Los límites y las transiciones son especialmente interesantes por su capacidad para desconcertarnos, aunque, paradigmáticamente, muchas veces sean una oportunidad para concertar nuevos paradigmas. Son momentos antropológicos, cuando el caos y la desorientación pueden ser simultáneos a la armonía de nuevos acuerdos.
Pandemia, tecnología y agitación política son signos de un presente tan crítico como fértil en oportunidades. Habitamos una coyuntura en medio de dos tiempos, de dos épocas.
Tierra firme
Mis papás tenían una casa grande. Todos entraban por una tranquera hasta la galería con detalles constructivos en piedra y ladrillos. Compartía el techo a dos aguas con el resto de la casa. Había un juego de muebles amarillos, de mimbre, y muchas plantas. El arco de entrada estaba revestido por una santarrita y un jazmín. Por eso, cuando me envuelve ese aroma -en el barrio o ciudad que sea- siento que llegué a destino. Estoy en casa.
Alessandro Baricco propuso que el porche de una casa -ese lugar que nosotros llamamos galería- es un espacio intermedio entre el afuera y el adentro. Lo considera un ámbito que separa nuestra propiedad de aquello que es de nadie. A un lado está nuestra cálida familia, mientras que afuera nos amenaza el polvoriento y hostil mundo de los otros. Es la transición entre la intimidad y lo ajeno. Mi cama y la de mi hermano están adentro, el atronador ruido de los colectivos hiriendo las siestas de Argüello está allá afuera.
Sobran películas con un porche habitado por una persona hamacándose dulcemente en una mecedora. Su serenidad y mirada hacia el horizonte, extrañamente, está garantizada por la presencia de un arma de fuego. Una sonrisa y un rifle reciben a los visitantes y se interponen con la puerta de ingreso. Pareciera una metáfora para ilustrar cómo miramos el futuro mientras custodiamos el pasado habitado por nuestros afectos, aunque le demos la espalda.
En esa misma zona arquitectónica está el umbral. Es un recurso útil en disciplinas que abordan lo transicional: la medicina habla del umbral de dolor, y lo mismo corre para la historia, la rentabilidad, y hasta la etimología: umbral en latín es limen”.
Con el concepto de liminar, la cosa se pone buena en serio: estamos frente al límite de lo sensible. Debajo hablaremos de subliminal, mientras que antes habremos hablado de preliminar.
A diferencia del porche que Baricco propone en el antes citado City”, libro transformado en disco junto a la banda francesa Air, la condición de liminal o liminar ha sido abordada por diferentes autores en el ámbito de la antropología.
En mi casa eran unos cuantos pasos hasta que te aceptáramos –o no- en el interior. En sociología, desde principio del siglo XX se analizan los procesos rituales donde el individuo abandona una condición, para transitar el momento liminal (cuando la persona vive una transformación esencial) mediante un proceso estructurado y conducido por un maestro de ceremonias. Finalmente, vendrán todas las pautas post liminares, casi la cotidianeidad de mi hogar.
Imaginemos la llegada a un templo para un bautismo; el momento que los padres entregan a su hijo para que sea purificado y nombrado; y la celebración posterior, con su correspondiente incorporación al reino de dios. Más de lo mismo correrá para las ceremonias de matrimonio, o los velorios, si hubiera diferencias entre ellas.
Yo, tu, él, nosotros
El momento en cuestión, justo la bisagra transicional, nació como descripción de una instancia unipersonal pero su aplicación se extendió a grupos sociales y comunidades.
La historia ha empezado a analizar momentos liminares de las sociedades como grandes renovaciones, caracterizadas por la angustia social. Un tiempo de jerarquías cambiantes, continuidades dudosas y una cierta maleabilidad de las instituciones. Un salto al futuro con sensación de vacío debajo.
Vale la pena una elipsis chauvinista en este momento para destacar qué adelantados estábamos en Córdoba de principios del siglo con el Manifiesto Liminar”, de Deodoro Roca, que impulsó la Reforma Universitaria. Nosotros ya lo practicábamos y los teóricos recién estaban rascándose la cabeza, perplejos, con un lápiz entre el dedo índice y el central.
Inestable y carnavalesca, la época liminal pareciera una definición perfecta de estos últimos años, cuando los historiadores creen haber identificado un nuevo período cuyo nombre y carácter aún es terreno de debate. Inclusive algunos piensan que hemos pasado a habitar una época de liminalidad permanente.
Mientras nos hacemos preguntas medulares sobre la humanidad, el planeta y el universo, o cómo habría envejecido mi casa, los valores se han vuelto frágiles y se desencorsetan las garantías.
Los optimistas celebran la presencia de tetas fulgurantes y corsets caídos, metáfora que cuadra a la perfección con las libertades ganadas en materia de géneros, mientras aplaudimos tantas marchas para soltar cuerpos y percepciones.
Pero no todo es libertad y derechos caudalosos. En materia de liminalidad social no siempre está claro cuánto durará el trance y cómo será la instancia post liminal. O quiénes conducen los rituales.
En casa, mi papá conducía la chata de una situación a otra, o mi mamá detenía la renoleta cuando se alejaba de lo correcto. Pero, al ampliar el tránsito a toda la sociedad, el conductor se diluye. Los falsos maestros de ceremonias en procesos sociales son el mayor riesgo de estos tiempos blandos. Mesías despeinados, paracaidistas temáticos, opinólogos, fantasmas catódicos egresados de la escuela de las redes sociales, y una buena cantidad de abanderados de una verborragia granhermanista habitan tiempos liminales, profesando verdades que acaban de recoger en los trending topics.
Contra la angustia, la incertidumbre y los impostores, puesto a transitar lo intermedio, la mejor solución es celebrar la reunión y el encuentro.
Mi antigua casa se transformó en una Shell, mientras lleno el tanque en lo que fuera mi cocina, lo genuino sigue estando dentro nuestro, en esa conversación que nos debemos.
En el diálogo por el borde.