirlo de otra manera? ¿Cómo?

Parece redundante, pero no lo es: la única forma de aprender a escribir es escribiendo. Lleva tiempo, requiere constancia y, sobre todo, práctica.

-¿Vos cuánto escribís por día?

-Nada. Bueno, en alguna materia, a veces, escribimos algo.

-¿Nada más?

-Mmm… ¿WhatsApp cuenta?

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