1. Los riesgos de la metáfora
No es tan fácil hacer una metáfora. En el colegio, cuando hablamos de esa compleja figura retórica que tanto se usa en la vida cotidiana, cuesta entender que no toda frase que se dice en sentido figurado es metafórica. Una expresión como “estoy hecho percha”, por ejemplo, responde a la lógica de la metáfora, pero frases del estilo “voy a poner la mesa” o “me tomé dos botellas de agua” siguen reglas diferentes.
Dicho mal y pronto, una metáfora presenta una similitud entre algo real (el cuerpo agotado) y algo imaginado (una percha que solo sirve para sostener ropa). Se trata de un ejercicio de la inteligencia y la imaginación. Así encontramos descripciones físicas como “ojos de cielo” (ojos celestes) o “cabeza de fósforo” (pelirrojo), por mencionar algunas bastante comunes.
-Uh, esto que está diciendo es un viaje.
-Exactamente. Usted ha entendido todo.
Más allá de nuestra creatividad, las asociaciones metafóricas dependen de nuestra forma de entender el mundo, es decir, de todas aquellas ideas que determinan nuestra percepción. No todos estamos en condiciones de realizar las mismas metáforas y es posible que no estemos de acuerdo con algunas, e incluso que nos generan rechazo.
Para explicar esto, en clases pensamos a qué se parece o a qué nos recuerda la escuela. Año tras año, una respuesta se repite: la escuela se parece a una cárcel. Apenas se hace esta relación de semejanza, casi todos los estudiantes lo confirman, se sonríen.
-¿Por qué a una cárcel?
-Por las reglas, por el encierro, por las sanciones, por el control…
Claro que, cuando esta misma pregunta aparece en el espacio escolar que está dentro de la cárcel, las metáforas adquieren otros matices, otros tonos.
Con la violación en grupo ocurrida en un barrio de CABA a fines de febrero quedó en evidencia la valoración que atraviesa las expresiones metafóricas, así como los riesgos presentes en ciertas expresiones. Cuando algunos medios de comunicación hablaron de “manada” para referirse a los violadores, se relacionó el acto con lo animal, como si se tratara de un comportamiento instintivo, ajeno a la racionalidad. Algo similar ocurre cada vez que un hecho semejante se menciona en términos de “monstruo”, como algo alejado de lo humano.
Sin embargo, no se trata de algo tan excepcional. Analizarlo en el aula y problematizarlo desde diferentes asignaturas es imprescindible cuando pensamos en Educación Sexual Integral (ESI).
2. Shakespeare for ever
En la primera escena de Romeo y Julieta, un par de criados de la familia Capuleto hacen gala de su odio hacia los Montesco y expresan lo que harían de encontrarse con alguno en la vía pública. Con un lenguaje grosero, fácil de decodificar a pesar del paso del tiempo, hacen comentarios cargados de violencia.
La versión gratuita de la obra que se encuentra en el sitio EducAr presenta una traducción bastante fiel, que permite seguir los juegos de palabras. Aquí, la metáfora que se usa para referirse a la espada, el arma que portan los hombres es “verga”, término que alude a un palo o una varilla de madera y que, en su otra acepción, refiere al miembro genital masculino.
Es curioso reparar en el comportamiento grupal, ya que los personajes señalan que, de cruzarse con otros varones, pelearían; pero, de toparse con mujeres, las pondrían contra la pared para “desvergarlas”:
-GREGORIO: ¿Desvergar doncellas?
-SANSÓN: Sí, desvergar o desvirgar. Tómalo por donde quieras.
-GREGORIO: Por dónde lo sabrán las que lo prueben.
-SANSÓN: Pues me van a probar mientras este no se encoja, y ya se sabe que soy más carne que pescado.
Al leer a Shakespeare, ese cartógrafo del ser humano moderno, se pueden percibir los mandatos que rigen las conductas sociales, entre otros asuntos. En Romeo y Julieta en particular aparecen temas centrales para la ESI como el suicidio adolecente, la amistad, el machismo, la rebeldía a los mandatos, cuestiones fundamentales no solo para el abordaje literario.
3. ESI, una materia
-Profe, ¿por qué en el cole no tenemos ESI?
-Tenemos. Para todas las materias hay contenidos de ESI.
-¿Pero no debería ser una materia en sí misma?
Hace más de quince años que existe la ley 26.150, la cual debería garantizar el derecho de todos los estudiantes a recibir ESI en los centros educativos, más allá de la modalidad y el nivel educativo en que se encuentren. Sin embargo, la formación que tenemos los docentes en esta área desigual, aunque los materiales de estudio y los cursos de capacitación estén a disposición y en su mayoría sean gratuitos.
Es importante aclarar que la escuela, como institución, siempre formó en sexualidades, una sexualidad marcada por la heteronormatividad: filas de estudiantes divididas entre varones y mujeres, deportes asignados por sexo, el silencio y la negación de otras identidades, etcétera. La ESI, en este sentido, viene a romper con un modo hegemónico de pensar las sexualidades.
Recuerdo que, en varios colegios, cuando se discutió cómo encarar la ESI, hubo resistencia de parte de todos los actores del sistema educativo. En ciertos colegios católicos se recomendó hablar de “educación en el amor”, como si existiera una relación obvia entre ambas palabras (la metáfora, otra vez). En algunos casos, los padres enviaban notas en las que autorizaban a sus hijos a retirarse del aula cuando se abordaran los temas referidos a la sexualidad, y varios docentes directamente se negaron a hablar del asunto.
La verdad es que podemos seguir enseñando matemática, lengua, inglés, física, sin conocer las propuestas de la ESI ni incorporarlas a los programas de estudio. No deberíamos, pero lo hacemos, del mismo modo en que los derechos humanos aparecen en alguna efeméride cuando en realidad habría que integrarlos de manera transversal.
El problema es que la sexualidad en muchas instituciones aún sigue quedando restringida a las áreas de las ciencias naturales, la biología, la anatomía y, por ende, a la genitalidad y la reproducción. Se elude la formación en aspectos centrales para el desarrollo individual y social: la diversidad, los estereotipos y la perspectiva de género, la violencia física y simbólica.
Si la escuela no educa en estos asuntos, ¿quién lo hace?
4. Porno
El año pasado, cuando retomamos la presencialidad plena y la división en burbujas quedó atrás, generamos debates en el aula para aprender a argumentar. La idea era que los estudiantes opinaran sobre cualquier tema que les interesara y después decidieran qué estrategias usar para convencer al resto del curso de lo que pensaban.
Las propuestas, variadas: la pena de muerte (dos grupos), la legalización de la marihuana (tres grupos), Messi y su salida del Barcelona (dos grupos).
Cuatro chicas se acercaron entonces a preguntar si podían hablar de pornografía. Hubo un murmullo de risas, como si se tratara de un chiste, algo al límite de lo desubicado.
-¿Y de qué quieren hablar en particular?
-De muchas cosas. Que los cuerpos son irreales, por ejemplo. Que todo lo que pasa en las películas porno es irreal.
-¿Esto no sería obvio? Es como decir que las películas de superhéroes o las de acción, onda Rápido y furioso, son irreales.
-No es tan obvio, profe. Porque después es como que tenemos que hacer lo que se hace en las películas, tenemos que tener esos cuerpos perfectos.
-Ajá… ¿Pero esas películas no son para mayores? Acá nadie debería haberlas visto.
-Ah, qué gracioso… Todos ven porno, profe. De ahí se aprende, porque de sexo no hablamos en la escuela ni tampoco en casa, al menos no en mi familia.