Mientras te dejas llevar hasta la butaca, recordás. Conociste a Miguel Mateos (Buenos Aires, 1954), como todos, en marzo de 1981. Junto a su banda Zas, preludiaron entonces por tres noches en Vélez Sársfield, a los mismísimos Queen. Seguiste sus progresos, cubiertos por la revista Pelo. Tras la presentación del disco debut, en su número 162, la biblia del rock no duda: pronto se les quitará el rotulo de teloneros de Mercury & Cía “para ponerles otro que diga ‘uno de los grupos más frescos, modernos y directos del rock argentino’”.
Te acomodaste en la silla. Arrecia el impacto de aquellas letras tras escuchar, por fin, el disco (Zas, 1982): “todos amamos la vida / pero nadie tiene el valor / de quitarse la careta por amor” (“Va por vos, para vos”); “Podría cantar / la vida me engañó (…) Café con leche, subte y colectivo, qué pasa conmigo, qué pasa conmigo” (“Qué esperás que no lo hacés”), entre otras, sonaban fantásticamente en una escena nacional que se hacía ancha con grupos como Sumo, Virus o Los Violadores. Músicos como Alejandro Mateos o Fernando Lupano (luego La Torre, Charly García, entre otros) se harían nombres habituales en las conversaciones.
Llega el turno de Huevos (1983). Zas avanza hacia la cima, aunque advertía: “si pasan música nacional / no es que se hayan dado cuenta” (“En la cocina huevos”) o “quiero votar / un presidente / quiero un país, muy muy diferente” (“Un poco de satisfacción”). Un coro de alarmas gestado en soledad, con la noche detrás, buena hora para andar (“Un gato en la ciudad). El guitarrista Pablo Guyot (ex Porchetto, luego GIT y García, entre otros) se incorpora a la banda.
Pero sería Tengo que parar (1984) la bomba, te decías, mientras el comienzo del show era inminente. Sumando a Raúl Chevalier (bajo), el fallecido “Chino” Sanz en guitarras e invitados como Oscar Kreimer (saxo), Mateos se las ingenió para hablarle directamente a cada uno. A la chica que debe escaparse de su casa por la insoportable violencia familiar (“Ana la Dulce”). Al que necesitaba “un lugar, nada nada especial”, para entonces dejarse tomar (“Tómame mientras puedas”). A los misiles que apuntaban (y le daban) a nuestros osos peluche (“Tengo que parar”). A los que sentíamos que, cuando el mundo estaba parado, los que dábamos vuelta éramos nosotros (“Bulldog”). Al espejo en el que nos decíamos: “alguien para ver, alguien para amar, alguien que me invite a pasar” (“Chico Marginado”).
En los primeros meses de 1985, ubicas tu primera experiencia con Mateos/Zas en vivo, presentando Tengo que parar en Atenas. Aquellas canciones sonaron perfectas en un ambiente fantástico, muchos adolescentes jugando con una pelota gigante que iba y venía del escenario y varios bises de Mateos, el último con las luces prendidas y gran parte de la concurrencia ya en las afueras del estadio.
Y siguió todo muy rápido. La grabación de los vivos en el teatro Coliseo semanas después, Rockas Vivas, fue por muchos años el disco de rock nacional más vendido de la historia. Dio nueva vida a canciones como “Tirá para arriba” (de Tengo…) o “Extra, extra”. Aportó estrenos -“Perdiendo el Control”, “Mundo feliz”, “Sólo una noche más”- y elevó a Mateos a la condición de estrella internacional. Terminando ese año de vértigo, volvió la banda a Atenas, ante una explosión de público y policías nerviosos que aplicaron algunos cachiporrazos en las costillas, para hacer esa fila previa al ingreso tan típica de pocos años anteriores. No entendías qué pasaba.
El show
Las luces se apagan. La banda toma posiciones: “Va por vos” confirma lo que se anticipó. El artista revisitará su discografía 1981-1985. Y las 21 canciones impecable y amorosamente interpretadas, serán un recorrido por valles, serranías o desfiladeros en los que el grupo como colectivo o sus integrantes individualmente, se destacarán parejamente.
A muchas de las ya citadas se agregan “Mujer sin ley”, “Sólo fuego”, “Sólo una noche más”, “Su, me robaste todo” (dedicada a los caídos en Malvinas) y versiones de “Everybody wants to rule the world” (de los Tears For Fears”) o “The Power of Love” (de Huey Lewis & The News). Miguel canta tan bien como siempre y entre canción y canción mechará comentarios, anécdotas y reflexiones: un guion eficaz que también es parte de la obra desplegada.
El soporte técnico (luces, sonido, video) es magnífico y explica por sí mismo la seriedad con la que se lleva adelante este espectáculo, que recorrerá hasta el mes de noviembre a gran parte de la Argentina y países limítrofes. La infraestructura y organización local acompañan.
El público se entusiasma: muchos se saben todas las letras. Pero estos cuatro discos no funcionan sólo como evocación. Son parte viva del legado cultural argentino al mundo. Como las obras de Borges o Cortázar. Como los testimonios de Lalo Schifrin, Piazzola o Mercedes Sosa. Como las actuaciones de Ricardo Darín, Libertad Lamarque o Norma Aleandro, entre tantos que podríamos citar en las más diversas disciplinas artísticas. La música de Mateos/Zas fue siempre novedosa y trascendió finalmente la moda. La lírica resume temores, pasiones, esperanzas, tan caros a la idiosincrasia argentina como a una época del mundo aún no resuelta, si nos detenemos en su vigencia. Vale la pena repasarlas siempre que se pueda.
Nos vamos felices, rodeados por nuestros afectos más próximos, pero también contenidos en una propuesta artística imperecedera, despidiéndonos hasta la próxima, que ojalá sea pronto.
Somos todos “Hijos del rock and roll” (como Mateos bien afirma) y vale el mensaje de esta canción: “la vida es un momento / pelá lo que tenés adentro. / Es que si todos juntos tocáramos el timbre / no habría que salir corriendo”.