Entre tantas secuelas, la pandemia del Covid ha clausurado inexorablemente nuestras efusividades humanas, sí, todas esas íntimas manifestaciones presenciales intensas y recíprocas de sentimientos, de alegría, de complicidades, de afecto, de gozo, de simpatía y amistad, de piel y de goce, de vecindad y de cercanías, propias e inherentes a la vida misma.
Nos robaron el bullicio y alborozo propios de los recreos en la escuela, los juegos a la hora de la siesta, del disfrute del estudiantado universitario como forma de vida, de los innumerables e irrecuperables festejos familiares y rituales sociales: nacimientos, cumpleaños, casamientos, cafecito, fútbol y asadito con amigos, los insustituibles” almuerzos familiares de cada domingo; resumiendo, nuestras mejores costumbres, hábitos y preferencias, imponiendonos angustiantes desgarros afectivos y ascuas vinculares en cada distanciamiento obligatorio, por caso, entre abuelos y nietos, entre unos y otros, truncando sueños, edades y etapas de la vida.
Es que, sin piedad ni distinción, el coronavirus nos prohibió todo apretón de manos, palmadas, abrazos, mimos, besos y caricias, exponiendonos -sin avisar- a recelosas convivencias sociales, limitando nuestras amistades e intimidades a toda remota virtualidad.
El desasosiego y la sospecha colectiva se apoderó de nosotros con sus secuelas de soledad, bronca, desconciertos, perplejidades, desintegración familiar, amical y social, derrumbes económicos, de merecimientos frustrados (fiestas, celebraciones, viajes, paseos, despedidas póstumas) e inagotables catálogos de hartazgos y frustraciones.
Recurrentes descuidos”, transgresiones, clandestinidades, privilegios y bravuconadas humanas con sus imprudencias, irresponsabilidades, corruptelas e insolidaridades personales, comunitarias y gubernamentales, vienen sumando, multiplicando y expandiendo este maldito virus arrasador con extravagantes e insólitas excusas egoístas de extremistas libertarios y albedrío individualistas, pero entre ola y olas epidemiológicas.
Tanto el olvidable 2020, cuanto lo que discurre de este 2021, ya se han llevado demasiadas vidas en muy pocas lunas, dejando a su paso mucho dolor, impotencia y ausencias definitivas. Cuando se deteriora lo emocional, cuando el llanto no para y crece la indignación por todo el tiempo que no nos vimos sin máscaras ni tecnología, por cada vez que no nos tocamos, abrazamos, brindamos, bailamos, besamos y cantamos juntos, entonces fuimos reducidos a una subespecie de onanismo emocional.
A pesar de todo ello y siendo la comunicación no solo un bien preciado, sino la primera necesidad humana, según la madre Teresa de Calcuta, revalorizamos la tecnología que nos ha mantenido conectados, trabajando o aprendiendo, buscando espacios de tiempo para acortar distancias conservando afectos, todo lo posible. Los whatsapp de motivación, las curiosidades compartidas, la creatividad sin límites para dar, usar, comprar, cuidar y amar junto a los aplausos y la música generosa de quienes inundaron de ilusión, entusiasmo y gratitud a nuestros heroicos profesionales y trabajadores esenciales.
Las calles vacías… así transcurre este tiempo largo y agobiante, teñido de sombras, fatalidades y empachos audiovisuales víricos, que mantienen palpitante y alerta nuestros corazones ante lo impredecible de su desenlace.
Hoy debemos seguir luchando y resistiendo aún a pesar de cada irresponsabilidad personal y social, de cada contradicción e ineficiencia gubernamental, cuando todavía un solo, exhausto e infra retribuido médico logre salvar otra vida, cuando una sola enfermera pueda cuidar otra más, cuando un voluntario puede acompañar otra o a sus familiares, cuando nos resistimos a ir de fiesta para evitar contagios, cuando renunciamos a un abrazo o a un beso de amor, cuando todavía escondemos las sonrisas y disimulamos los abrazos debajo de nuestros variados, coloridos y ocurrentes barbijos porque, aun abrumados, inermes e indefensos, conservamos la esperanza de que podremos disfrutar de un merecido festival interminable de efusividades.