Hace 79 años, el planeta intentaba ponerse de pie tras una de las mayores tragedias de la humanidad. Las ruinas no eran solo materiales: Europa y gran parte del mundo estaban devastados también en el plano moral, con valores quebrados, instituciones deslegitimadas y millones de vidas marcadas por la violencia y el odio. En ese contexto, el 4 de noviembre de 1946 entraba en vigor la constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), concebida para liderar una reconstrucción moral e intelectual capaz de restablecer la confianza entre los pueblos y evitar que la guerra se repitiera.
«La paz no se firma, se educa.»
Su nacimiento había comenzado cuatro años antes, en 1942, durante la Conferencia de Ministros Aliados de Educación en Londres, donde varios países, aún en guerra, comenzaron a planificar cómo restaurar los sistemas educativos destruidos por el conflicto. La idea maduró hasta concretarse el 16 de noviembre de 1945, cuando 37 naciones firmaron la constitución de la UNESCO, impulsada por Francia y el Reino Unido. Un año después, al ser ratificada por 20 países fundadores, entre ellos México, India, Egipto, Estados Unidos y Francia, la organización comenzó oficialmente a funcionar.
Su misión quedó expresada en una frase que se convirtió en su emblema:
“Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz.”
La llamada “reconstrucción moral” no se trataba solo de reparar edificios o economías, sino de reconstruir la conciencia colectiva de la humanidad. Después de Auschwitz, Hiroshima y el Holocausto, las naciones comprendieron que ninguna paz duradera podía sostenerse sin educación, sin cultura y sin valores compartidos. Era necesario redefinir principios éticos universales, la dignidad humana, los derechos, la libertad de pensamiento y la cooperación, que orientaran el nuevo orden internacional.
Tras los horrores del nazismo, el fascismo y el Holocausto, los Estados entendieron que la paz no podía sustentarse únicamente en acuerdos políticos o económicos, sino en una nueva conciencia global basada en la educación, la ciencia y la cultura como herramientas para la convivencia.
Así, la UNESCO asumió desde sus primeros años la tarea de reconstruir los sistemas educativos, promover la alfabetización y defender la libre circulación de ideas, además de proteger el patrimonio cultural amenazado por la guerra y el tiempo.
De los primeros programas a los grandes hitos internacionales
En sus inicios, la organización centró su trabajo en reparar los sistemas educativos devastados y garantizar el acceso universal a la educación. Con el correr de las décadas, se transformó en una plataforma legal y ética global que dio origen a tratados internacionales y proyectos emblemáticos:
-
1952: Convención Universal sobre Derecho de Autor, que protegió la creación intelectual a nivel global.
-
1960: Campaña de salvamento de los templos de Abu Simbel en Egipto, amenazados por la construcción de la presa de Asuán, primer gran proyecto de cooperación internacional para preservar el patrimonio.
-
1971: Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MAB), que sentó las bases de las actuales políticas de desarrollo sostenible.
-
1972: Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, que dio origen a la reconocida lista de Sitios Patrimonio de la Humanidad.
-
1997: Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, pionera en la ética científica.
-
2003: Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, que protege expresiones vivas como la música, la gastronomía o las tradiciones orales.
En paralelo, la UNESCO impulsó centros de investigación científica como el CERN (1952) y el SESAME (2017), y coordinó campañas mundiales de alfabetización en países como Italia, Corea del Sur y Afganistán.
Desafíos y tensiones: política, comunicación y poder global
Durante las décadas de 1970 y 1980, la organización atravesó tensiones políticas. El debate sobre un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NWICO), impulsado por países del Sur Global para equilibrar el flujo informativo, generó fricciones con Estados Unidos y el Reino Unido, que finalmente se retiraron en 1985 y 1986 alegando diferencias ideológicas.
Ambos países regresaron años después, aunque Estados Unidos volvió a abandonar la UNESCO en 2018, tras la admisión de Palestina como miembro pleno. Pese a estos episodios, la organización mantuvo su espíritu universalista y su rol como foro de diálogo intercultural.
La UNESCO en el siglo XXI: nuevos retos para una vieja misión
Hoy, bajo la dirección de Audrey Azoulay, la UNESCO enfrenta desafíos distintos pero igualmente complejos: el avance de la desinformación, el racismo digital, la crisis ambiental y las tensiones geopolíticas. En respuesta, ha desarrollado nuevos marcos normativos sobre la ética de la inteligencia artificial, la ciencia abierta y la lucha contra los discursos de odio.
A casi ocho décadas de su fundación, la organización sigue siendo una brújula ética en tiempos de incertidumbre. Su propósito (educar, preservar y unir) continúa guiando proyectos que van desde la protección del patrimonio de Venecia y Angkor hasta la reconstrucción de la ciudad iraquí de Mosul, devastada por la guerra.
En un tiempo en que resurgen los nacionalismos, los conflictos y la intolerancia, su labor recuerda que ninguna sociedad puede progresar sin cultura, sin memoria y sin educación.
