Pasan los días, las semanas, los meses. Ya son casi once desde que te fuiste. Parece que fue ayer cuando te vimos por última vez. Ese día nos asustaste a todos. Pero vos salías. Vos siempre salías. ¿Cómo no te íbamos a estar esperando? Parafraseando a ese icónico tema de Jóvenes Pordioseros, nunca nos enseñaste a estar solos, Diego.
Tu figura siempre fue como una salida para todos nosotros. Siempre estábamos expectantes, esperando tu palabra, tu opinión o tu queja -como de costumbre- sin ningún tipo de filtro. Siempre esperando a que salgas en defensa de los más necesitados. Que seas la voz de nosotros, los terrenales, marginales y olvidados. ¿Cómo es que te fuiste, Diego?
Vivimos tiempos de turbulencias, llevados más por la improvisación que por lo planificado. Quizás como más te gustaba a vos, o cuando más vivo te sentías: siempre improvisando, con o sin la pelota. Pero claro, ¡a vos te salía hasta a hacer un gol con la mano en pleno mundial! ¿Cómo hacemos nosotros, los mundanos? Necesito que me necesiten”, dijiste alguna vez. Y ahora pienso… ¡Cuánto nos haces falta, Diego!
Cada día que pasa estoy más convencido de que no habrá nadie igual, ni en una cancha ni afuera de ella, y que ni en el lugar más recóndito de la tierra, una persona pueda tener tal nivel de simbolismo como lo tenías vos. Porque vos, Diego, quizás seas el símbolo que más me conmueve en la vida. Con todo bueno, y con todo lo malo. Porque ser el mejor también tenía sus consecuencias, y para algunos, juzgarte o negarte era muy fácil. Yo no te voy a negar, Diego.
Pensar que nunca, pero nunca, sentiste el peso de representarnos. Porque, al fin y al cabo, vos eras la representación de todos. O, mejor dicho, vos sos la representación de todos nosotros. Así, en presente. Más bien siempre fue lo contrario: se te inflaba el pecho de orgullo por ser argentino, por representar a nuestra bandera y ponerte la camiseta celeste y blanca. ¿De cuantos podremos decir lo mismo? ¡Como nos haces falta, Diego!
Déjenme soportar mi duelo en paz, imploró alguna vez María Elena Walsh. Entre tantos debates políticos, discusiones sin sentido, análisis berretas de la realidad, noticias de cartón y mala hierba, tu presencia nos hacía ilusionar. Si, vos nos ilusionabas con un mundo mejor. Uno en donde cualquier podía llegar a la cima. Si vos lo hiciste desde la nada misma, ¿por qué nosotros no? Quizás vos hacías de este mundo un lugar más habitable. Y es que desde que te fuiste algo nos falta. Nos dejaste vacíos. Y en shock. Diego, siempre fuiste un héroe. Nuestro héroe. Bien argentino. Y para siempre lo serás.
Si le tengo que encontrar algo positivo a tu partida, Diego, es que ahora estás en paz. Fuiste el hombre de las mil vidas. Todas y cada una de ellas seguidas de cerca por -mínimo- una cámara al lado. Pero ahora pudiste encontrar tu paz. Porque los héroes también merecen ser felices. Y Maradona también merecía ser feliz. Y quizás acá ya no lo era.
Diego vivió su vida como pudo, más que como quiso. Nacido en las entrañas de una villa, producto de una familia humilde que muchas veces no tenía ni para comer y que, gracias a un talento magistral, llegó a la cima del mundo. Y nunca pudo bajar. Quizás nunca supo como bajar. Diego, estoy seguro que amaste hasta el último minuto de tu vida ser el héroe de los argentinos, pero que también lo sufriste. Y también estoy seguro de que, estés donde estés, estás aliviado. Ya estás liberado de ese peso colosal que significó ser el mayor ídolo en la historia de tu país. Y sé que estás feliz de haberte reencontrado con Don Diego y Doña Tota, ¿Cómo no?
Aquellos que se mofaban de tu enfermedad ya no podrán hacerse un festín con tu imagen, algún muñeco disfrazado de periodista ya no podrá tener sus quince minutos de fama nombrándote, y la condena social para quienes hicieron lo que te hicieron no se va a terminar jamás.
Otra cosa de la que estoy completamente seguro es que, si es verdad que existe algún tipo de ser superior, algún tipo de Dios, debe estar orgulloso de haber elegido a Diego Armando Maradona como su embajador en la tierra.
Un pedacito tuyo, Diego, quedará en cada uno de nosotros, tus discípulos; porque como bien dijo Gianinna, cada uno siente y se imagina el Maradona que se merece.