Flavio Mendoza (49) es parte de la quinta generación de artistas circenses en su familia. Una herencia que lo llevó a recorrer desde niño distintas partes del país y el continente. Si bien nació en Nogoyá, Entre Ríos, el primer idioma que aprendió a hablar fue el portugués, por los viajes a Brasil que sus familiares y él hacían con el circo. Una verdadera síntesis de la agenda itinerante que caracteriza el oficio.
Flavio confiesa que es “uno de los chicos que no pudo decidir” su trabajo, mientras que la suerte lo ubicó en la labor del entretenimiento. Sin renegar de su pasado, es hoy uno de los coreógrafos más importantes del país; creador de “Stravaganza”, una de las propuestas del teatro moderno argentino con más éxito de los últimos años y de “Taboo”, el primer show erótico de la escena nacional.
En los últimos meses, Mendoza y su compañía arribaron a Córdoba con dos espectáculos: “Una mágica navidad” durante el mes de diciembre y el “Elegido” un show del “Circo del Ánima”, que se presenta desde enero pasado. Éste último, con poco más de cuatro meses en cartel, cosechó más de 180.000 entradas vendidas. Un gran número para los tiempos que corren. Sin embargo, su mayor éxito, reconoce el artista, es ser padre solo “en un mundo discriminador y machista”.
HDC: ¿A qué le atribuís el éxito que han tenido los dos espectáculos que presentaste?
Flavio Mendoza (FM): Creo que se debe al tiempo que vengo trabajando en Córdoba, que son más de 15 años. En ese sentido se logró una marca. Mi nombre es sinónimo de eso: de que el público va a ver algo bueno, que no será un robo, que habrá inversión, bailarines, acróbatas y mucha gente arriba del escenario.
HDC: ¿Te tomó por sorpresa?
FV: No esperaba un éxito tan grande porque el resultado es comparable con lo que fue “Stravaganza”. Encima, se da en un momento en el que el país atraviesa una mala situación económica. Haber venido a Córdoba fue algo increíble. Sigo sin caer porque sé que hay una realidad afuera que es diferente, que la gente no tiene ni para pagar el supermercado, y que muchas personas, a pesar del momento, elijen venir al circo significa un montón. Estoy muy agradecido.
HDC: ¿Cuánto tiempo te lleva la producción entre la creación, la producción y el trabajo?
FV: Cuando hago un espectáculo tengo una producción de más o menos un año. Empiezo con todo lo que es la música, la idea, el guion y el vestuario. Los ensayos comienzan cuatro meses antes del estreno. Es como un prototipo que hago. A veces voy haciendo cosas paralelas porque hay muchas cosas que no se aprenden en dos o tres meses.
HDC: ¿Cómo hacés para mantener la relación o el vínculo con cada uno de tus compañeros cuando son tantos?
FV: Elijo a las personas, en muchos casos, por algo en específico. Después esa persona tiene que sí o sí aprender todo lo demás. Porque nuestros shows son obras donde se hace de todo. El grupo se desarrolla como una escuelita y terminan aprendiendo a hacer otras cosas. Siempre quise que la gente entendiese que en mi show la estrella no soy yo, es todo el elenco.
HDC: ¿Querés correrte de ese lado de protagonismo?
FV: Lo sigo teniendo, pero porque por ahí la gente quiere eso. Me cuesta correrme porque me llegan mensajes del tipo “yo te quiero ir a ver a vos”. Mi respuesta es no, vas a ir a ver el mejor espectáculo del mundo. De todos modos ese intercambio de que me quieren ver sigue ocurriendo, y para mi ego es maravilloso. Yo quiero que la gente vaya al espectáculo, aunque yo no esté. Particularmente en el “El elegido” hago cosas muy puntuales para de a poco ir enseñándole al público que yo un día me voy a bajar. No porque es algo que quiero hacer en el futuro cercano, sino por las lesiones y muchas cosas que tiene mi cuerpo. En algún momento voy a tener que dar un paso al costado.
HDC: Dijiste que la noción del dinero aparece flotando como un vil metal pero no es algo que nutra el alma. En ese sentido, ¿el arte es lo que nutre tu vida?
FV: A mí el arte me salva. Si yo no estuviera haciendo arte no sé en qué andaría. Todo lo malo y todo lo bueno de mi vida lo volqué ahí. Momentos míos, de locura, fueron plasmados en el arte. Todo lo que está en escena tiene que ver con lo que pasó en mi vida. Las cosas que proyecto tienen que rozarme a mí con algo para poder representarlo, y que la gente lo sienta. Siempre estoy en la búsqueda de hacer algo que deje un mensaje.
HDC: Se puede decir que tu inspiración es tu experiencia…
FV: Sí, porque hasta ahora todos mis espectáculos tienen que ver con eso. Por ejemplo el show “Mahatma” salió de un viaje que hice a la India. Yo fui a hacer una experiencia totalmente frívola a la India y cuando vi la realidad, lo cambié por completo. Terminé en un templo budista durmiendo en el piso sobre un colchón más fino que una manta. Aprendí muchas cosas sobre uno de los líderes espirituales de la India y empecé a entender otras cuestiones que están buenas aplicarlas para la vida. De las cosas del mundo que he conocido hay particularidades que están buenas, otras no, y cuando armo un espectáculo trato de agarrar las buenas.
HDC: ¿De chico te gustaba la actividad circense o lo heredaste porque venía justamente de una tradición familiar de generación en generación?
FV: Lo heredé. Yo era niño y era el más pequeño de mi familia. A mí no me gustaba tanto el circo, pero nací ahí y era algo que tenía que hacer. Me acuerdo que en un momento de mi vida apareció Michael Jackson y yo quería ser como él. Me parecía que era un duende bailando. Era como algo exótico. Yo quería más bailar que hacer acrobacias. Pero en esa época bailar era algo de putos. Enloquecí. Ahí es donde empecé a hacer mi cambio. Después, cuando crecí, todo lo que aprendí como acróbata lo tomé y eso me hizo conocido porque fui el primer bailarín en hacer acrobacia en un teatro. Por eso es que no reniego del circo. Es mi gran escuela.
HDC: ¿En qué momento decidiste enfrentar los prejuicios y tomaste la decisión de hacer danza?
FV: A mí me hacían bullying. Me decían muchas cosas. Yo tenía vergüenza de cruzar por ciertos lugares. Me acuerdo que para no pasar por delante de una gomería caminaba como diez cuadras más. Y una vez pasé caminando por delante de un edificio que estaban construyendo. Ahí un señor me empezó a gritar de todo y todos los demás compañeros de trabajo se reían. Seguí caminando como un pollito mojado, agarré fuerza, me volví y le dije de todo. Lo humillé de tal forma, le dije tantas cosas que el tipo y todos los colegas que estaban con él riéndose se metieron para adentro del papelón que le hice pasar. Ese fue el primer momento en el que me di cuenta que tenía fuerzas para soportarlo.
Lamentablemente creo que hay muchos chicos que les pasa lo mismo y no tienen la fuerza que yo tuve en ese momento. Siguen esas cosas que a las personas las tiran para abajo. Eso desemboca en problemas de todo tipo, depresión, drogas, suicidio…
HDC: ¿Cuál es el mensaje que les darías a esos chicos de los que haces mención?
FV: Que se paren, que se vuelvan y le pregunten al que los acosa o que los “bulea” ¿por qué lo hacen? Siempre te vas a topar con otro loco que te va a redoblar la apuesta y te va a volver a decir cosas. Ahí tienen que mirarlo a los ojos y decirle que les da asco y pena, y luego seguir caminando.
Hoy en día, salgo a la calle con mi hijo y pasan autos con tipos que me siguen gritando cosas. Yo me pregunto ¿dónde está la evolución? Solemos decir que estamos evolucionando pero es mentira.