La redacción de Hoy Día Córdoba viajó con mochilas, itinerario turístico y la intuición de que veríamos algo más que un show. Y así fue. Aline y Fatima ya emprendieron el regreso. Juan, nuestro puntano de Deportes, todavía presente en la segunda mitad de la Fecha 2 mientras escribimos este texto. Entre generaciones mezcladas, fans que se ayudan y una liturgia compartida, Oasis volvió a demostrar por qué su público forma una comunidad tan sólida como emocional.
Oasis desde el corazón
Por Fatima Vanessa. El comienzo del show fue el instante más emocionante. Apenas se apagaron las luces, la energía del estadio quedó completamente alineada. Había una sintonía compartida que se sintió desde el primer acorde. El público era muy diverso: me crucé con gente de Inglaterra, Brasil e Irlanda, todos cálidos y entusiasmados por vivir la experiencia. La atmósfera alrededor mío era de conexión total: desde parejas que buscaban complicidad en un abrazo hasta grupos de amigos cantando cada letra como si la hubieran escrito ellos.
Musicalmente, Oasis sonó impecable. Las guitarras tuvieron una presencia contundente y nítida. Los homenajes a Maradona fueron recibidos con aplausos eufóricos. Uno de los momentos más esperados para mí fue “Champagne Supernova”, una canción con historia personal. Escucharla presentada por el propio Liam Gallagher fue impactante.
Aunque estaba en la Sívori Alta, el show se apreciaba con una vista panorámica del Monumental, del escenario y de la marea de gente uniformada con remeras de Oasis y alguna que otra campera al estilo Gallagher. A pesar del calor, varios eligieron recrear el icónico abrigo verde. Desde arriba se veía todo el despliegue visual: las pantallas, los juegos de luces sincronizados con las canciones más emotivas y hasta la aparición del Diego en la pantalla gigante, que despertó una ovación inmediata. El cierre, con fuegos artificiales que iluminaron el cielo en tonos azul y oro, coronó una noche llena de momentos memorables.
La vuelta también tuvo su propio capítulo: fue mi primera aventura tomando el subte sola después de un recital, y terminé conversando con personas que habían venido desde distintos países solo para ver a Oasis reunidos nuevamente.
Cuando terminó el show, tuve una sensación muy clara: acababa de vivir algo que jamás hubiera imaginado cuando escuché a Oasis por primera vez, allá por las vacaciones de 2012. No solo fue un recital. Fue una experiencia que unió pasado y presente, músicas y recuerdos, en una noche que quedará marcada para siempre.
Cumplir un sueño
Por Aline Costa. Durante años, asistir a un concierto de Oasis era algo casi imposible para mí. Un sueño lejano. En las charlas cotidianas, a veces le preguntaba a mi pareja —quien me presentó a los hermanos Gallagher— si era posible que se volvieran a juntar, y siempre nos contestábamos lo mismo: que no. Por eso, cuando aparecieron los primeros rumores y finalmente llegó la confirmación, no lo podíamos creer.
Pasó un año desde la venta de entradas, y aunque no pude comprar la mía en ese momento, nunca dudé de que el 15 de noviembre de 2025 iba a estar en el Estadio Monumental.
En esa búsqueda —entre la ansiedad, las reventas y el miedo a caer en estafas— terminé encontrando algo inesperado: una comunidad enorme de fans de Oasis, todos igual de persistentes.
Algunos consiguieron su entrada el mismo día del concierto o pocos días antes. Pero al final, la mayoría de ese grupo terminó yendo. Esa sensación de “no estoy sola en esto” ya era un anticipo de lo que iba a ser la noche.
Buenos Aires olía a Oasis. Veías remeras, pilusos, banderas, gente caminando con la emoción a flor de piel. Muchos, como yo y mi pareja, viajamos solo para estar ahí.
Y entendí que la experiencia iba mucho más allá del concierto: era compartir algo en común con personas que sentían lo mismo.
Florencia Ferrés, de Lincoln, una de las amigas que me hice en ese camino, expresó: “Viajar desde Lincoln después de un año de ansiedad por esta entrada valió cada segundo. Lo de anoche fue increíble, una experiencia que todavía me late en el pecho.” Y conocer a las chicas que conocí por redes… otra cosa hermosa que me llevo: fans tan locas como yo, con los mismos sueños, la misma música y la misma locura. Un finde que no me voy a olvidar”.
Analía Cardozo, de Resistencia, dijo: “Todavía estoy procesando. Viajar, esperar durante un año el recital de mi vida, fue una de las experiencias más lindas del mundo.” La nena de 10 o 12 años que escuchaba ‘Little by Little’ jamás imaginó que iba a verlos en vivo. Llegar a los 34 con ese sueño cumplido me llena el corazón. No me salen las palabras. Es indescriptible”.
Melisa Vázquez, que viajó desde Bahía Blanca, contó: “Ver a Oasis por primera vez en mi vida fue como volver a mi adolescencia.” Ellos me ayudaron a atravesar una época difícil, y desde ahí me acompañaron siempre”.
Nazareno Isaac Barreyro, de Buenos Aires, describió: «Tener la oportunidad de ver en vivo a la banda a la que escuchas desde que sos muy chico, tenerlos tan cerca, a una banda cuyas canciones te acompañaron durante toda tu vida, genera un sentimiento realmente difícil de explicar, el sentimiento trasciende más allá de lo que podría haber imaginado, una mezcla de emociones… Melancolía por todos los momentos donde su música me acompañó, pasión porque despierta el sentimiento de dejarlo todo en ese único momento, y por último satisfacción, de saber que logré aquello que hace un tiempo solo soñaba».
En mi caso, desde que terminó el show sigo diciendo la misma palabra: épico.
Hice la fila desde las 14, con un sol que parecía nunca acabar. El calor fue un desafío físico y mental, pero cuando Richard Ashcroft empezó su concierto, con la puntualidad típica de los ingleses, todo se disipó. Cantamos Song for the Lovers, Sonnet, The Drugs Don’t Work, Bitter Sweet Symphony. Una antesala perfecta.
Y cuando arrancó Oasis, volvió lo mismo: épico. Fueron dos horas de emoción, rock, pasión y un público que superó todas las expectativas. Una multitud que volvió a impresionar a la banda: en palabras del propio Liam Gallagher, “el público número 1”.
Una de las cosas que más se sintió durante el show fue la diferencia tan marcada —y tan complementaria— entre los hermanos Gallagher. Liam apareció con esa postura inconfundible que es solo de él: firme, desafiante, con una presencia única, cantando como si cada palabra le perteneciera desde siempre. Esa forma tan personal de plantarse frente al micrófono es imposible de imitar.
Noel, en cambio, fue más serio, más concentrado, pero tremendamente emotivo. Cuando llegaron Little By Little, Half The World Away y Talk Tonight, dejó todo ahí, en esos temas que tienen otra sensibilidad y que conectan desde otro lugar. Verlos juntos, cada uno con su esencia tan distinta, fue recordar por qué Oasis funciona como funciona: porque en esa diferencia está parte de su magia.
Y mientras cantábamos Live Forever, entendí que todo valió la pena: la espera, el viaje, las amistades, las peleas con estafadores, el sol insoportable y la ansiedad previa. Esa canción, que tantas veces escuché en mi casa, anoche se cantó con miles. Y sentí que lo que vivimos ahí adentro, esa sensación que te late en el pecho, es algo que —como dice la letra— realmente va a vivir para siempre.
