AMLO y Lula, ¿rivalidad o cercanía?

Por José Emilio Ortega

AMLO y Lula, ¿rivalidad o cercanía?

La “pica” entre Brasil y México se remonta a sus procesos de independencia. Los dos adoptan monarquías al separarse de las metrópolis europeas (coincidiendo en la forma imperial). Brasil lo hará entre 1822 y la revolución de 1889 que entroniza la “República Vieja”; México intentará entre 1821-1823 (con Agustín de Iturbide) y 1864-1867 (metiendo la cuña Francia con Maximiliano de Austria). Ambos expansionistas (el imperio mexicano partía en California y llegaba hasta la actual Costa Rica; y el brasileño se extendió hacia los Andes y el Río de la Plata) procuraron liderar sus regiones de influencia.

Talla en el siglo XIX la relación “triangular” con los EEUU (Washington incentiva diferencias y se enfrenta bélicamente con México entre 1946-1948, arrebatándole el 55% de su territorio).

Volviendo a México y Brasil, seguirán mirándose de reojo en el siglo XX, al punto que tenemos que remontarnos a 1960 para encontrar la visita de un jefe de Estado a otro (Adolfo López Mateos, en el marco de la Alianza Latinoamericana de Libre Comercio, que Joao Goulart correspondió en 1964). Los primeros vuelos comerciales directos se establecen durante 1966.

Para entonces, los dos son países referentes, por extensos, poblados y en vertiginosa industrialización. La Guerra Fría los alinea en estrategia dirigida por los EEUU (que ya había entablado otra relación con su vecino del sur, signada por la economía). Pero México mantiene la vigencia de sus instituciones constitucionales (cada vez más conservadoras) mientras Brasil experimenta una larga dictadura (desde 1964 a 1985).

Finalizada la Guerra Fría, la ALALC se retrae ante nuevos procesos de integración regional. México se suma al NAFTA en 1992 (zona de libre comercio con EEUU y Canadá, en actitud muy criticada por Brasil), y éste prioriza su asociación con Argentina: los tratados de 1985-1986 que al profundizarse y ampliarse (primero Uruguay, luego Paraguay) engendran al Mercosur (unión aduanera) desde 1991.

Ambos países están en el G20; Brasil dentro de las 10 potencias más importantes del orbe, aunque México la supera en inserción internacional (tanto en volúmenes de importación como de exportación). Semejante impronta, en un contexto de creciente multipolarismo, determina que cierta rivalidad de familia a veces se magnifique por cuestiones de intereses. En el largo plazo ambos tejieron vínculos hacia el Atlántico y hacia el Pacífico (México es bioceánico, pero Brasil ha encontrado formas de llegar a las costas occidentales de América del Sur, desde su liderazgo continental, desarrollando importante infraestructura), y participan de diversas instancias internacionales con protagonismo.

¿Competidores?

Lula y AMLO atraviesan el crepúsculo de su carrera. Comparten el liderar disrupciones importantes en la política de sus respectivos países. AMLO desafió el régimen de partido hegemónico al impulsar, primero, corrientes internas cuestionadoras de la práctica política del PRI, luego participando de la fundación del PRD (1989), y finalmente del MORENA (2011), que lo llevó a la presidencia en 2018 (integrando un frente) tras los intentos de 2006 y 2012. Sin reelección posible, su agrupación se encamina a elegir nuevas candidaturas.

Su lema de gobierno ha sido: una buena política interior es la mejor política exterior. Poco afecto a los viajes, hizo excepciones con EEUU y Canadá (con los que completó la renegociación del NAFTA). Partidario de la doctrina Estrada (de no injerencia), ejerce, empero, gran influencia en Centroamérica por los movimientos de migrantes, y tuvo significativas apariciones en los derrocamientos boliviano (otorgó asilo a Evo Morales en 2019) y peruano: no le quiere transferir la presidencia del bloque Alianza del Pacífico a la mandataria Boluarte, al considerar ilegítimo su acceso al poder, reclamando la reposición del encarcelado Pedro Castillo. Lima lo ha nombrado “persona no grata” y se han retirado embajadores.

Apoyando el protagonismo de su canciller Marcelo Ebrard, se ha mantenido presente en foros convencionales, y ha sido anfitrión de numerosos mandatarios.

Lula consolidó, en un sistema político complejo y cerrado como el brasileño, la idea de un partido de los trabajadores, llevándola al poder en la primera década de esta centuria, con un viento de cola económico que aprovecharon actores afines en Sudamérica (Hugo Chávez en Venezuela, Néstor Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador); donde Da Silva pareció ralentizar la dinámica del Mercosur al impulsar proyectos como la Unasur (2008). Participó del grupo BRICS (potencias globales emergentes) sin descuidar su relación con los grandes actores: EEUU, Europa y China (asociación bilateral que creció exponencialmente). Desde su asunción, en enero de este año, liderando una amplia coalición electoral, Lula encaró un vertiginoso raid internacional para reposicionar al Brasil, cuyo predicamento menguó desde la presidencia Rouseff (2011-2016), pero, que tras Temer (2016-2018) y Bolsonaro (2019-2022), se vio abruptamente segada. Mantiene al ex canciller Celso Lafer como principal y confió en otro “histórico” para conducir Itamaraty: Mauro Vieira, ministro de Rouseff entre 2015-2016.

Tanto AMLO como Lula ven en la CELAC una alternativa para el diálogo latinoamericano (sin tutelas ibéricas o norcontinentales). Se verá cómo evoluciona la tensión en la Alianza del Pacífico ya mencionada, y si Da Silva relanza los bloques sudamericanos (y, en tal caso, si prioriza alguno de ellos) con apertura a México (suscribió oportunamente acuerdos con Mercosur).

Frente la guerra ruso-ucraniana, ambos han señalado la importancia de alcanzar prontamente la paz, reactivos a condenar a Putin, pero sin descuidar el vínculo con el gobierno de Zelenski.

Se encontraron en 2022 en México (campaña presidencial brasileña). Luego, AMLO acompañó a Lula en su regreso al Planalto, anunciándose una visita oficial del brasileño a Ciudad de México para este año.

Encarnan, como pocas veces (quizá desde tiempos del populismo liderado por Lázaro Cárdenas y Getulio Vargas en los años 30), al personalismo de arraigo más progresista. Pero cuidado: si bien lucen atractivos para la gallera, estamos hablando de zorros que conocen su juego. En un mundo cada vez más multipolar, conscientes de su responsabilidad, es improbable que estadistas de su volumen dejen escapar la enorme oportunidad que a ambos -timoneando a Estados de enorme relevancia- se les presenta.

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