A 20 años de la peor crisis contemporánea de la Argentina, la Casa Rosada fue la caja de resonancia del caos institucional que vivió el país a casi dos décadas de la recuperación de la democracia; con un triste corolario que se desencadenó a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001 en medio de la anarquía, la represión, la muerte y la renuncia del primer mandatario Fernando de la Rúa, que abandonó el cargo con una foto icónica a bordo del helicóptero presidencial que despegó de la terraza de la sede de Gobierno.
Ante la tragedia vivenciada por los argentinos, con más de 30 fallecidos, con un estado de sitio de por medio y la semana de los cinco presidentes que pasaron fugazmente por la sede gubernamental, la partida de De la Rúa quedó en el imaginario social como el símbolo de la pérdida de poder presidencial.
Si bien el jefe de Estado se subió al helicóptero de la Presidencia que despegó desde de la azotea de Casa Rosada (custodiada por equipos de seguridad especializados y fuertemente armados) a las 19:50 del jueves 20 de diciembre de 2001, ante una multitud que ya sabía de su renuncia y presenció desde la Plaza de Mayo la inédita situación, como el resto de los argentinos que siguieron en vivo por los canales de televisión la crónica de un final anunciado a la luz de los hechos y a partir de una semana en el que De la Rúa no resistía los niveles de reclamos, en soledad, pues así había quedado poco tiempo antes por la renuncia del vicepresidente Carlos «Chacho» Álvarez rompiendo con la Alianza con la que habían llegado al poder.
Todo se dio como consecuencia de un abanico de reclamos que se hicieron sentir desde los diferentes sectores, con movilizaciones en la Plaza de Mayo para hacer oír el malhumor dada la crisis económica que se agudizó con niveles del índice del riesgo país que en la jornada más álgida con la renuncia presidencial trepó a los 4.619 puntos básicos.
Así se llegaba al fin de la Convertibilidad con la implementación del «corralito» dispuesto por el ministro de Economía Domingo Cavallo, que limitó a 250 pesos/dólares la extracción de dinero en los bancos, y eso detonó el reclamo social, que se expresó a través de cacerolazos que se reiteraban cada noche.
En presencia del estallido, De la Rúa esa misma noche del 19 de diciembre, poco después de las 19 y mediante una transmisión por cadena nacional, anunció que había decidido «decretar el estado de sitio para asegurar la ley, el orden y terminar con los incidentes», en medio de frenéticos movimientos y corridas por los pasillas de la sede gubernamental de algunos de los estrechos colaboradores del Presidente, como el vocero Juan Pablo Baylac, con su despacho a metros de la Sala de Periodistas.
En simultáneo mientras el mandatario daba su breve discurso por cadena nacional, los vecinos respondieron con un ensordecedor cacerolazo y una marcha hacia la Plaza de Mayo.
En la Sala de Periodistas, ubicada en el primer piso de la sede gubernamental, no tardó en llegar el entonces secretario General de la Presidencia Nicolás Gallo, que con un rostro desencajado sin mediar palabra entregó por escrito la normativa vigente para que la prensa informara, en el contexto del estado de sitio convocado por un plazo de 30 días por el Decreto 1678/2001, lo que de inmediato se interpretó como una rémora de las medidas de la dictadura que impactaban en la libertad de expresión e información en medio de la crisis política y social. La situación ante la gravedad de los hechos pasó inadvertida, pero quedó registrada en los cronistas que permanecían en la sede gubernamental siguiendo la catarata de hechos.
Quizá lo más vergonzoso e inapropiado de aquella jornada, en medio de la crisis y la represión, fue el brindis de fin de año que había organizado Presidencia para compartir con funcionarios y empleados, incluida la prensa, que encontró el mejor de los momentos para consultar al jefe de Estado sobre el riesgo que atravesaba el país.
En el despacho presidencial, De la Rúa pasado el mediodía recibió a los periodistas, a quienes estrechó la mano uno por uno acompañado por el fotógrafo oficial, oportunidad en la cual al ser consultado si ante los graves acontecimientos que se estaba viviendo en todo el país tenía previsto establecer el estado de sitio, respondió con un rotundo «de ninguna manera», pero poco después se llegó a esa instancia e inevitablemente se dio pocas horas después, dado que la calle estaba fuera de control.
Al día siguiente, el 20 de diciembre a las 16, De la Rúa anunció por cadena nacional que no dejaría la Presidencia y, durante un mensaje que duró 11 minutos convocó a un acuerdo para reformar la Constitución, pero ya era tarde: el radicalismo, su propio partido político, le había soltado la mano. Fue entonces cuando, pocas horas más tarde, declinó a su mandato. A medida que pasaban el tiempo y se agudizaba la situación social, la palabra del Presidente se devaluaba cada vez más.
Las últimas horas del miércoles 19 y el jueves 20 fue el momento bisagra de la decantación de una sucesión de hechos seguidos desde el interior de la Casa Rosada, marcados por los enfrentamientos entre los manifestantes y la Policía montada, tras una larga jornada que comenzó a la medianoche, cuando se vivió el caos a partir de la violencia policial, que atacó con gases lacrimógenos a la gente que se agolpó en la Plaza de Mayo.
Una gigantesca nube de gas se apropió del lugar en medio de corridas y desesperación de la gente, que en muchos casos habían llegado con sus hijos, pero todos fueron reprimidos sin reparos.
La ira de los efectivos estalló cuando por el lateral de la Plaza sobre la calle Irigoyen ingresó una columna de la Agrupación de Hijos, en medio de fuertes pedidos de renuncia a Cavallo. A la 1:20 se dejó trascender que el polémico ministro dejaba el gabinete.
A las 2:05 la Plaza de Mayo y las cuadras aledañas seguían ocupadas por manifestantes, en medio de una tensión que se mantuvo durante las primeras horas de la madrugada.
Entrada la mañana del último día del mandato del Presidente, que renunció en medio de un clima de caos, las protestas en la plaza recrudecieron a partir de las 9. La Casa Rosada, en tanto, había perdido desde hacía 24 horas su normalidad y se había reforzado la seguridad con efectivos que portaban armas largas, al tiempo que se cerraron todos ingresos, dejando habilitada sola una de las puertas traseras del edificio, por lo que se hacía muy dificultoso tanto ingresar como salir.
Al día siguiente, tras haber renunciado, De la Rúa volvió a Balcarce 50, donde se reunió con el español Felipe González y al mediodía se marchó de la Casa de Gobierno, dejando la vida política para siempre.