El sistema constitucional español, remozado en 1978 tras un difícil siglo XX -decadencia monárquica, breve república, guerra civil, franquismo y transición-, restaura la monarquía y recupera tradiciones parlamentarias, promoviendo un pacto destinado a sostener una democracia bipartidista: una expresión progresista y laborista, orientada del centro hacia la izquierda -el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)-, y otra conservadora, desde el centro a la derecha -tras su refundación en 1989, el Partido Popular (PP)-.
Su primer monarca tras el largo período franquista, Juan Carlos I, sostuvo un papel protagónico cuando la transición, en la que destacaron figuras como su cercano asesor Torcuato Álvarez-Miranda (Presidente de las Cortes hasta 1977, luego senador constituyente) o Adolfo Suárez (Presidente del Gobierno designado y luego electo, hasta 1981), respaldando un orden constitucional que debió soportar dos asonadas militares. En la constitución de 1978, el rey mantiene las funciones de jefe del Estado, que al efecto de la elección del presidente de Gobierno importan proponer candidato al Congreso de los Diputados (una de las dos cámaras de las Cortes, junto al Senado), el cual será “investido” por mayoría y luego designado por el monarca. El presidente mantiene el cargo hasta el cese de la legislatura que lo consagra -entre la siguiente elección general y su reinstalación será un “presidente en funciones”, con carácter provisorio-.
Esta ingeniería posibilitó una andadura estable por varios lustros. Luego de Suárez, sobreviene la breve gestión de Calvo-Sotelo y llegará “Felipillo” González (PSOE) en 1982, ratificando su liderazgo por varios períodos. Un lógico desgaste y la renovación de figuras conservadoras entroniza a José María Aznar (PP) por dos legislaturas: la de 1996 y la de 2000, en la que su agrupación predomina significativamente sobre la izquierda (amplia mayoría parlamentaria y triunfo en todas las comunidades autónomas, unidad subnacional equivalente a las provincias argentinas).
Abiertamente pro-occidental, España se sumó a la Otan en 1981, a la Comunidad Europea en 1986 y, con Aznar, mostraba incondicionado alineamiento con el “Nuevo Orden Internacional” planteado por los Estados Unidos en los ´90. Es probablemente la aplicación de recetas neoliberales y el irresoluto problema del terrorismo la motivación del deterioro conservador. El socialismo revalida credenciales con José Luis Zapatero (2008 y 2012); una gravosa recesión dará nuevas oportunidades al PP, con Mariano Rajoy.
El bipartidismo, pese a la crisis social y económica, se mantiene; pero subyace una profunda crisis de legitimidad, volcándose la insatisfecha ciudadanía hacia una pluralidad de pequeños partidos e incipientes movimientos sociales con pronta vocación de transformarse en corrientes partidarias. El derrumbe alcanza a la monarquía. En 2014, Juan Carlos I abdica a la corona envuelto en escándalos. Como nunca, campea en la escena el cuestionamiento profundo al sistema todo. El intransigente separatismo vascongado permea varias regiones, tomando cuerpo en Cataluña. Compartirán responsabilidad en este desaguisado gobiernos vacilantes, que no estuvieron a la altura de sus delicadas misiones en contextos socioeconómicos y políticos complejos, los fallos del Tribunal Constitucional que debiendo fijar posición en meses sobre temas sensibles como el catalán lo hicieron en años, el deteriorado sistema europeo, la crisis del multilateralismo, la pérdida o insuficiencia de beneficios sociales, más recesión y desempleo sin imaginación para afrontarlo, etc. La opinión pública pondera con las peores notas desde el inicio de la democracia tanto al funcionamiento del sistema como a sus ejecutores.
La crisis actual, representa para Felipe VI una prueba tan dura como la crispada transición que debió sortear Juan Carlos I. La abdicación de éste y los enjuiciamientos, por corrupción, a integrantes de la familia real, acrecientan la debacle institucional. Una pluralidad de partidos de mediana y pequeña envergadura se ofrecen como opción al electorado, muchos ellos nacidos del enfado ciudadano. El arco político se fragmenta. Tras la magra elección legislativa de 2015, Rajoy no conseguirá los votos para formar gobierno. Tampoco los obtendrá una alianza entre Sánchez -PSOE- y la izquierda. Una nueva elección general en 2016, empujado el PP por una mejora económica, brindará al opaco dirigente conservador, en alianza con partidos emergentes, sustento para seguir en el gobierno. Pero el caso “Gürtel”, que demostró un escandaloso manejo de la contabilidad del PP, brinda chances al PSOE y partidos menores para aplicar la “moción de censura” -por primera vez- y entronizar a Pedro Sánchez, reciente vencido y cuestionado incluso en su partido.
Tras ocho meses de pocos logros y muchas polémicas, sin apoyo parlamentario para aprobar su proyecto de presupuesto -lo apoyan sólo 84 de 340 legisladores en Diputados y ha perdido el respaldo de regionalistas catalanes-, Sánchez disolvió las Cortes, convocando elecciones generales para el próximo 28 de abril.
Utilizando una estrategia similar a la que le permitió ratificar su liderazgo en el PSOE (cuando renunció a la Secretaría General del Partido tras la derrota en 2015 para convocar a una reorganización del partido y vencer en los comicios internos), Sánchez es ya el primer candidato de una danza que aunque tradicionalmente se animó por dos partidos principales hoy está mucho más poblada, con la aparición de los ya importantes partidos y coaliciones entre las que sobresalen Podemos, Ciudadanos, Vox, y partidos regionales con representación parlamentaria.
Tras la elección, se intuye la necesidad de coaliciones para formar gobierno. Las agrupaciones tradicionales, ¿capitalizaron las lecciones de esta amarga crisis? Los partidos nuevos ¿aprovecharán esta oportunidad o se dejarán llevar por impulsos? ¿será la hora de la derecha, con expresiones tradicionales, moderadas o “ultras”?, ¿hasta dónde influye en ello el ataque socialista al espectro de Franco?
España necesita luz y acuerdos. Su historia reciente enseña que son posibles. Mientras el mundo espera la recuperación, quizás Felipe VI, intentando sintonizar al pueblo como alguna vez lo hizo su padre y sin salirse de su rol de jefe de Estado, deba esforzarse en ofrecer su mesa para que la dirigencia articule salidas.