La noche pertenece a los jóvenes y a los amantes, aunque siempre exista la posibilidad de infiltrarse.
Para ir a un recital luego de determinada edad será necesario tener disponible durante unos minutos un par de sillas para sentarse y un dispenser de agua cerca. Algunos eventos serán más estáticos y otros tendrán más fuerza en su movimiento.
Dos días después del recital de Bandalos Chinos, las réplicas del sismo continuaban, todavía sonaba aquella canción y los pies se delataban con algún paso insurrecto.
Había sido un momento demasiado dichoso y el epicentro de esa noche todavía permanecía en el cuerpo de los asistentes.
Es larga la lista histórica de bandas argentinas, y lo es también la de esta última década del género indie, género que luego encamino hacia el pop. En la primera edición del Festival Satélite, del viernes pasado en Plaza de la Música, hicieron presencia grupos nuevos como “Silvestre y la Naranja”, y otros con más años de trayectoria como “Bandalos Chinos” y “Él mato a un policía motorizado”, pero es alrededor de “Bandalos Chinos” donde terminó orbitando la noche entera.
La banda, surgida hace poco más de diez años en provincia de Buenos Aires, hizo lo que hace siempre: invito a los asistentes a ser partícipes, que ellos fueran parte de su propuesta, regalar baile y risas y ofrecerle a su público una buena dosis de dopamina, la droga más difícil de conseguir.
El recital en este festival tuvo la misma energía y entrega que los shows que realizan desde hace años, cuando la influencia de la banda era menor que ahora y solo tenían en su haber algunos EP y dos discos, dos lindos discos: “En el aire” y “BACH”.
En ese intercambio de la banda con su público hay un gran valor, y eso mismo que entregaban hace años es lo mismo que hicieron ahora en Córdoba, aún en un lugar más grande, con más discos encima, con más cortes comerciales, con más giras en el exterior, una llama joven que todavía permanece y que sólo el paso del tiempo y la inagotable maquinaria de la industria un día apagarán.
El repertorio en el Festival Satélite comenzó con “Una propuesta”, una poco sutil forma de anunciar lo que sería el show, que luego retomó sus discos anteriores hasta encontrarnos con temas de sus inicios.
Algunas propuestas son fuertes y estáticas, en cambio la que ofrece “Bandalos” es un sismo, una cantidad sostenida de ondas que viajan por el espacio moviendo los objetos y las personas.
Recordé aquella noche de verano de 2021 en que un temblor sacudió el edificio en que vivía, desde el onceavo piso todo se movió, las lámparas, las ventanas y las puertas bailaban, no tenían mucho ritmo, pero se divertían. Esa noche de verano me hice algunas preguntas, todas relacionadas a la posibilidad de una muerte inoportuna, es decir, me pegué un cagazo. Y luego de unos largos segundos el temblor finalizó, pero algo de todo aquello se había quedado en nuestro cuerpo, la sensación de movimiento, de vértigo, el fenómeno continuaría en nosotros algún tiempo más.
Los recitales de “Bandalos Chinos” son también un temblor, producen un movimiento sísmico del cual es difícil escapar y en el que caen todos los objetos: los vasos vacíos, los labios que se encuentran, la soltura de los cuerpos que toman el poder. Luego el show finaliza, los asistentes vuelven a sus hogares, y aunque el sismo haya terminado todavía las sensaciones se aferran en el cuerpo.
De a poco todo eso irá desapareciendo, 48 horas después se podrá sentir suavemente las ultimas olas, y cuando haya llegado el lunes la casa volverá a estar quieta y el ritmo será el habitual: el colectivo que pasa por la avenida, las puertas del edificio que se cierran de golpe, la televisión lejana de algún vecino contiguo.
Y sospecho que, en medio de toda esa cotidianeidad, en algún rincón de nuestro vasto cuerpo habrá todavía una vibración, una hoja asentada que apenas se mueve, un vaso con agua donde se percata una breve onda circular.