Mientras avanza la investigación por el ataque mortal ocurrido la semana pasada en Bondi Beach, especialistas en criminología coinciden en que el caso presenta una característica prácticamente inédita: los presuntos autores pertenecían al mismo núcleo familiar y actuaron de manera coordinada.
Se trata de Sajid Akram y su hijo Naveed Akram, acusados de asesinar a 15 personas en una celebración judía en una de las playas más emblemáticas de Sydney.
Según explicó el criminólogo James Densley, profesor de la Universidad Estatal Metropolitana de Minnesota, los asesinatos en masa son, en su abrumadora mayoría, perpetrados por actores solitarios.
Estudios del Instituto Rockefeller de Gobierno indican que menos del 2% de los tiroteos masivos involucran a más de un agresor, y los casos con lazos familiares son aún más raros. En ese contexto, un ataque ejecutado por padre e hijo podría no tener precedentes documentados.
Los expertos subrayan que cuando la violencia se gesta dentro de una familia, cambian los factores de riesgo. A diferencia de los atacantes solitarios, que suelen buscar notoriedad o validación pública, los familiares que actúan juntos comparten tiempo, espacio y una visión del mundo que se refuerza en privado.
“No necesitan redes en línea ni audiencias externas: la radicalización se cultiva puertas adentro”, sostuvo Densley.
Las autoridades australianas indicaron que el ataque estuvo motivado por una ideología vinculada al Estado Islámico.
Ambos sospechosos habrían viajado recientemente a Filipinas, practicado tiro en zonas rurales de Australia y grabado videos con mensajes de extremismo violento. Tras la masacre, se hallaron banderas del ISIS en su vehículo.
La dinámica jerárquica familiar también resulta clave. Para el criminólogo James Alan Fox, de la Universidad Northeastern, en este tipo de hechos suele haber un líder, generalmente el adulto, y un seguidor que busca aprobación.
“El padre legitima la violencia y el hijo coopera, incluso para complacerlo, aunque no siempre comparta plenamente la misión”, explicó.
En el caso de Bondi, la logística del ataque quedó bajo la lupa. La investigación sostiene que ambos realizaron tareas de reconocimiento previas y que Naveed disparó contra la multitud desde un puente.
Tras el ataque, la policía incautó seis armas de fuego legalmente registradas a nombre de Sajid Akram, quien contaba con licencia vigente.
Para los expertos, esto revela un punto ciego incluso en sistemas de control de armas estrictos como el australiano: el riesgo no siempre es individual, sino relacional.
El impacto político no tardó en llegar. El primer ministro Anthony Albanese anunció un endurecimiento de las penas por incitación al odio y la creación de un delito agravado para adultos que radicalicen a menores.
“No permitiremos que extremistas manipulen y adoctrinen a nuestros hijos para que odien o cometan terrorismo”, afirmó la fiscal general Michelle Rowland.
Naveed Akram enfrenta 59 cargos, entre ellos 15 homicidios y uno por terrorismo. Su padre murió tras un intercambio de disparos con la policía.
La masacre de Bondi Beach se convirtió así en el tiroteo masivo más letal en Australia en casi tres décadas y abrió un debate urgente sobre la radicalización dentro del ámbito familiar y sus consecuencias devastadoras.
Masacre en Bondi Beach: al menos 16 muertos durante una celebración judía en Australia
