Carlos Alberto García Moreno nació en Buenos Aires un 23 de octubre de 1951, en un país que transitaba los últimos años del primer peronismo. La Argentina de entonces era un territorio convulsionado, entre reformas políticas y crisis sociales, y ese clima marcaría, sin saberlo, a uno de los artistas más influyentes de la historia latinoamericana. A los cuatro años ya tocaba el piano, a los trece se recibía de profesor de teoría y solfeo, y poco después los Beatles le cambiarían la vida. Desde entonces, el joven Charly supo que lo suyo no era la música académica, sino un nuevo lenguaje: el del rock nacional.
Su carrera fue, desde el principio, un espejo de la Argentina. Con Sui Generis, junto a Nito Mestre, expresó la inocencia y la rebeldía de una generación que comenzaba a cuestionar el autoritarismo. “Botas locas”, censurada por los militares, fue uno de sus primeros himnos contra la opresión. Con «La Máquina de Hacer Pájaros» y «Serú Girán» llevaría esa búsqueda a otro nivel: rock sinfónico, letras cargadas de crítica social y un sonido que dialogaba con el mundo.
En los años más oscuros de la dictadura, Charly no se calló. Desde los sintetizadores de «Clics Modernos» (1983) denunció la represión y los desaparecidos, con canciones como Los Dinosaurios que se transformaron en plegarias de resistencia. En «No bombardeen Buenos Aires» convirtió la angustia de Malvinas en un grito colectivo. Y mientras el país recuperaba la democracia, él fundaba un nuevo lenguaje estético: el del artista total, capaz de mezclar ironía, denuncia, humor y vanguardia.
Pero García fue más que un músico: fue también un cinéfilo voraz, un narrador audiovisual. Su disco Películas (1977) llevó el cine a la música, con referencias a Hitchcock, Kubrick o Kurosawa, y canciones que funcionaban como guiones sonoros. Supo entrelazar diálogos de filmes en sus composiciones, componer bandas sonoras y transformar la cultura pop en alta poesía urbana. Charly vio en la cámara lo mismo que en el piano: un instrumento para contar la verdad disfrazada de metáfora.
Su figura, muchas veces polémica, se convirtió en un símbolo. De su salto desde un noveno piso a una pileta, convertido en mito instantáneo, a su frase inmortal “Say No More”, García encarna la idea de que el arte debe ser tan arriesgado como sincero. “Hacer algo peligroso con estilo es lo que yo llamo arte”, decía Bukowski, y en esa definición cabe perfectamente Charly.
A los 74 años, su legado sigue desafiando el tiempo. Cada disco suyo, de Piano Bar a La Hija de la Lágrima, es una pieza de memoria y resistencia. Su oído absoluto, su irreverencia y su genio lo convirtieron en el cronista más lúcido del país: uno que tradujo dictaduras, crisis y sueños en acordes que aún laten.
Charly García es, en definitiva, la banda sonora de la Argentina moderna. Es el rock, la ironía, el dolor y la belleza de un país que lo necesita para entenderse a sí mismo. Como escribió un fan alguna vez: “Mientras exista Charly, seguiremos teniendo esperanza de que el arte todavía puede decir la verdad”.
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