El progresismo económico expuesto por Joseph Robinette Biden en su discurso del 28 de abril ante el Congreso de los EEUU es coherente con el conservadurismo político liberal en que enraíza su pensamiento. El progresismo, de cualquier color, en definitiva es tributario del pensamiento filosófico y político del iluminismo, que se encarnó hace algo más de dos siglos, y dentro de ese mismo universo se dirimen las disputas de Occidente.
Nuestra Constitución -dijo Biden al Congreso- comienza Nosotros el Pueblo, y el pueblo es el gobierno, ustedes y yo”. Así, desde siempre, queda el concepto de pueblo encerrado en la categoría insustancial y ficticia de la representación política. John Jay, unos de los siete padres fundadores de los EEUU, presidente de la comisión redactora de la Carta Magna y presidente de la primera Corte de Justicia, afirmaba que el pueblo era una masa molesta, ignorante y turbulenta que había que mantener lejos de las decisiones. El mismo Alexis de Tocqueville, mientras trataba de analizar si era la geografía o las leyes lo que permitía la consolidación política del gran país del Norte, tomaba nota de que no lo era ni lo uno ni lo otro, sino el alma americana” la que definía su democracia. La gran mayoría, particularmente los negros, los indios y los blancos sin bienes ni cultura, quedaban fuera de la toma de decisiones, y de los hábitos del alma de la nación.
EEUU es una idea única en el mundo. Fuimos creados todos iguales y no podemos abandonar esa idea”, dice Biden. Este es el corazón de su discurso, y solo bajo su luz se comprende su lógica. Tocqueville explica bien el concepto de Jay: la democracia estadounidense es una actitud (en palabras de Eduardo Nolla) de la mente y del corazón, que hacen a la igualdad y a la libertad. Y solo en su equilibrio -logrado por el acuerdo institucional del legislativo y el gobierno- se encuentra la armonía democrática, pues libertad sin igualdad es anarquía y, lo peor, igualdad sin libertad deviene en despotismo democrático.
La pregunta de si la democracia puede persistir es antigua, y también es urgente. Y esa pregunta sigue siendo vital, ¿puede la democracia responder a las necesidades apremiantes de nuestra gente y a las necesidades de nuestra Nación?, ¿puede la democracia responder a los odios y los miedos? Los adversarios de América, los autócratas del mundo están haciendo apuestas de que no podemos. La lucha (por la democracia) está lejos de haber terminado”. Biden admite así la vigencia de la duda democrática liberal, y del conflicto lleno de contradicciones que genera y propone que el pueblo, o sea él y los congresistas, logren los consensos necesarios rápidamente: del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, y sin el pueblo.
Ratifica cada uno de los conceptos fundacionales, pero le da identidad, casi a la manera de Negri y Hart, a la multitud insurreccional”: No podemos ignorar lo que todas nuestras agencias de Inteligencia han señalado como el peor peligro terrorista: el supremacismo blanco”, y flota entonces en el aire que para ellos se guarda la represión. Los que tomaron el Capitolio, a quienes se refiere reiteradamente, quizás fueron un número poco significativo, pero pueden haber sido la punta de un iceberg de 80 millones de norteamericanos que no votaron por el Partido Demócrata. Pensamos en la multitud que desangró nuestra democracia. La insurrección fue una crisis existencial y una prueba de si nuestra democracia podía sobrevivir. Y lo hizo”.
Hemos mirado el abismo de la insurrección y la autocracia y nosotros, el pueblo, no nos movimos ni miramos a otro lado”, le dijo al Capitolio. Para recuperar el alma de EEUU debemos defender el derecho sagrado al voto”. Concepto esencial que legitima a los representantes, pero que reduce el ejercicio pleno de la libertad participativa de los ciudadanos reales a ese único instante, cada dos o cuatro años, de la vida pública.
El individuo queda estrechado a la condición de sujeto pasivo por una visión paternalista de la política que es, al igual que el totalitarismo, una desviación del concepto original de democracia, ya que en esas condiciones el hombre no puede integrarse, generar una comunidad, ni ser artífice del propio destino.
Coherente con este pensamiento político, reducido el hombre al individualismo consumista, el programa económico apunta a dotar de bienes materiales, como el padre que calma los deseos de ser y crecer del hijo con beneficios de disfrute material. En definitiva, el hombre convertido en súbdito.
Biden también asume la defensa expresa del anarquismo moral de los colectivos que, en realidad, no solo no afectan el corazón decisorio del sistema, sino que, en su volatilidad, hasta le son funcionales. Como ya dijera Rousseau, mantienen aislados a los individuos sin capacidad de deliberación. La tecnología actual y la cultura de la corrección política” (closing culture”) hacen el resto, en el aislamiento individual o en una aglomeración no participativa.
Finalmente, pocos dirigentes políticos habrán querido clonar en sus países al sistema estadounidense como Jacobo Arbens, en Guatemala: desde el golpe de Estado que lo derrocó, en 1945, por la acción directa de la CIA, el mundo ha aprendido que el sistema proclamado por Washington es solamente válido puertas adentro.
Abogado y diplomático.