Cuando Carlos Willengton empezó su carrera profesional, el único formato disponible era el vinilo. “No había otra forma de hacer la profesión de DJ”, nos recuerda con una claridad que solo otorga el haber estado allí cuando el mundo analógico era la única ley. A finales de los 70, de manera amateur, pinchaba para amigos en fiestas pequeñas, esos encuentros donde la música era más un juego que un trabajo, un espacio de exploración y descubrimiento casi adolescente.
Pero a principios de los 80, la cosa se volvió más seria: comenzó a trabajar profesionalmente en discotecas y comprendió algo fundamental: para ser tomado en serio debías tener tus propios discos. Nadie te prestaba una colección que valía mucho dinero; nadie confiaba en que pudieras manipular, mezclar y hacer que el público bailara con un material tan costoso y delicado. Comprar discos no era solo un gasto: era su primer compromiso real con el arte, su primer acto de profesionalismo extremo. Esa inversión inicial, disco a disco, fue cimentando una identidad que hoy, cuatro décadas después, lo sitúa como una de las figuras más respetadas de la escena global.
“Creemos que la música de antes era mejor porque la vivíamos más intensamente”
Para Carlos, el vínculo con la música se construye en un momento muy preciso de la vida. “La música te marca cuando estás formando todo: quién sos, con quién estás, qué soñás”, explica. Es cuando todo se vive con más proyección, con más ilusión. La primera relación sentimental, los amigos, las noches en las que todo resulta trascendente y, casi sin excepción, siempre hay una canción sonando.
“Esas canciones quedan pegadas a momentos que no se repiten”, resume.
Con el paso del tiempo, la relación cambia. Se escucha más, se conoce más y también se filtra más. Las canciones nuevas pueden gustar, incluso emocionar, pero ya no impactan del mismo modo. Aparece entonces la idea recurrente de que “la música de antes era mejor”, una sensación que, según Willengton, atraviesa a todas las generaciones.
“No es que antes se hacía mejor música; es que antes vos eras otro”, aclara.
No se trata solo de una cuestión estética o técnica, sino de intensidad vital. Aquella música marcó porque acompañó momentos decisivos, porque sonó mientras se construían identidades, vínculos y recuerdos. “Después escuchás desde un lugar más racional, menos visceral”, dice. Y sin embargo, esa primera banda sonora permanece, no como nostalgia vacía, sino como una huella emocional imposible de borrar.
Pasado y presente marcados por el surco del vinilo
Uno de los puntos más reveladores de la charla aparece cuando Carlos habla de la reacción del público. Cuenta que, al comenzar el tour, incluso personas de su propio entorno asumían que sus sets estaban dirigidos a un público mayor. “Me decían: esto es para gente de nuestra edad”, recuerda. Él escuchaba sin interrumpir. Prefería dejar que la experiencia hablara sola.
Con el correr de las fechas, la evidencia fue contundente. Al mirar los videos de sus shows, la primera fila estaba ocupada por jóvenes de veinte y veinticinco años. Entonces llegaba la pregunta inevitable. Y ahí Carlos es categórico: sus sets no están pensados para quienes vivieron los 70 u 80 en tiempo real, sino para quienes los descubren hoy. “Yo no pincho para la nostalgia, pincho para el presente”, afirma.
Para Willengton, ahí reside el verdadero valor del fenómeno retrospectivo. A esa edad, explica, hay un deseo genuino de descubrimiento. “No quieren lo que suena siempre; quieren que algo los sorprenda”, dice. No saber si lo que suena es viejo o nuevo, original o relectura. Esa ambigüedad genera sorpresa. Y la sorpresa, energía.
Por eso, en sus sets conviven temas inmediatamente reconocibles con otros que, aunque fueron éxitos en su momento, no quedaron fijados como súper clásicos. “Me interesa que la gente baile algo que no sabe de dónde viene”, confiesa. Ese equilibrio, explica, es clave para mantener viva la pista.
La voz, la melodía y la energía del cuerpo
En ese punto, Carlos introduce una reflexión más profunda sobre la música electrónica contemporánea. Con el paso del tiempo, observa, se fueron perdiendo elementos fundamentales. “La vocal, la melodía, la tonalidad… todo eso se fue dejando de lado”, enumera. Aclara que no está en contra de esa estética, pero señala una ausencia.
“Cuando aparece una voz, el cuerpo reacciona distinto”, asegura. Vocales que invitan a cantar incluso sin saber la letra, instrumentaciones más ricas. La respuesta es inmediata. “La pista se conecta de otra manera”. Esa musicalidad ampliada es, según él, una de las razones por las que sus sets conectan con públicos diversos.
Los jóvenes, agrega, no son tan cerrados como se supone. “Si algo los atrapa, se quedan, aunque no sepan qué es”. Ahí encuentra la explicación de por qué los sets retrospectivos funcionan entre la juventud
La sorpresa como forma de identidad
Carlos no piensa sus sets desde modas externas. Lo que determina lo que hace es su propio recorrido profesional. “Yo sigo una línea que se fue armando sola, con los años”, explica. No se trata de quitar discos, sino de sumar. Cada incorporación redefine el equilibrio, y ese equilibrio se decide en vivo.
Cuenta que notó cómo la gente lo filmaba siempre con los mismos temas. “Un día decidí no llevarlos”, recuerda. El público volvió a filmar otros momentos. Ahí entendió algo clave: hay canciones que el público asocia directamente con él.
Es un tira y afloje constante Su solución es combinar: algunas entran, otras descansan, y siempre aparecen discos inesperados.
Muchos de esos temas solo existen en vinilo. White labels, bootlegs, ediciones mínimas. “Son discos que nunca estuvieron en plataformas”, explica. Música recuperada y no nueva. Ese material genera un efecto de exclusividad que forma parte central de su identidad. Ni solo hits ni solo rarezas: la clave está en la mezcla.
Para Willengton, ese trabajo —el digging, la selección, la lectura de pista— está hoy subvalorado. “Parece que lo único importante es producir o tocar en festivales grandes”, reflexiona. Sin embargo, se muestra orgulloso de que lo convoquen por cómo arma sus sets y la energía que transmite. “Ahí está mi oficio”, afirma.
Córdoba, una conexión que quedó vibrando
El regreso de Carlos a Córdoba no es una fecha más. Recuerda su paso por la ciudad en marzo como una de las mejores noches del tour. “Fue una energía constante de principio a fin”, dice. Caras de felicidad, brazos en alto, conexión plena.
Hacia el final, incluso llegó a emocionarse. “Había algo en el aire que se sentía, aunque cierres los ojos”, describe. Desde entonces, Córdoba no dejó de aparecer. Mensajes, publicaciones, videos circulando. La ciudad quedó presente.
Carlos lo resume desde un lugar simple: agradecer. “Sin la gente, esto no existe”, dice. Por eso insiste en no perder nunca la gratitud. La música, cuando conecta, deja de ser entretenimiento y se convierte en vínculo. Y ahí, para Carlos Willengton, está el sentido más profundo de todo lo que hace.
Cita imperdible
Carlos Willengton regresa a Córdoba esta noche desde las 23:59, en Club Paraguay (Av. Marcelo T. de Alvear 651), para una noche 100% vinilo junto a Rodri Vacis en el warm up. Las entradas están disponibles en Alpogo.com.
