La era de la desigualdad

Según un uniforme encargado por el G 20, el siglo XXI va camino a convertirse en la época más desigual.

La era de la desigualdad.

“El mundo atraviesa una emergencia de desigualdad”. Esta es la principal conclusión que emerge del primer informe sobre desigualdad elaborado por el Comité de Expertos Independientes sobre la Desigualdad Global, que fuera encargado por el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa durante la presidencia de Sudáfrica del G-20. El estudio, presentado públicamente el martes 4 de noviembre, aporta datos alarmantes que evidencian la gravedad de esta problemática y propone la creación de un panel internacional independiente sobre desigualdad que oriente las políticas públicas en la materia.

Datos que alarman

El informe revela que, entre 2000 y 2024, el 1% más rico acaparó el 41% de la nueva riqueza generada a nivel mundial, mientras que solamente el 1% de esa riqueza fue apropiada por el 50% más pobre de la población, según cálculos y estimaciones basadas en información del World Inequality Lab. De confirmarse la tendencia en los años venideros, el siglo XXI va camino a convertirse en el siglo de la desigualdad.

Esta verdadera “crisis de desigualdad”, tiene múltiples dimensiones, no solo económicas sino también democráticas, como lo afirma el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, presidente del Comité de seis expertos que elaboró el referido estudio, quien no duda en calificar al momento presente como “un punto de inflexión” que requiere “una respuesta contundente”, si es que no queremos entrar en un “círculo vicioso” del cual será muy difícil salir, porque en un mundo con creciente desigualdad los más ricos establecerán las reglas de juego a fin de preservar e incrementar su propia riqueza. Y en cierto modo, esto ya está sucediendo en la actualidad.

A su vez, Adriana Abdenur, una reconocida científica social brasileña, cofundadora de la “Plataforma CIPO” y una de las autoras del informe, advierte que “el sistema económico (dominante) no está proporcionando bienestar y dignidad para la mayoría de la población mundial”. Algunos datos ilustran claramente esta situación: “El 1% más rico vio aumentar su riqueza en una media de 1,3 millones de dólares desde el año 2000, frente a los 585 dólares que promedia la mitad más pobre del planeta”.

Por ello no es de extrañar que “tantas personas en todo el mundo sientan que su nivel de vida se ha estancado o deteriorado en los últimos años”. Esto se debe, como lo señala Abdenur, a que existe “una concentración dramática de la riqueza en el 1% superior de la pirámide”. Para peor, la distancia que separa a ambos polos de la estructura social se amplía año tras año.  

Y no se trata de una cuestión de meras percepciones sino de realidades diametralmente diferentes. Así, mientras pocos disfrutan de los beneficios de la bonanza económica, son muchos los que sufren o padecen todo tipo de limitaciones y privaciones materiales. Luego, “la desigualdad de ingresos y riqueza, se traduce desigualdades en materia de salud, educación, acceso a la justicia y de oportunidades”, concluye el economista estadounidense.

Por otra parte, el 83% de los países (es decir, el 90% de la población mundial), se encuentra en condiciones de “alta desigualdad”, según parámetros establecidos por el Banco Mundial. Asimismo, la riqueza acumulada por los multimillonarios equivale hoy al 16% del PIB global, alcanzando el nivel más alto de la historia moderna. En cambio, hay 2.300 millones de personas (lo que representa el 25% de la población mundial) que se enfrentan a cuadros de “inseguridad alimentaria” moderada o grave. Esto supone un aumento de 335 millones desde 2019. La proyección de estos datos traza un panorama demasiado sombrío de cara al futuro.

Desigualdad y democracia

También destacan los especialistas que existe una estrecha vinculación entre el crecimiento de la desigualdad y la erosión democrática. “La acumulación de riqueza en la cima es particularmente peligrosa para el funcionamiento de la democracia”, asevera Stiglitz. En este sentido, el estudio puntualiza que los países con “alta desigualdad” tienen siete veces más probabilidades de experimentar un “declive democrático” que aquellos que son más equitativos. Esta es una de las conclusiones más importantes del informe: “La riqueza extrema, tal como la observamos actualmente en el mundo, no solo permite acceder a un estilo de vida más agradable; las desigualdades económicas -antes o después- tienden a traducirse en desigualdades políticas”, precisa Abdenur.

Sin dudas el problema se agravó con la aparición de las grandes plataformas tecnológicas, que dejaron el control de las redes sociales en manos de unos pocos billonarios. Ellos son, en rigor, los genuinos dueños del poder mundial. “Estas empresas tecnológicas -nos explica Stiglitz- no solo afectan directamente a la política”, financiando las campañas o influyendo en los gobiernos, “sino que también lo hacen de forma indirecta, controlando los medios de comunicación”, incluidas las redes sociales. Hoy los algoritmos determinan lo que vemos, y eso a su vez determina nuestra visión del mundo. Así las cosas, vemos lo que otros quieren que veamos. Nuestra libertad de elección no es más que una mera ficción.

Por último, datos recientes sobre el aumento de la “riqueza heredada” demuestran que, en los próximos 10 años, se transferirán unos 70 billones de dólares a herederos. “Este es un gran desafío para la movilidad social, la equidad y la igualdad de oportunidades”, y nos confirma que la desigualdad económica “no es una crisis momentánea sino un problema intergeneracional”. Si no la tratamos ahora, veremos “cómo la situación empeorará en las próximas décadas”, vaticina la coautora del informe.

En definitiva, “la desigualdad es una traición a la dignidad de las personas, un impedimento para el crecimiento inclusivo y una amenaza para la propia democracia”. Por ello, abordarla es “un reto generacional ineludible”, como lo expresa el presidente Ramaphosa en su comunicado.

La situación de Argentina

Argentina, por cierto, no permanece ajena a este fenómeno global. De hecho, a partir de los años setenta nuestro país ha experimentado un notorio crecimiento de la pobreza, pasando del 4 o 5% a más del 30% de la población, en el mejor de los casos, con algunos picos que llegaron a superar incluso los 50 puntos porcentuales, por ejemplo, cuando estalló la crisis política y económica a fines del 2001. La relación entre pobreza y desigualdad es tan visible que no necesita de mayores argumentaciones.

Y nada indica que la situación vaya a cambiar en el corto y mediano plazo. Por el contrario, la batería de medidas adoptadas durante los dos primeros años de gestión del presidente Javier Milei (que derivaron en un severo ajuste del valor real de salarios y jubilaciones, la liberación de las tarifas de servicios públicos y la pérdida de miles de puestos de trabajo formal) no parecen estar orientadas a abordar esta problemática, como lo exhorta el aludido informe. Es más, muchas de las denominadas “reformas estructurales” que el Gobierno nacional está impulsando en estos días (entre ellas, la reforma de la legislación laboral vigente), quizás terminen convirtiendo a la desigualdad en una verdadera política del nuevo Estado libertario.

La ley que cambió la democracia argentina para siempre 

Salir de la versión móvil