El fuego que sigue escribiéndose: Ángela y Lolita Torres, dos generaciones en expansión

Entre la herencia artística y una identidad propia en expansión, Ángela Torres consolida una etapa marcada por el cruce entre música y actuación, con shows que confirman una energía sostenida y un repertorio en crecimiento.

El fuego que sigue escribiéndose: Ángela y Lolita Torres, dos generaciones en expansión

Hay trayectorias que no se heredan como un legado cerrado, sino que se continúan en movimiento. Caminos que avanzan, se expanden y dialogan con su tiempo sin perder la energía original. En esa lógica puede leerse el recorrido de Ángela Torres, cuya carrera parece conversar de manera natural con la historia artística de su abuela, Lolita Torres, una de las grandes figuras del espectáculo argentino del siglo XX.

Separadas por décadas y contextos profundamente distintos, ambas comparten una pulsión expansiva que las llevó a no quedar confinadas en un solo territorio. Lolita atravesó cine, radio, teatro, televisión y música en una época en la que esos mundos rara vez se cruzaban. Ángela lo hace hoy desde un ecosistema atravesado por plataformas, redes y lenguajes híbridos, donde la actuación, la música y la comunicación digital forman parte de una misma identidad artística.

El reciente paso de Ángela como telonera de Shakira en el estadio de Vélez funcionó como una síntesis de esa continuidad. Frente a un estadio colmado que esperaba a una estrella global, sostuvo su propio universo: cantó completo su álbum No me olvides, defendió su repertorio sin atajos y se afirmó desde la presencia escénica. “Estoy muy feliz, gracias por el recibimiento”, expresó ante el público, con la naturalidad de quien entiende el escenario como un espacio conquistado.

Ese gesto dialoga con una constante en la trayectoria de Lolita Torres. Desde muy joven, ocupó espacios de enorme visibilidad sin resignar identidad, convirtiéndose en figura central del cine argentino y en una artista de proyección internacional, especialmente en la ex Unión Soviética, donde alcanzó una popularidad inusual para una intérprete latinoamericana. En ambos casos, la exposición masiva no diluyó el estilo: lo amplificó.

Otro punto de contacto es la capacidad de adaptación sin renuncia. Lolita comenzó asociada a la canción española, pero con el tiempo amplió su repertorio hacia el tango, el folklore y la música popular argentina. Ángela, por su parte, construyó una identidad pop que dialoga con lo urbano, lo latino y lo flamenco, trabajando con productores y artistas internacionales y actualizando su sonido sin perder una marca personal reconocible.

El EP La niña de fuego aparece como uno de los puentes simbólicos más claros entre ambas. Lejos de funcionar como homenaje literal, opera como una relectura contemporánea de una energía femenina intensa, autónoma y visceral. El título, tomado de una de las películas emblemáticas de Lolita, no mira hacia atrás con nostalgia, sino que proyecta hacia adelante una identidad propia.

También hay una raíz compartida en la precocidad y el oficio. Ángela creció rodeada de artistas y debutó en televisión a los 10 años en Patito Feo. Desde entonces, su recorrido por la actuación y la música fue paralelo y complementario, una doble formación que hoy se percibe con claridad en escena: cada canción tiene algo de actuación y cada gesto escénico remite a una construcción narrativa.

Más allá de las diferencias generacionales, hay una idea que atraviesa ambas trayectorias: el arte entendido como proceso en permanente expansión. Ninguna de las dos se sostuvo desde un único rol ni desde una sola imagen. Actrices, cantantes, intérpretes, figuras populares: las identidades se superponen y se enriquecen.

Ese presente artístico tuvo una nueva confirmación el sábado en Córdoba, donde Ángela Torres presentó su show en Quality Espacio. Allí, ya lejos del marco de una artista internacional, volcó con mayor amplitud el repertorio de esta etapa, sosteniendo la misma energía que había desplegado en Vélez, pero en un escenario propio. Uno de los momentos más celebrados fue la interpretación de “Que ganas de no verte nunca más”, canción que condensó el clima emocional del concierto y reafirmó una identidad que ya no está en construcción, sino en consolidación.

En estadios multitudinarios o en formatos más cercanos, Ángela Torres confirma que ese fuego creativo no se repite ni se congela. Se continúa. Se transforma. Y encuentra nuevas formas de decir lo mismo: que cuando hay impulso, trabajo y convicción, la historia sigue escribiéndose.

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