“El pan forma parte del destino humano», escribe el croata nacionalizado italiano Predrag Matvejevic (1932-2017) en el profundo ensayo Nuestro pan de cada día (Editorial El Acantilado, Barcelona, 2013). Escribir sobre el pan y sus metáforas puede parecer desatinado, pero no nos referimos a un simple alimento. Se trata de un poderoso símbolo que recrea el devenir de nuestra especie.
Matvejevic señala que el pan ha desempeñado un papel esencial en la historia: en los intersticios de la Revolución Francesa, por ejemplo, recordemos la frase atribuida a María Antonieta: “Si no hay pan, que coman pasteles”. También en las religiones: Jesús nació en Belén, que significa «la casa del pan», y el bíblico “ganarás el pan con el sudor de tu frente” representa la conexión del esfuerzo humano con lo esencial. En la política, los romanos secuestraron artesanos macedonios para construir hornos públicos e hicieron de la frase panem et circenses una referencia identitaria. En el arte, basta con recorrer cualquier museo para observar cuadros renacentistas, barrocos o románticos que representan el pan como símbolo de vida cotidiana. En la ética, Lutero abogaba por incluir un pan en los escudos de armas en lugar de un león o una cruz.
En los últimos años, los programas de cocina se han puesto de moda. En la plataforma Star (Disney) podemos encontrar El Menú (2022), una película de suspenso y humor negro que lleva al extremo el absurdo de los restaurantes de lujo. Una experiencia culinaria única: así se promociona el restaurante, con un costo de más de mil dólares por cabeza, situado en una isla privada, aislado de cualquier indicio civilizatorio más allá de sus trabajadores. El filme expone una tendencia de la alta cocina: platos acompañados de adjetivaciones extravagantes, pero vacíos de esencia. En algún punto, tanta superficialidad resulta obscena.
Matvejevic destaca que existían distintos tipos de pan según la clase social. Cuanto más baja era la clase social, menos tiempo de cocción requería, ya que se utilizaba menos leña. Con la llegada de la modernidad, surgió un pan para cada condición y oficio. Con el paso de los siglos, el pan dejó de ser un alimento común para convertirse en baremo de justicia e injusticia, equidad e inequidad. Lo que a simple vista podría parecer una erudita enumeración de historias y citas, se revela en Matvejevic como una exaltación estructurada de la civilidad y el humanismo, tomando al pan como emblema común.
Sin embargo, el autor no aborda el fenómeno contemporáneo (probablemente porque se intensificó después de la publicación de su ensayo), donde las estrellas de cocina compiten por alterar el gusto y el sabor de los alimentos para que adquieran el de otros. El siglo XXI refleja un nuevo estadio del individualismo que comenzó en el siglo XV, con el Renacimiento como punto de partida para una cultura centrada en el yo. El retrato y el autorretrato emergieron en esa época como símbolos de la valorización de la individualidad. Este cambio cultural potenció la limitada (y errónea) idea de que somos el centro, únicos y exclusivos, como descarnadamente describe El Menú. Ni siquiera el Estado de Bienestar (hoy extinto en gran parte del mundo y cuestionado donde aún sobrevive) logró mediar entre grupos, priorizando al individuo sobre lo colectivo.
El pan, la idea de “compartir” (verbo cuya etimología es evidente) y el rescate de un humanismo actual resultan casi imposibles. La ideologización del yo, exaltada por influencers que promueven la insatisfacción permanente, se ha convertido en la tendencia dominante. Ya no importa cambiar el mundo; lo primordial ahora es cambiar tu vida. Y para ello, se presenta como esencial comer en un restaurante con estrellas Michelin.
Slavoj Zizek, en su crítica al capitalismo tardío, señala cómo esta lógica individualista atraviesa no sólo las economías personales, sino también los deseos: todo está diseñado para estimular a consumidores que se perciben como únicos, aunque en realidad repiten patrones homogéneos (Viviendo el final de los tiempos, Akal, 2012). Gilles Deleuze y Félix Guattari anticiparon esto al hablar de “capitalismo y esquizofrenia”, un sistema que descompone lo colectivo y exacerba la máquina del deseo individual (Mil Mesetas, Les Editions de Minuit, 1980). Por su parte, Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rousanvallon resaltan cómo el modelo neoliberal ha generado nuevas formas de desigualdad, diluyendo la noción de bienestar colectivo en favor de un consumo alienante y personalizado (La nueva era de las desigualdades, Editions du Seuil, 1996).
Matvejevic cuenta que, hasta no hace mucho, se hacía la señal de la cruz al trabajar la masa del pan, o se lo besaba si caía al piso. El Menú desnuda cómo el individualismo es la ideología predominante en la actualidad.
El pan, que simboliza unión, es ahora reflejo de una sociedad atomizada. La obsesión contemporánea por la individualidad extrema, que trasciende como categoría social e incluso política, continúa transformando los patrones culturales y exacerbando la competencia por la exclusividad. Sin embargo, como recuerda Matvejevic, el pan sigue siendo un testimonio silencioso de lo esencial. Tal vez, en ese sencillo gesto de repartir una “hogaza” (usamos su raíz etimológica, el latín focacia, para mostrarnos refinados y actualizados), olvidando a este noble término que resume hogar, pan casero, hoguera), pueda renacer la esperanza de recuperar el humanismo, trascendiendo el ego para volver a la comunidad y sus valores: la tolerancia, la solidaridad, el affectio societatis.