Barrio Alberdi: Instrucciones de uso

Por Pancho Marchiaro

Barrio Alberdi: Instrucciones de uso

Alberdi es el barrio más antiguo y de mayor cuantía patrimonial de Córdoba. Puede que muchas personas no lo sepan, pero lo podemos demostrar en las 1.000 palabras que me autorizan para estas columnas. Eso sí: no le agite antes de usar: siempre está agitado.

Se trata de un cuadrado casi perfecto que limita con Bv. San Juan al sur, Pedro Goyena al este, 12 de octubre y el Río Suquía al norte, y la Cañada al oeste. En los hechos, los barrios son territorios de recuerdos: menos geográficos, sus verdaderos límites son partidos de figuritas ganados en la plaza, una chupina con las compañeras, o un racimo de besos conquistados un poco más allá. Por eso Alberdi, para nosotros, incluye Quintas de Santa Ana justo abajo del Nuevocentro; Barrio Observatorio justo al lado de las estrellas; o Providencia, capital mundial de la comida peruana.

Hacia adentro, el corazón del barrio ha sido el Gigante de Alberdi -mal conocida como la cancha de Belgrano- por imposición de pies, o el Hospital de Clínicas por prepotencia de la historia.

Pero hilando fino sepan que el níspero de la casa ubicada en Maestro Vidal 29 era el verdadero vórtice del barrio. Allí vivimos con mi familia entre 1978 y 1986. Hay fotos que lo atestiguan como esa postal sacada en invierno de 1984. Soy el pibe de mameluco y las Flecha azules. Mi papá tiene las manos más fuertes de la cuadra, una tersa mirada pelilarga, pantalones de corderoy y una polera dominical.

Mi hermano es un bebé que gana centralidad -como lo hará su hija este próximo año- y mi mamá está enamorada de sus varones. Mis padres se miran para inspiración de todas las películas italianas de esa década, y la democracia de Raúl Ricardo Alfonsín acaba de pasar tocando bocina por la puerta. La perfección de ese recuerdo, la síntesis de la clase media de este país vivirá para siempre en un umbral de Alberdi. Quince años más viejo que mis viejos en ese entonces, redacto esta nota desde la zona.

El arte de la oratoria incendiaria

Se trata de un barrio jetón, solidario y -a pesar de la presencia de la Central de Policía- resistente a la autoridad. Así lo certifican los nativos de estas tierras que siempre tomaron sol en la orilla del río. Ya estaban ahí antes de la llegada de Jerónimo. Su comunidad de comechingones se incrementó con la decisión Virreinal de encarar la construcción y mantenimiento de la acequia que proveería el agua a toda la ciudad en esa zona.

Desde entonces los trolebuses llegaban llenos de guasos porque venían a “El Pueblito de la Toma”. La historia identifica el sector como el asentamiento periférico más antiguo de Córdoba. Para más datos “la toma” desembocada en donde hoy está el puente Tablada.

A la comunidad de comechingones se le sumaron naturales de Quilmes y mafines desterrados luego de las Guerras Calchaquies. Posteriormente llegaron negros, mulatos, e inclusive algunos fugitivos de la ley. Estos ingredientes sociales tan luminosos que encandilan dieron como resultado el peculiar sentido del humor que nos caracteriza. De hecho, pasaría a ser un emblema y baluarte de toda la ciudad.

La capacidad de decir giladas debía ser enseñada a las futuras generaciones, lo que justificó la presencia de numerosas escuelas, como la Mariano Moreno, el Manuel Belgrano, el Cassaffousth, el Santo Tomás, o el Carbó, entre tantas. También, como consecuencia del carácter dicharachero, resultó imprescindible instalar el Estadio del Centro y la Plaza de la Música para contención de los pobladores.

Volviendo a los comuneros que lo habitaban, siempre fueron quienes cultivaban las tierras fértiles para abastecer la ciudad. Con una estructura social de posesión indivisa, y respondiendo al mando del Cucara, fueron proveedores fundamentales de vegetales hasta que los expulsaron de su tierras, por presión de la mancha urbana. El argumento, según palabras de Ramón J. Cárcano, era erradicar “un estanque de barbarie en medio de la población civilizada”. Se les obligó a trasladarse a los alrededores del cementerio San Jerónimo sobre finales del siglo XIX, sublevando para siempre el espíritu de la vecindad.

Legado y patrimonio intangible inician un cauce de memoria oral que gana caudal, generación tras generación, reivindicando prácticas de libertades individuales y compromisos sociales, siempre malentendidos por los gobiernos. Muchos años más tarde la comunidad peruana elegiría el barrio, seguramente contagiada por ese espíritu.

La presencia del Museo de la Reforma Universitaria, las viviendas de Deodoro Roca y del Chango Rodríguez, así como la reconquista del Teatro La Piojera son consecuencias tangibles de un sector de la ciudad que continuó cultivando la voz comunera y subversiva que se escucha en la parte celeste del cielo.

Términos y condiciones del patrimonio tangible

La fertilidad ideológica de la zona es la mejor explicación posible para diversos estertores sociales, con mención especial de la Reforma Universitaria de 1918. El abrazo de la Cañada al Suquía ha permitido navegar los naufragios de la historia nacional protegiendo hitos históricos y arquitectónicos como la Plaza Colón (hoy en restauración), el Club Universitario, o la Maternidad.

Por otro lado, fundar la Isla de los Patos hace exactamente 30 años, un 21 de agosto, es una demostración cabal que este barrio no es tierra mediterránea sino un océano diverso y multicultural. Porque, si la Isla tiene un Faro, no solo es para aspirar las fragancias de la feria peruana de los domingos, sino para vigilar que cicatrice la puñalada que la urbanización le infringió en la vieja Cervecería.

Estar en Alberdi, finalmente, requiere haber leído El Sepulturero de Bawden, presentarse con el DNI pero identificarse con el carnet de Belgrano, y comer una vez por mes en el IME. Allí habita la mitología del Barrio y, si hay suerte, nos bendecirá Dante -el dueño y a la sazón presidente del centro vecinal- con un vitel toné de cortesía.

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