Una distopía montaraz, o un fin del mundo es demasiado real 

Por David Voloj

Una distopía montaraz, o un fin del mundo es demasiado real 

“Ya no hay afuera”, de Haidu Kowski, Factotum, 2024.

 

Meses sin llover. Temperaturas por encima de los cincuenta grados. Violencia en las calles, seres queridos desaparecidos, desinformación, caos. “Ya no hay afuera”, la última novela de Haidu Kowski, construye un escenario distópico que dista muy poco de las coordenadas que rigen el presente.

El inminente apocalipsis global no llega a explicarse del todo, pero se relaciona con el cambio climático y la degradación de los vínculos sociales. En este marco, un escritor y su hija se ven obligados a huir de Buenos Aires.

¿A dónde ir? Tras un largo viaje, llegan a un pequeño pueblo del Valle de Traslasierra en donde tienen una cabaña. Aunque vivir en el monte no es para cualquiera, como reconoce el protagonista, quizás ahí sea posible mantenerse a salvo hasta que todo pase.

Es curiosa la representación de las sierras cordobesas que se ha cristalizado en el imaginario social. La inmensidad de las montañas, la transparencia de los ríos, los montes cargados de hierbas medicinales y las bondades del clima han sido configurados como escenarios fértiles para la promoción turística y la literatura. Esa imagen, de una artificialidad evidente, ha operado como una verdad casi incuestionable durante mucho tiempo, del mismo modo en que se habla de la pintoresca sencillez de los pueblos y la afable sabiduría de la gente.

“Ya no hay afuera” desarma estas representaciones con precisión. En principio, exhibe una naturaleza asolada por la sequía, en constante alerta por incendios. La escasez de agua tiene su origen en el desmonte por intereses inmobiliarios y en la tecnología empleada para hacer explotar las nubes como forma de prevención para el granizo. El protagonista menciona otras causas, teorías conspirativas que involucran a empresas mineras y hasta la NASA, aunque en última instancia poco importa. Ante este paisaje desolador, lo único cierto es que “el mundo va a quedar como una pasa de uva”.

La fauna, por su parte, se presenta hostil, en particular si se trata de insectos. La cabaña que sirve de refugio está dominada por ejércitos de hormigas que roen la madera o se meten entre la ropa y lastiman la piel. En cada rincón, asechan arañas capaces de resistir la tierra diatomea y otros insecticidas naturales. Distinguir una araña venenosa de una que no lo es resulta tan difícil como necesario para quien quiera conservar la salud y todas las partes del cuerpo.

Si adaptarse a las reglas que impone el paisaje es un desafío constante, las personas tampoco colaboran demasiado. Se muestran recelosas, desconfían de los forasteros. En la plazoleta del pueblo se reúne gente con miembros amputados (¿por picaduras de arañas?) que siguen los pasos de todo aquel que no sea conocido. Cualquier palabra fuera de lugar, cualquier error en la comunicación puede ser malinterpretado y terminar en un conflicto mayor.

Ahora bien, la novela trasciende la pintura crítica del microcosmos serrano para ahondar en el vínculo del protagonista con Hortensia, su hija. Este escritor, adicto en rehabilitación, se enfrenta a sus propios límites como padre. Porque se expone a peligros innecesarios, porque recae una y otra vez en el alcohol y otras sustancias, porque naufraga entre el caos y la paranoia sin saber cómo proteger a nadie, ni siquiera a sí mismo. Entonces desespera y le pide perdón a su hija, perdón por haberla traído a este mundo que antes no era así: “…pero en cuanto termino la frase pienso en los amigos que son hijos de desaparecidos de la dictadura militar, pienso en mis abuelos llegando con ocho y diez años a la Argentina con todos sus familiares muertos de la mano de los nazis en Europa, pienso en todas las mujeres que a la edad de mi hija ya tenían matrimonios arreglados”.

En “Ya no hay afuera”, Haidu Kowski toma distancia del vértigo narrativo de sus textos anteriores para reflexionar en torno a las relaciones filiales y el abismo generacional. En este sentido, los pasajes que ahondan en la complejidad de la paternidad le imprimen a la novela una belleza notable.

Por último, y con la misma profundidad, la novela repiensa las coordenadas de la literatura argentina. Porque en medio del desarraigo, el escritor que espera el fin del mundo se topa casi sin querer los textos literarios de una escritora local. Este descubrimiento lo invita a leer su obra desde una dicotomía inédita, que ya no es la de centro-periferia o Buenos Aires-interior, sino de división entre pampa y monte.

Con referencias a Federico Falco, Gabriela Álvarez, Selva Almada y hasta Alejandro Nicotra, entre otros y otras, Haidu Kowski da cuenta de la vitalidad de un espacio montaraz que irrumpe, con regularidad, en la poesía y la narrativa argentina. ¿Existe, entonces, algo así como un subgénero que podría denominarse literatura del monte? “Ya no hay afuera” arroja algunas respuestas y ejemplos dignos de revisar mientras se consume la vida en el planeta.

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