Debo comenzar con un lugar común: yo tampoco creí demasiado en la sinceridad de las pregonadas “reformas estructurales” que el cura Bergoglio anunció, nada más calzarse las Sandalias del Pescador, la sotana blanca, y comenzar a llamarse Francisco. Pero, a estas alturas, debo reconocer mi error, empujado seguramente por ese pesimismo incrédulo que ha terminado por convertirme en un viejo cascarrabias (aunque, a mi favor, hay que decir que generalmente mi incredulidad acierta). Pero la actitud reformista del papa argentino (“y peronista”, agrega siempre Lilita Carrió) ha abierto unos grifos insospechados, unas canillas que estaban cerradas a calicanto, y de las que ha comenzado a manar agua, a cuentagotas y llena de óxido todavía, pero que amenaza con alcanzar el tamaño de potentes chorros que laven la mugre de décadas, siglos quizás. Es esa misma actitud la que ha hecho lugar a que algunas investigaciones serias, de académicos y estudiosos independientes, lograsen romper el techo de cristal del silencio vaticano: en estos días, mientras el papa inaugura un inédito sínodo mundial en torno a los abusos sexuales por parte de miembros del clero, el sociólogo francés Frédéric Martel publica “Sodoma”.
El libro está llamado a ser un chorro de aquella agua que viene a lavar –en este caso, con mucha lejía y jabón- los pasillos del centro de poder de la iglesia. Utilizando un aparato crítico y un marco teórico serio y relevante, el profesor Martel, que ya ha publicado otras investigaciones sobre sociedad y sexualidad que ameritan a considerarlo un especialista, ha entrevistado durante años a medio centenar de cardenales, otro medio centenar de obispos, diplomáticos vaticanos, embajadores extranjeros acreditados ante la Santa Sede, y a docenas de monseñores, curas y seminaristas; el resultado es un contundente volumen de 600 páginas que está en la boca y en los despachos de toda Roma. Porque la investigación termina sosteniendo una hipótesis inquietante que, con datos muy concretos, viene a ratificar una percepción que ya era de dominio público desde hace tiempo: que la iglesia, con su castidad impuesta, el celibato antinatural, el secretismo y el ocultamiento como método interno, y la defensa corporativa de sus miembros, ha sido un refugio social para aquellas personas con sexualidades diferentes a la hegemónica.
La homosexualidad es una realidad omnipresente en la iglesia católica y sirve para entender las crisis que la han golpeado en las últimas décadas: que haya cada vez menos sacerdotes, que se armen asociaciones de hijos de curas, que el encubrimiento de abusos sexuales sea un escándalo cada vez más extendido, y hasta que las reacciones conservadoras contra el propio papa Bergoglio tengan una violencia y una fuerza inusitadas.
El libro de Frédéric Martel pone de manifiesto la doble vida y moral de los jerarcas del catolicismo, que según el autor no conforman una minoría sino, por el contrario, representan a la gran mayoría silenciosa (o sea, dentro del “armario”) en la cúspide de la pirámide del Vaticano. Una mayoría que sería del orden del 80 % de la totalidad de los prelados. La investigación del sociólogo francés no se adentra en los juicios sobre la vida privada de cada quién, pero sí en los efectos de ese secretismo y de esa doble moral en la ideología dominante de la iglesia, especialmente en cuestiones como la moral sexual, la utilización del preservativo, de los métodos anticonceptivos, del matrimonio gay, del aborto, etc.
Y, en medio de esa lista, también la homofobia rampante que se respira desde los altos cargos eclesiales. Y aquí las conclusiones de Martel son demoledoras: la homofobia esconde la homosexualidad. Cuanto más homófobo es un obispo, más posibilidades hay de que sea homosexual; cuanto más oculta y protege un obispo a un cura abusador, más posibilidades hay de que esté ocultando sus propios secretos sexuales. Frente a todo ello, el francés resalta aquella frase de 2013 del papa Francisco ante una consulta sobre los homosexuales: “¿quién soy yo para juzgar?”.
Dicen en Roma que Martel le ha enviado uno de los primeros ejemplares de su libro al papa. Dicen que Bergoglio lo lee, abiertamente, a la vista de los obispos y cardenales de la corte papal.