El 2020 terminó con una crisis humana y económica global sin precedentes. La pandemia ha contaminado a 80 millones de personas y matado a 1,8 millones en el mundo. Con los confinamientos la economía mundial ha sufrido la peor recesión en 75 años, causando la pérdida de ingresos para millones de personas. América Latina terminó con más de 15 millones de infectados y casi medio millón de muertos, 30 nuevos millones de desempleados, pobres y hambrientos.
Pocos han entendido que la pandemia del Covid-19 no tiene nada de evento aislado y excepcional, sino que es un momento de un proceso mucho más amplio: el colapso ecosocial. El gran shock que generó el confinamiento total fue quedando cada día más lejos. Hace ya meses que vivimos una nueva normalidad” que ni es nueva, ya que sigue poniendo el capital y el crecimiento por delante de la vida. Hubo optimistas –como siempre- que pensaron que se podía aprovechar el parate para poner en marcha un cambio de rumbo, pero pareciera que nuestras sociedades han sido dirigidas para aferrarse al miedo y al continuismo y, para que sigan luchando para que todo siga igual y se normalice cuanto antes, se regularice, se estabilice.
El veterano filósofo, dramaturgo y novelista francés Alain Baidou señala que entre las homilías catastrofistas que emanan de los sectores más involuntariamente religiosos del ecologismo (estamos al borde del Juicio Final”) y las fantasmagorías de una izquierda desorientada (somos los contemporáneos de luchas ejemplares y del colapso del capitalismo”), cualquier orientación racional se desvanece y una especie de caos mental prevalece por todas partes. Paren el mundo, me quiero bajar.
Y entre los que pagan los platos rotos de tal debacle, estamos los 632 millones de latinoamericanos. Quizá nuestra vida prepandémica haya pasado a ser historia antigua, recuerdos de un mundo que fue, porque lo más probable es que no volvamos a la normalidad que conocíamos. Ahora casi todo es virtual, incluido el trabajo, lo que pone en funcionamiento la guerra tecnológica y la implementación del 5G mientras se avanza en el 6G para 2025, y las grandes empresas tecnológicas como Google, Apple, Facebook y Amazon (además de las chinas como Huawei, Alibabá) pasan a tener más presencia y poder que los propios Estados. Será el peor ejercicio desde que hay registros: la pobreza y los principales indicadores de bienestar social regresarán a niveles de una década atrás. La región tendrá que esperar al menos hasta 2023 para recuperar el nivel de PBI anterior a 2020. Pero el problema mayor sigue siendo la enorme desigualdad, la enorme brecha entre los cada vez más poderosos y los pueblos.
Una cuarta parte de la población de América Latina, unos 142 millones de personas, corre riesgo de contraer Covid-19 por la falta de acceso al agua potable, el uso de combustibles nocivos dentro de sus hogares, y la desnutrición, en una región donde –según Oxfam- la fortuna de las 73 personas suma más de 1.000 millones de dólares, y ha aumentado en más de 50.000 millones de dólares desde el comienzo de la pandemia.
En este mundo se agota el modelo neoliberal como paradigma aunque esa cepa parece más resistente en nuestra región, pero más grave es que va desapareciendo el concepto de democracia, con el auge de la ultraderecha ante la falta de propuestas para salir de la crisis.
América Latina termina 2020 con una caída del PBI del 7,7% y una tasa de desocupación del 10,7% en la peor crisis en 120 años. La distribución de las vacunas es otro factor que será determinante. Al término del año lo único cierto es que nos invade la incertidumbre y subsiste el miedo y la polarización y la tensión política. El choque ideológico no es nuevo, pero se agrava con la amenaza de crisis económica y la quiebra de los modelos políticos tradicionales. La nueva configuración política vendrá acompañada de la política exterior estadounidense bajo la presidencia de Joe Biden.
La pandemia de coronavirus incrementó la incertidumbre en un 2020 que ya se anticipaba convulso pero que, en el último trimestre, reactivó la agenda política. El triunfo a favor de una nueva Constitución en Chile y el fin del gobierno de facto en Bolivia son los casos que han tenido más repercusión. Jair Bolsonaro perdió las elecciones parlamentarias en Brasil, la violencia sigue azotando México y Colombia, y las protestas sociales no cesaron en Ecuador, Guatemala y Perú. Para la región fue un mal año para los movimientos sociales, acorralados por el crecimiento de la militarización y los diversos controles estatales, incluyendo los digitales, la imposición de confinamientos que impidieron la movilidad y acentuaron el aislamiento y el individualismo. Un cóctel opresivo y represivo como no se veía desde hacía mucho tiempo. Las limitaciones impuestas a la población en general, y a la movilización en particular, sumadas al abandono de los Estados, llevaron a los movimientos a replegarse, primero, para salvaguardar la salud colectiva y comunitaria, evitar contagios masivos en los territorios de los pueblos y fortalecer las autoridades propias.
¿Podemos decir, al comienzo del 2021 que todo tiempo pasado fue mejor, cuando ya sumamos en la región más de 30 millones de nuevos desempleados? Lo que nos queda es redoblar la esperanza en la lucha de nuestros pueblos.
Periodista uruguayo, director del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico – CLAE