El ojo sin cables

Vida cotidiana | Por Pancho Marchiaro

El ojo sin cables

En abril de 1973 empezaban a torcerse las coordenadas de la humanidad. Grandes conceptos como tiempo, espacio, memoria o intimidad cambiaron de jerarquía debido al pequeño celular que atesoramos en el bolsillo.

Hace 35 años, el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín impulsó el plan Megatel, para ampliar el acceso a la telefonía. Entel, la empresa pública que gestionaba los servicios de telecomunicaciones desde que Perón le nacionalizó en 1946 permitió, con avances y retrocesos, cierta democratización de la telefonía. Muchas familias pusieron esos aparatos inusuales (y en aquel entonces modernos) verdes y marrones en una mesa ratona, con una carpetita tejida al crochet debajo, y un candadito en el 1. Un cable conectaba ese oráculo con la modernidad.

Antes de eso (y hoy parece de otro siglo, que, por cierto, lo fue) había que recurrir a un teléfono público, o a la buena voluntad de los vecinos, para enterarse de una noticia urgente o una visita familiar. Quienes ya teníamos conciencia en esas remotas épocas, también recordamos esperas de varias horas para conectar” con un teléfono de otra provincia.

Sin embargo, la presencia de los teléfonos en los hogares, y una paulatina mejora en el servicio, no tuvieron el impacto en la historia que caracteriza la aparición de sus hermanos menores, los teléfonos móviles.

La hegemonía de los celulares destaca por haber alcanzado unas estadísticas récord, que ninguna otra tecnología puede imitar. Con casi cinco billones de aparatos activos en el planeta, su penetración en el país ronda el 95,9% de la población con más de 18 años, según el estudio EPH (Acceso y uso de las tecnologías, Indec, 2019) donde, por cierto, llama la atención que el 50% de niñas y niños de entre 4 y 12 años poseen un dispositivo.

Pero su entronización va más allá de los números: los teléfonos celulares se han transformado, por su capacidad de condensación y convergencia, en un ojo de Horus”. Vemos, leemos y escuchamos música casi excluyentemente desde estos aparatos, que poseen una dimensión mágica muy diferente a los casi extintos teléfonos fijos. Nos sentimos desprotegidos sin ellos, y corremos el riesgo de desaparecer en la infosfera.

Es más: pagamos, nos orientamos, y enamoramos (o sea nos desorientamos) con los smartphones. Compramos, vendemos, y entendemos el mundo a través de esas ventanas, cuya potencia deja perplejas a las reglas que rigieron la humanidad hasta ahora.

Pongamos un ejemplo. Podemos video-llamar a una persona que se encuentre en cualquier parte del mundo sin que lo sepamos. No es descabellado que un vecino nos atienda en China sin que nos enteremos, con lo que, además de quebrar la coordenada del espacio, también sucumbirá la relación tiempo, puesto que nos atenderá mañana, once horas más tarde. Si hubiera wifi, habremos destrozado las referencias sobre las que se ha apoyado nuestra civilización (el espacio y el tiempo) gratis, porque las videollamadas no tienen costo en Whastapp.

Otro ámbito perforado por el uso de celulares es la memoria humana, puesto que, desde recordar números (hoy una antigüedad) hasta nombres o fechas, ha pasado a ser una responsabilidad más del aparato. Una nota aparte merece el impacto del pequeño teclado en la escritura.

Dar a luz en la vía pública

Casi como una fábula del sueño americano, la primera llamada realizada con un teléfono móvil tuvo lugar en abril de 1973, y el que marcó fue Martin Cooper, directivo de Motorola y padre de la criatura, desde una calle de Nueva York. Adivine, estimado lector, a quien llamó: ¿a su mamá?, ¿a su novia?, ¿a su hijo? No. Martincito le avisó a su mayor competidor, el doctor Joel Engel, jefe de investigación y desarrollo de AT&T, que acababa de perder la carrera hacia el primer teléfono móvil.

El recién nacido, un Motorola DynaTAC 8000X, transitó un largo embarazo, y recién comenzó a venderse varios años más tarde. Nació con casi un kilo, una batería que duraba media hora, y un costo que hoy representaría unos US$ 10.000.

Ese invento colosal, que cambió la humanidad para siempre, le reportó a Cooper un premio insólito: recibió un dólar en su nómina salarial del mes siguiente, puesto que había firmado una cesión de derechos a la compañía en su primer contrato.

Si él es el padre de la criatura según los papeles, la madre, seguro, fue Rudy Krolopp: un desarrollador de la empresa, cuyo curriculum destaca que se graduó en Bellas Artes, y en Artes Aplicadas. Frente a la duda sobre la autoría del invento, se puede acudir al refrán que dice la madre es segura… el padre debe comprobarse”.

Pocas industrias han sido tan vigorosas y dinámicas como la telefonía móvil, con momentos claves en cada paso tecnológico que se dio (2G, 3G); y algunos momentos cruciales, como el año 2000, cuando en Finlandia se envió el primer mensaje SMS. O enero de 2009 (¡hace tan poco!), cuando se lanzó Whatsapp.

Las muertes que iluminan tu perfil en Instagram

Pero ser la brújula de la humanidad, el talismán que envía y recibe los contenidos, noticias y recursos de las personas, esta suerte de ojo de Horus, tiene un titánico peso histórico: las Naciones Unidas reportaron que esta tecnología se expandió con más celeridad y contundencia que ninguna otra en la historia y, aunque puede ayudar a personas de todas las condiciones sociales facilitando recibir pero también publicar y visibilizar información, también tiene lados oscuros.

Detrás del simpático tono de llamada de un Samsung, al mismo tiempo que encendemos la manzanita de un iPhone, contribuimos con desigualdades y guerras por metales raros que causan millones de muertes. Por caso, la segunda guerra del Congo, con 5,5 millones de víctimas directas, y cientos de miles de niños esclavos trabajando en minas. O el escandaloso impacto medioambiental que tiene la obsolescencia programada en estos artefactos de renovación casi anual, y que protagonizan uno de cada tres robos en el mundo.

Su letalidad también es corporativa. Miremos a Motorola, que ahora ocupa un lugar minoritario en ventas. Misma suerte corrieron los ex populares Nokia, o los Blackberrys, que quedaron muy lejos de la Samsung, campeona de ventas. Esta firma está escoltada, mucho más atrás, por Apple, que a duras penas se defiende de las tigresas Huawei y Xiaomi.

Lacan acuñó el concepto de extimidad” para referirse a una cierta exteriorización de nuestra intimidad. Ciertamente se trata de una reflexión más compleja y rica, pero en la actualidad se la utiliza para reflexionar sobre el proceso para hacer pública nuestra vida, algo así como existir en el siglo XXI.

Los teléfonos han pasado a ser, además de nuestra lente para leer el mundo, el altoparlante para declarar cuánto queremos a nuestros hijos, qué comeremos, y con quién dormimos anoche. Una metáfora de los avances y pendientes que dejamos atrás.

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