El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a encender la polémica internacional al reiterar su intención de que su país controle Groenlandia, un territorio autónomo bajo soberanía de Dinamarca. Según afirmó, se trata de una necesidad vinculada a la “seguridad nacional” estadounidense.
Desde su residencia de Mar-a-Lago, en Florida, Trump sostuvo que la isla es estratégica por la creciente presencia de embarcaciones rusas y chinas en la región ártica.
En ese marco, anunció su decisión de nombrar al gobernador de Luisiana, Jeff Landry, como enviado especial a Groenlandia, al destacar su perfil negociador para avanzar en esa iniciativa.
El mandatario negó que el interés de Washington esté puesto en los recursos naturales de la isla y apuntó contra Dinamarca por, según su visión, no invertir lo suficiente en la defensa del territorio. “No tiene protección militar”, aseguró, al tiempo que relativizó los argumentos históricos de soberanía danesa.
Las declaraciones generaron una inmediata reacción diplomática. El Gobierno danés calificó la postura como “inaceptable”, convocó al embajador estadounidense y reclamó respeto por sus fronteras. En tanto, el primer ministro groenlandés, Jens-Frederik Nielsen, buscó llevar calma y remarcó que la isla “controla su propio destino”.
El respaldo europeo no tardó en llegar. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, expresó su “plena solidaridad” con Dinamarca y Groenlandia, al igual que otros países de la Unión Europea, que recordaron que la integridad territorial y la soberanía de los Estados son principios fundamentales del derecho internacional.
Desde Bruselas, la UE subrayó que no es admisible la anexión de territorios bajo ningún argumento, mientras que Suecia y Países Bajos reiteraron su apoyo a Dinamarca.
Groenlandia, que obtuvo su autonomía en 1979 y amplió su autogobierno en 2009, mantiene bajo control danés la política exterior, de defensa y de seguridad.
Así, la renovada ofensiva discursiva de Trump vuelve a tensar las relaciones entre Washington y sus aliados europeos, reabriendo un debate geopolítico sensible en el Ártico y dejando en evidencia los límites internacionales a las aspiraciones estadounidenses sobre el territorio.
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