¿Quién ama a Nicolás Andreoli?

¿Quién ama a Nicolás Andreoli?

Podría ser un personaje de Capusotto pero no: Nicolás Andreoli existe y cree en su proyecto. ¿Acaso sería posible mantener a flote semejante bochorno sin el ancla de la convicción? La menor duda lastimaría a Andreoli hasta dejarlo agonizando de vergüenza. Su firmeza es la firmeza del psicótico y quizás esto no sea un apunte metafórico: basta detenerse en su mirada para detectar algo raro, un terror inconcluso, cierto homicidio culposo del decoro. Los ojos de Andreoli son los de un equilibrista que de percatar la altura de su rimbombancia, caería al abismo de la perplejidad.

Para quienes no lo conocen, Nicolás Andreoli es un poeta del alma obsesionado con la rima consonante. Hace rimar flexiones morfológicas, verbos en infinitivo, en gerundio o pronominales. Vicios desterrados de la poesía que sólo se perdonaban en los versos de los chocolates Dos Corazones.

Aquí un ejemplo de su hit mansplaining: ¿PUTA QUIÉN? El poema dice así: “¿Puta quién? La que decide compartirse, la que te embellece al desverstirse, la que te ilumina al reírse, o la que tuvo el coraje de irse”. Otro ejemplo para captar su maña rimante se aprecia en el poema ELLA QUIERE SER FELIZ: “Está podrida de las trampas de la vida. De los abrazos que dejan heridas, de las ilusiones que no duran más que un par de días. De las mentiras. De las caídas. Está podrida de levantarse dormida, de hacer lo mismo, de no ver las salidas”. Y así podríamos tomar varias muestras de su prolífica producción, textos breves para desperezar la conciencia y edulcorar el alma.

Hasta la fecha, Andreoli se autopublicó dos libros: “Hagamos el Amor” y “Pedí un deseo”. Ambos pueden adquirirse en una página web que el mismo Nicolás Andreoli diseñó y que bautizó como nicolasandreoli.me. Dato clave: en Instagram acumula cerca de 180.000 seguidores.

Su fama pudo ser calma meses atrás, pero cuando la obra desembocó a Twitter, reino del sarcasmo, los haters se filtraron a su canal de YouTube y a su cuenta de Instagram. El tuitero es instruido, hace del ingenio una disciplina. La notoriedad de Andreoli, entonces, creció bajo el consumo irónico de Twitter. Fascinación y espanto se hicieron presentes. Y la altura moral del consumo irónico también.

Nadie entiende que Andreoli subsista como literato, pero hay allí un error básico, porque la literatura de Andreoli es apenas una baratija sintáctica. Curiosamente, cuando es consultado por sus referencias literarias, arroja nombres del ámbito musical como Ismael Serrano o Jorge Drexler. Andreoli no se identifica del todo con la palabra y valiéndose de la multimedia hace del yo un chillido persistente.

La difusión se concreta mediante videos caseros en donde sobreactúa sus poemas. Táctica valiente porque no se resguarda bajo el anonimato de una tarjeta de Junot ni de un seudónimo: Andreoli pone el cuerpo, lo convierte en significante, aprovecha su buen porte para fotografiarse y filmarse compulsivamente. Calcula un personaje: flaco sensible trotamundos que descubrió el clítoris espiritual. Es un Sócrates jugando al modelaje.

Andreoli como mercancía sería imposible si no fuese un hombre joven, blanco, delgado y hétero-cis. Este canon encaja con una demanda cibernética que hace de los adolescentes –precisamente centennials– sus consumidores más voraces. Ninguna sorpresa al chequear que los comentarios corresponden a púberes del sexo femenino, niñas alabando su sensibilidad y llenándole de corazones las fotos –no sólo selfies, también textos confeccionados como postales de autoayuda.

Donde la obra de Andreoli adquiere audacia es al conjugar una demacrada tradición literaria new age con el estrellato propuesto por Instagram. Andreoli acaba siendo un influencer de lo antiguo, de un amor romántico que culturalmente intentamos soltar pero que se aferra a la época con fuerza inusitada. Andreoli, cuan líder de una secta hippie, recluta ejércitos humedecidos enarbolando la bandera del amor.

Al feminismo no le queda más alternativa que entrar en acción. Andreoli, envuelto en su fantasía de iluminado, estupidiza a la mujer empoderándola desde el mero sentimentalismo y gracias a su voz masculina. El flaco sensible trotamundos sentencia: “porque eres mujer eres bella”, y con este pase mágico reduce a sus fans a objetos de contemplación retroactiva. Efecto retroactivo porque en definitiva es él quien goza al ser contemplado.

Pero hay cuestiones más graves en Andreoli que exceden sus patologías: con sus performances no hace más que intensificar la experiencia del amor romántico por encima de cualquier otra experiencia, y esto resulta cancerígeno para la potencia política de la movida influencer, dispuesta a contener identidades emergentes, o al menos a subvertir las reglas de la industria cultural como logró hacerlo el Duki con la música.

Claro que Andreoli no es un criminal y si su fama crece es porque la circulación tecnoafectiva no logra independizarse de las tradiciones afectivas heredadas por nuestros padres. El amor romántico sigue siendo una ilusión troncal y desesperante, vórtice de nuestros anhelos como humanidad.

La revolución digital, en definitiva, no revoluciona nada cuando es coaptada por un Nicolás Andreoli. Los galanes, esos trovadores adictos al hechizo de su propia melodía, se mudan al dispositivo de moda y dislocan el medio del mensaje. Andreoli es la perpetuación de quienes nunca supieron cambiar su capacidad de sentir.

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