Un orden mundial en crisis

Las guerras en Ucrania y Gaza reflejan la debilidad de las instituciones, el desgaste del liderazgo estadounidense y la reconfiguración del tablero global.

Un orden mundial en crisis

¿Qué ocurre cuando las reglas que han sostenido el sistema internacional durante más de medio siglo comienzan a tambalearse?

Esa pregunta sirve de punto de partida para comprender por qué el desorden internacional contemporáneo no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de la crisis más profunda que atraviesa el orden liberal internacional desde su consolidación tras la Segunda Guerra Mundial. Durante décadas, ese esquema -sustentado en instituciones multilaterales, la expansión del comercio libre, la defensa de los derechos humanos y la supremacía indiscutida de Estados Unidos como garante del sistema- definió las coordenadas de la política global.

Hoy, sin embargo, ese modelo tambalea: la guerra en Ucrania y en Gaza son la muestra más evidente de su fragilidad, porque en ambos conflictos se han quebrado los principios de soberanía, legalidad internacional y protección de los derechos humanos, sin que las instituciones multilaterales ni el liderazgo estadounidense hayan podido ofrecer respuestas efectivas.

La guerra en Ucrania, por ejemplo, se encuentra en un momento de inflexión. La batalla ya no es únicamente militar sino también diplomática, donde los movimientos políticos y las narrativas tienen tanta importancia como los avances militares.

En ese tablero, Donald Trump, busca presentarse como mediador entre Vladimir Putin y Volodímir Zelenski, respectivamente.

Su intervención, más que guiada por una voluntad genuina de alcanzar la paz, responde a una estrategia personal: proyectarse como la figura capaz de resolver conflictos. Sin embargo, pese a su promesa de campaña —tan ambiciosa como improbable— de poner fin a la guerra en cuestión de horas si llegara a la Casa Blanca, la realidad es que tanto Ucrania como Gaza involucran intereses geopolíticos, disputas territoriales y narrativas históricas que difícilmente puedan resolverse con una negociación exprés.

La guerra de Ucrania, lejos de terminarse, se transforma. La paz verdadera, en cambio, parece un horizonte cada vez más distante.

Algo semejante ocurre en Gaza, donde la violencia diaria -para muchos, un genocidio en vivo y en directo- convive con negociaciones y un pulso diplomático frágiles.

Así, al igual que en Ucrania, la pregunta ya no es únicamente cómo detener las hostilidades, sino qué modelo de orden internacional se redefine a partir de ellas y quién logra capitalizar políticamente esa reconfiguración.

En este escenario incierto, la pregunta inicial cobra más sentido que nunca. La respuesta no está en los foros multilaterales ni en los discursos solemnes, sino en la acción de líderes que personifican este cambio de época. Putin simboliza la voluntad de desafiar por la fuerza un orden occidental que considera injusto; Zelenski encarna la resistencia de un país que busca su supervivencia; Netanyahu representa la apuesta por una seguridad defendida a cualquier precio, incluso a costa de vidas inocentes; y Trump, más que un mediador, se proyecta como árbitro global, aunque sus motivaciones respondan más a su propia narrativa política que a un compromiso genuino con la estabilidad mundial.

Es precisamente en esa tensión, entre el derrumbe de las viejas reglas y la ausencia de un marco nuevo, donde se juega el futuro del orden internacional. Un futuro que, lejos de una estructura estable, parece hoy un campo de disputa abierto y permanente.

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