La Carta de Florianópolis: una actualización de los desafíos de la bioética

Repaso de la participación en el X Congreso Internacional Redbioética UNESCO en Florianópolis.

La Carta de Florianópolis una actualización de los desafíos de la bioética

Posiblemente la palabra “bioética” no le diga nada a muchas personas. Para otras, puede suceder que sólo signifique cuestiones como aborto y eutanasia, y no mucho más. Sin embargo, cuando prestamos atención a la carga de la palabra y sus ámbitos de aplicación, vemos que abarca cuestiones que van desde la autonomía personal hasta la protección de los sujetos de investigación, desde la salud ambiental hasta las preguntas por la interculturalidad, y un largo etcétera.

Siempre consideré valiosa la idea de Stephen Toulmin, que en 1982 publicó un artículo sobre cómo la medicina le había salvado la vida a la ética. Es que gracias a los problemas concretos sobre la salud, la ética había dejado de ser una discusión puramente conceptual sobre qué implica prohibir o permitir, o sobre si en las discusiones morales había que basarse en reglas, principios o virtudes, y había comenzado a discutir cuestiones concretas y cercanas: la capacidad de decidir por sí sobre su salud, la accesibilidad de los medicamentos, los criterios de investigación y testeo, las responsabilidades de las empresas y de los Estados… Y la lista no ha dejado de ampliarse.

20 años de la DUBDH

En mi caso, lo que me atrajo de la bioética – como ámbito con un componente filosófico insoslayable – fue esa capacidad de devolver la filosofía a las discusiones cotidianas, políticas, programáticas, económicas. También me atrajo, posiblemente por mi impenitente autopercepción como latinoamericano, la influencia de la bioética latinoamericana desde hace décadas, gracias al trabajo de personas que respeto y admiro.

Por eso, fue un privilegio para mí participar hace pocos días del X Congreso Internacional Redbioética UNESCO en Florianópolis, con motivo de los 20 años de Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (DUBDH). Esa Declaración reformuló en 2005 la estructura misma de la bioética, que venía de un marco contextual anglosajón, e impuso los Derechos Humanos como paradigma desde el cual pensar las cuestiones de la salud.

La DUBDH entiende que las relaciones en el ámbito de la salud no son meros contratos; no son intercambios comerciales entre personas supuestamente libres y sin coerciones ni apremios; no son mero cálculo de beneficios o daños. Son, en cambio, la respuesta que damos a nuestra vulnerabilidad en el campo de la salud a la luz de las demandas, protecciones y cuidados que exige de nosotros la dignidad humana.

Más allá de los múltiples temas del Congreso (en el canal Redbioética UNESCO de Youtube está el registro total de las conferencias), dos ejes centrales saltan a la vista: primero, la actualización de los principios planteados por la DUBDH, como por ejemplo las demandas de la dignidad humana, la protección de la su vulnerabilidad y la universalización de los conocimientos y avances en la salud; pero también la conciencia de los temas emergentes, como la crisis ambiental, los modelos alimentarios y las desigualdades de género.

La Carta de Florianópolis

Pero quisiera hacer aquí hincapié en el documento final, que puede encontrarse en el sitio www.redbioetica.com.ar.

Señala primero la clave de época: un modelo del bio-tecno-capitalismo, que impacta sobre comunidades y ecosistemas con efectos depredadores. Una estructura económica que no sólo no garantiza los derechos básicos en salud, sino que genera una crisis planetaria que afecta la posibilidad misma de subsistencia. Entre los signos visibles de este modelo son evidentes:

El descrédito hacia las instituciones encargadas de proteger la vigencia de los Derechos Humanos.

El aumento de las desigualdades estructurales por la concentración económica, aún más evidentes al considerar cuestiones como el racismo, las desigualdades de clase y género, las discriminaciones hacia los pueblos originarios.

El receso democrático por modelos económicamente neoliberales y políticamente neoconservadores, que atentan contra los derechos básicos de personas, comunidades y organizaciones, pero también subordinan a las naciones y limitan las posibilidades de un desarrollo emancipatorio.

La criminalización en temas de género, sexualidad y derechos reproductivos, que limitan la autonomía de las personas sobre sus cuerpos.

La amenaza de países del primer mundo que avanzan sobre la soberanía de países independientes, al tiempo que secuestran sus recursos naturales.

El ataque a los marcos éticos en cuestiones fundamentales como la investigación con seres humanos, donde se impone un doble estándar de protección (uno superior para países poderosos y otro inferior para sujetos de países pobres o más vulnerables), poniendo en riesgo la integridad, seguridad y acceso al beneficio de los participantes, tanto durante como después de la investigación.

El avance indiscriminado de tecnologías como la IA, junto con la diseminación de información falsa y con objetivos de control.

El avance del extractivismo y despojo ambiental, que agrava los conflictos y la situación sanitaria de personas y biodiversidad.

Una reducción de la bioética (y de la ciencia en general) a respuestas tecnocráticas, reduccionistas, que no atienden a los aspectos contextuales, políticos y sociales, que la integridad y dignidad de la existencia requiere.

La carta concluye con un llamado final a pensar la vida a la luz de los Derechos Humanos, de modo crítico y decolonial, que enfrente las injusticias con valentía.

Una tarea no sólo de expertos o de gobiernos, sino de toda la ciudadanía.

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