Si bien la solidaridad es un valor que late y se activa desde un natural instinto gregario ante necesidades extremas y adversidades, esta pandemia/cuarentena sacudió y visibilizó su lozanía y esplendor en modos y alcances sorprendentes, tanto en sus manifestaciones espontáneas y creativas cuanto en la adhesión que las mismas despiertan y multiplican.
En Argentina, hoy se celebra el Día Nacional de la Solidaridad, en agradecimiento y homenaje a la madre Teresa de Calcuta, nacida en Albania, el 26 de agosto de 1910, con el nombre de Agnes Gonxha Bojaxhiu; monja católica que dedicó su vida para ayudar a los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos.
Por esa época, las calles de Calcuta estaban atiborradas de mendigos, leprosos y desamparados. Los niños indeseados eran regularmente abandonados a su suerte en las calles o en los tachos de basura. En 1946, la Madre Teresa sintió la necesidad de abandonar su posición en un colegio de Santa María, donde enseñaba geografía, para ocuparse de los necesitados de Calcuta. Desde entonces su misión fue cuidar a los hambrientos, los desnudos, los que no tienen hogar, los lisiados, los ciegos, los leprosos, toda esa gente que se siente inútil, no amada, o desprotegida por la sociedad, gente que se ha convertido en una carga.
A propósito, un inspirador e incomparable faro solidario cordobés es la obra del Cura Brochero, quién asumió como propias las necesidades de sus parroquianos, hablándoles sin tapujos con su misma jerga, haciendo con ellos, codo a codo, para que entendieran y encarnaran paulatinamente sus mensajes de aliento y promoción.
Este curita quiso, supo y pudo ir devolviendo, sosteniendo y fortaleciendo la esperanza y dignidad del gauchaje que habitaba esos parajes geográficamente desfavorecidos, postergados y empobrecidos, entonces sin infraestructura, servicios ni oportunidades. Allí, Brochero construyó capillas, colegios para niñas y caminos entre las montañas para los habitantes que vivían dispersos en lugares distantes de las Sierras Grandes, a más de 2.000 metros de altura, sin caminos ni escuelas, donde también -y además de un milagroso” e increíble acueducto para su época- proyectó un canal ferroviario que atravesaría el valle, vinculando al gauchaje con oportunidades y posibilidades negadas hasta entonces.
Entre nosotros cómo olvidar la solidaridad y entrega de nuestros maestros y médicos rurales, como Esteban Laureano Maradona o Arturo Illia, de Juan Carr, la Obra Bethel, o las de los recordados curas Lucchese y Aguilera, con hogares para niños y adolescentes; Mariano Oberlin que, en su complicado ámbito parroquial, se involucró hasta arriesgar su vida para abordar como pudo consumos problemáticos de drogas; Margarita Barrientos, con sus piletones alimentarios; la fundación Manos Abiertas, con su asistencia y acompañamiento a los más necesitados y vulnerables, fortaleciendo vínculos familiares y redes comunitarias, trabajando con hogares, salud, promoción social, soledad, adultos mayores y más. Destacándose últimamente Santi Maratea, el influencer” de campañas solidarias sorprendentes, quién a lo largo de estos meses ha desarrollado una capacidad de iniciativa para movilizar grandes sumas de dinero en pos de causas notables. Baste con resaltar que este joven, con solo 29 años, logró entre otras donaciones por dos millones de dólares, un financiamiento aparentemente imposible, que necesitaba Emma, una beba de siete meses con atrofia muscular espinal, que requería de un medicamento costosísimo para sobrevivir; US$ 30.000 para el tratamiento del locutor chaqueño Julio Sosa, quien padece esclerosis lateral, etcétera.
Durante esta pandemia, roperos, desayunadores, comedores o merenderos, tanto vecinales o parroquiales, como clubes o redes de trueque, la articulación de compras comunitarias, etc., son expresiones cabales de solidaridad, arropando, alimentando, acompañando, animando y sosteniendo, cotidianamente a los habitantes de la calle, a los viejos y nuevos desocupados, como a otras muchas personas con sus necesidades físicas básicas, cruelmente insatisfechas.