50 años de peronismo sin Perón

Por José Emilio Ortega

50 años de peronismo sin Perón

Con la figura central de Juan Domingo Perón, su movimiento protagonizó, desde 1945, la vida nacional. Las ausencias de Eva Perón (fallecida en 1952) y del líder, tanto en su exilio (1955-1972) como desde su muerte (1974) plantearon un desafío para el partido peronista (inicialmente “Partido Único de la Revolución”, 1946-1955), o su continuador, el Movimiento Nacional Justicialista.

Los conceptos “peronismo sin Perón” o “neoperonismo” fueron utilizados antes y después de 1974. En los 60, coincidiendo con el bautismo del partido como “Justicialista”, contenían intentos por organizar fuerzas que trascendieran la proscripción a Perón, sostenida tanto en períodos de facto como institucionales. Algunos procuraban nuevos liderazgos nacionales (como el gremialista Augusto Timoteo Vandor), o provinciales (la familia Sapag en Neuquén). En las elecciones legislativas de 1965, hubo más de 15 neoperonismos.

Desde 1974, el “peronismo sin Perón” era irremediable. El General murió presidiendo la Nación, sin avanzar en planos centrales de su programa, que concentraban la expectativa de sus votantes, como también de las principales referencias del arco político nacional, aceptando éstas integrar un Consejo de Estado (entre ellos Ricardo Balbín y Arturo Frondizi).

Su viuda, “Isabelita”, asumió con gravísimos conflictos internos y fue destituida por el Golpe de 1976, cuando faltaban ocho meses para las elecciones presidenciales.

Durante la dictadura, la actividad política y la gremial fueron proscriptas. Pero, a diferencia de otras corrientes que aún en veda mantuvieron cierta actividad y vínculos con el gobierno de facto, como el comunismo, el radicalismo, la democracia progresista, partidos provinciales como el bloquismo sanjuanino y la derecha conservadora luego conocida como UcéDé y PRO, el peronismo sufrió persecuciones (detenciones, desapariciones y exilios), fragmentándose y debilitándose sus estructuras. Su presidenta, María Estela Martínez, estuvo presa hasta 1981, cuando partió a Madrid.

El Justicialismo integró la Multipartidaria, a propuesta de Balbín (sucedánea de La Hora del Pueblo que planteó Perón 10 años antes). En 1983 aparecía como potencial vencedor, amén de un vacío de liderazgo; sin poder escapar de los fantasmas del pasado; conformando un frente (como en 1973); sin disgregaciones internas; fue derrotado por el radicalismo de Raúl Alfonsín. Mantuvo su capilaridad, triunfando en centenares de municipios, y en 14 provincias.

El partido se reorganizó, naciendo la “renovación” en 1985, en una interacción con el gremialismo menos vertical que la impulsada por Perón. En 1988 celebró la elección interna más importante de su historia, enfrentándose dos visiones: una socialcristiana, con Antonio Cafiero – José Manuel de la Sota; la otra, de impronta clásica, de Carlos Menem – Eduardo Duhalde, triunfando éstos y alcanzando la Presidencia en 1989.

Menem apeló al personalismo; el partido replanteó rumbos, con nuevas alianzas incorporándose al gabinete figuras como Domingo Cavallo, Antonio Salonia, María Julia Alsogaray, Oscar Camilión. Adoptó políticas liberales, impulsó la modificación de la Constitución (1994, completando el ciclo reformista realizado desde 1985 en las provincias, recuperándose contenidos de la reforma de 1949, durante la primera presidencia de Perón, abrogada en 1955).

El desgaste del menemismo y el menguado apoyo a Duhalde facilitaron la llegada al poder de una Alianza liderada por el radical Fernando de la Rúa y el peronista disidente Carlos Álvarez, donde también participaban Alfonsín y otros políticos radicales y progresistas. El peronismo ganó en 14 provincias. La renuncia de Álvarez en 2000, el fracaso de la gestión De la Rúa, y el “golpe institucional” sucedido tras la desastrosa elección legislativa de 2001, devolvieron al peronismo el poder, con la famosa semana de los cinco presidentes (desnudando enormes pujas entre los gobernadores peronistas). Con Duhalde oficiando como “restaurador”, se aborta la realización de internas para definir candidaturas (probablemente favorables al menemismo) y se presentan, en 2003, tres candidatos peronistas con sellos propios: Néstor Kirchner; Carlos Menem; y el gobernador puntano, presidente por una semana en 2001, Adolfo Rodríguez Sáa. Para entonces el justicialismo se deslizaba por un tobogán de contradicciones.

Con el gobierno de Kirchner (Menem renuncia al ballottage), se procura un liderazgo más progresista y popular. Manteniendo 16 provincias, varios sellos peronistas (4 respondían inicialmente a Kirchner, que amplió sus bases, apelando a la “transversalidad”, con actores no peronistas). Néstor Kirchner no opta por la reelección, siendo sucedido en 2007 por su esposa, Cristina Fernández, integrando fórmula con el radical mendocino Julio Cobos.

Fallecido Kirchner en 2010, la presidenta asume la conducción. Inclusivo socialmente, el kirchnerismo-cristinismo fue políticamente sectario. El justicialismo fue enterrado como sello electoral o parlamentario. Algunas provincias adhirieron a los nuevos vientos, otras se replegaron al estilo “neoperonista”, como Córdoba. Lo que vino después, incluida (tras la derrota ante Macri) la presidencia de Alberto Fernández y la fallida candidatura de Sergio Massa (conformando dos frentes electorales de ocasión), no puede ser registrado como continuidad lineal del Partido Justicialista (presentándose en 2023, otras candidaturas peronistas, como la de Juan Schiaretti).

La esfera provincial, dominada por diferentes tipos de alianzas, muestra a un peronismo desperdigado, con presencia dominante en ocho provincias, y participaciones más o menos significativas en otras cuatro. Tanto Menem o los Kirchner en el plano nacional, o los dirigentes provinciales que han ido construyendo partidos cada vez más locales, tomaron del peronismo su impronta pragmática (que no era desideologizada ni anómica) y diferentes versiones de carisma. Pero no es posible hablar hoy de “peronismo” en sentido estricto, si cotejamos lo que dicen -o hacen- los principales dirigentes partidarios o sindicales, incluidos los miembros del devaluado partido, nacionalmente presidido por Alberto Fernández, con la visión y la obra de cualquier Perón: el anterior a sus 10 años de gobierno; el Presidente; el exilado; el último gobernante; o el muerto, espectro inabarcable, el de las manos arrancadas, al que cada tanto le dedican una misa de ocasión, o una visita al sepulcro que termina, sino a los empujones, a los tiros.

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