La pandemia en foco

Por Emilia Racciatti y Milena Heinrich

La pandemia en foco

Si en ciertos discursos que abanderaron referentes del campo intelectual, el sueño de un mundo más igualitario se presentaba como cambio positivo, un año después los horizontes de transformación o la posibilidad de un nuevo orden político se topan con las limitaciones de un sistema político y económico desigual que la pandemia se ocupó de revelar en toda su potencia, tal como coinciden con sus matices el psiquiatra Santiago Levin, la filósofa Esther Díaz, el historiador Alejandro Galliano y la analista de comunicación política Julieta Waisgold.

Tiempo de mover el tablero. Nueva normalidad. Punto de fuga del capitalismo. Los relatos y discursos que suscitaron estudiosos de las ciencias sociales desde la filosofía, la antropología, la sociología, la comunicación y la ciencia política en la primera etapa de la pandemia -como el pensador esloveno Slavoj Zizek, que proyectaba un nuevo orden comunista- quedaron atónitos frente al paso del tiempo, la coyuntura económica y la profundización de la desigualdad.

¿Se rearmaron los relatos un año después? ¿Quedó atrás el discurso del orden social y tomó su lugar una apreciación más cercana a lo biológico como consecuencia de las medidas de cuidado que impactan en nuestra dimensión como seres sociales?

Para Alejandro Galliano, docente en la Facultad de Filosofía y Letras, «las posiciones se mantienen: un bloque excepcionalista que entiende que la pandemia justifica diversos avances soberanistas; otro bloque normalizador, que quiere pasar lo más pronto posible al viejo orden de cosas, aún con un coste sanitario grande; y la minoría ruidosa de los negacionismos. En todo caso hay más desánimo: el excepcionalismo no alcanza (y sale caro), la normalización no viene y los negacionismos se radicalizan a medida que se alejan de la realidad».

La filósofa Esther Díaz cree que «el relato está cambiando y está muy bien que así sea porque si no seríamos más negacionistas que los negacionistas», y convoca al ejercicio de abordarlo subjetivamente: «desde la experiencia de cada uno, podemos reflexionar y pensarlo como un espejo que se refleja y se agranda. El año pasado, para esta época, no nos imaginamos jamás que íbamos a estar un año y medio así».

Doctora en Filosofía y autora de libros sobre Michel Foucault y Gilles Deleuze, epistemología, psicoanálisis y posmodernidad, la filósofa es contundente en cuanto a las ideas que se pusieron sobre la mesa cuando la crisis sanitaria todavía manejaba su cuota de excepcionalidad: «Me enojé mucho cuando mis colegas internacionales salieron a decir que se venía un mundo mejor, que iba a ganar una equidad social diferente y hablaban de nueva normalidad. Estamos viviendo en un sistema capitalista mundial, con muy pocas islas, y me pareció negativo que hubiera un análisis positivo con tanta desgracia a nivel internacional».

En desacuerdo con algunos de esos análisis, que en Argentina circularon en la publicación «Sopa de Wuhan» -con textos de Giorgio Agamben, Judith Butler, Zizek- y luego sirvieron como plataforma para pensar y discutir a partir de lecturas situadas del hemisferio sur, Díaz diferencia la predicción del diagnóstico: «La filosofía no es futurología sino pensar el presente. Y en este momento el mundo está cambiando. Si vamos a ser mejores o peores no lo sé. Lo que sé es que está cambiando».

Y mientras en «aquel momento en que algunas personas tenían la posibilidad de soñar, el discurso de ahora es más realista, exceptuando los libertarios. Desde el punto de vista de las personas que tratamos de razonar desde la realidad y no desde los ideales, por supuesto que hay que luchar por los ideales, pero antes hay que fijarse bien dónde estamos parados. Y estamos parados en un mundo en crisis porque no somos nosotros, ni la India, ni Brasil, ni EEUU, es una crisis total. Me parece saludable que hayan caído los discursos tremendistas de ambos lados».

Por su parte, Julieta Waisgold, abogada y analista en comunicación política, diagnostica: «El año pasado los gobiernos que tomaron nota rápida de la pandemia (algunos, como el de Bolsonaro, no lo hicieron) tuvieron durante muchos meses el discurso de lucha contra el enemigo invisible. Y en ese marco hablaban de una nueva normalidad a la que nos veíamos forzados, y otra que nos convocaba a salir mejores de la pandemia. Pero los virus solos no hacen revoluciones, y el enemigo, además del virus, es también una construcción social. Por eso cuando el virus dejó de ser novedad, el discurso de unidad frente al enemigo empezó a perder fuerza. Y se empezó a abrir un espacio para los discursos en falsa escuadra, que hablan de la libertad frente al autoritarismo, y plantean dicotomías que no existen. Pocos gobiernos del mundo tienen vocación totalitaria», argumenta.

A pesar de esas falsas dicotomías, Waisgold considera que esos discursos son «pregnantes» porque «el cansancio frente a la pandemia busca cauces y toma las formas que encuentra, y detrás de eso también hay sujetos que tienen aspiraciones y deseos. Cosas que hay que seguir escuchando para darle forma política a ese cansancio».

En este sentido, Santiago Levin, médico y presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, argumenta que «en plena segunda ola, con una población agotada y unos trabajadores de la salud exhaustos y al límite, se hace indispensable construir una narrativa que incluya el futuro» frente al «cruce complejo entre discursos antitéticos, que lejos de enriquecer la capacidad crítica del receptor la entorpece, porque uno de ellos predomina fuertemente por sobre el otro y desdibuja la necesidad de una concepción de conjunto, de un nosotros, para que el cuidado sea eficaz».

¿Queda lugar para las utopías?

«Siempre hay algún lugar para la transformación», asegura Waisgold y explica que «sobre la utopía hay distintas ideas. Hay quienes la piensan como un ideal, algo que nunca se va a realizar. Yo prefiero pensarla al estilo de Zizek. Él dice que la utopía no es un sueño, ni una cuestión de imaginación, sino de urgencia. Que ocurre cuando te encontrás sin otro camino posible y hay que inventar. Inventás en función de lo que hay, siendo sensible a lo que hay. Creo que siempre hay un lugar para eso».

En este punto, Galliano sostiene que «se esperaba que el Covid-19 hiciera lo que no pudimos hacer nosotros: crear una sociedad más justa y amigable. La pandemia es una catástrofe y así hay que entenderla. Y todo modelo de sociedad mejor tiene que pensarse a partir de la catástrofe, sus oportunidades y sus límites. El utopismo posible (y me arriesgaría a decir que la política posible) es post catastrófico, va a tener que construirse con lo que deje la pandemia: más precariedad, más digitalización y la consciencia de un entorno mitad natural, mitad artificial que no controlamos del todo».

Esther Díaz, por su parte, se define como «contra utópica» y argumenta que «el proyecto moderno, la ciencia moderna, Kant, creyeron que realmente con el aumento de la razón íbamos a ser cada vez más conocedores. Cosa que se cumplió, pero no para el bien absoluto, puesto que con todo el desarrollo científico y a pesar de los millones de dólares que se invierten en investigación, estamos como en la Edad Media». Y ejemplifica: «cuando venía alguna peste, como la que tenemos ahora, se encerraba la gente en las calles; con la epidemia de lepra en Europa se hicieron hospitales, que todavía persisten, para encerrar a los leprosos. Sí, es cierto: están las vacunas, se salva más gente, pero, ¿a qué costo?».

Es ahora, piensa la filósofa cuando «deberíamos recoger el fruto de la modernidad», sin embargo «los adelantos que nos llevarían a un mundo de felicidad para todos, nos llevaron al fracaso» y así lo explica: «La razón aplicada a la economía generaría más ganancias, cosa que pasó pero para pocas personas, de modo tal que el 1% de la población tiene el 98% de la riqueza mundial. Y la razón aplicada a la justicia iba hacer que reinara la ética y la paz perpetua. ¿Cómo estamos? Países en guerra en plena pandemia y manifestaciones populares. Está la minoría que se beneficia de estos fracasos, mientras que la mayoría nos vamos cayendo del sistema».

Como primer paso Levin propone una «narrativa de esperanza» porque «no se pasa de una crisis tan profunda a una construcción utópica sin escalas. Y en ese sentido no se puede pedir a la población que se cuide del coronavirus sin más, como si cada uno pudiera, por su cuenta, hallar un sentido a esos cuidados y a esas renuncias. El cuidado social que pretendemos, el acompañamiento masivo a las medidas de cuidado en pandemia solo puede ser habilitado desde una idea esperanzadora de futuro».

Y advierte: «La esperanza con sentido, no la esperanza vacía ni demagógica, es el puente que podría llegar a unir a un presente eternizado por la pandemia con un futuro imaginado como mejor.

En este año y medio de pandemia, hubo momentos en los que se instaló el augurio de un nuevo orden político, una nueva forma de pensar el rol del Estado, la reasignación de recursos como horizonte develado una vez que la emergencia sanitaria pasara, pero el desigual acceso a las vacunas y el avance de la precarización laboral alumbraron y dejaron al descubierto la ferocidad de un sistema que cuesta pensar en una dirección más igualitaria.

«No creo que haya virus revolucionarios. Por supuesto que lo que nos pasa puede despertar nuevos interrogantes, pero también puede no hacerlo. Depende de qué hagamos con eso. En el mundo está habiendo procesos electorales en los que triunfan signos políticos opuestos», señala Waisgold y ejemplifica con procesos electorales recientes en los que no hubo opciones que apunten a una misma dirección.

Para la especialista en comunicación política, «en EEUU ganó la opción más progresista y en la capital de España acaba de ganar la derecha. No veo que haya una discusión homogénea sobre un nuevo orden. Sí creo que hay nuevos elementos para hilvanar en el discurso progresista: inclusive aquellos lugares en los que el Estado no quería intervenir, como Brasil, tuvo que terminar haciéndolo. Parece que con la libertad sola no alcanza».

Galliano ubica el momento de cambio más general un tiempo previo: «El orden político anterior (a grandes rasgos, el liberalismo globalista) ya estaba en cuestión desde antes del Covid-19, quizás desde la crisis de 2008 o desde la segunda guerra de Irak. El tema es que desde un sistema de valores democrático y con garantías civiles, las alternativas efectivas hoy no son muy estimulantes: China, Rusia o la tecnocracia antidemocrática de Peter Thiel», grafica.

¿Cuál es el desafío?

Para el historiador, se trata de «torcer la dinámica que nos lleva hacia allí, revitalizando la democracia con los nuevos temas: crisis medioambiental, disrupción tecnológica y desalarización económica. Si podemos movilizar sujetos y proyectar futuros desde esos datos del presente, quizás cocinemos una alternativa más progresista al giro autoritario global».

Al momento de tener que definir si lo que vivimos implica un cambio, la también epistemóloga y ensayista dice que «desde el punto de vista artístico, científico, hubo un quiebre total» y a esta época, post 2001, la llama «póstuma», porque asevera que «nosotros los póstumos estamos recibiendo algunos de las consecuencias de la modernidad y posmodernidad, pero ahora somos otra cosa en un mundo diferente. Estamos en un período que va a durar porque ahora nadie puede negar que estamos ante un cambio de paradigma mundial».

Díaz se anima a decir que «es muy probable que el barbijo pase a ser una extensión de nuestro cuerpo, es una evolución tecnológica. Será nuestra segunda piel».

Levin no sostiene que «estemos en los umbrales de un cambio positivo» aunque haya habido «un optimismo inicial de cierto sector del pensamiento, que, en los comienzos de la pandemia, quisieron o creyeron ver el advenimiento de una nueva era de justicia y equidad».

El psiquiatra marca que «por el contrario, y con la modestia del caso, vamos a salir peor de lo que entramos. Y ello por una simple razón: una pandemia es una catástrofe, y de las catástrofes se sale mal, jamás bien».

«El objetivo máximo es salir lo menos mal posible, y eso no es (lo vemos diariamente) nada fácil. La respuesta global a la pandemia ha sido de mala a pésima, quedando a la vista la diferencia entre el poder formal y el poder real tanto en el escenario mundial como en el de cada país», remarca.

Ante este escenario, considera que «la pandemia ilumina con nitidez todo aquello que está mal en la organización de nuestro mundo actual» y «nos ofrece una instantánea que debemos mirar con detalle y guardar con dedicación, porque pasada la pandemia la tentación a la renaturalización de la inequidad será enorme, y corremos el riesgo de olvidarnos de lo que esta crisis nos permite entrever».

Sin embargo vislumbra «cierta esperanza de un cambio, pero solo si sabemos aprovechar la oportunidad que este momento desdichado nos ofrece para conquistar una nueva conciencia».

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