Formación y retribución docente

Por Fermín Bertossi

Formación y retribución docente

En vísperas del 138° aniversario de la Ley 1.420, del año 1884 –piedra fundacional y base primordial del sistema educativo argentino-, de la cual se conmemora su efeméride, resulta oportuno reflexionar puntualmente sobre la formación y retribución docente para una educación de calidad.

Siendo el interés la medida de la acción, según las previsiones presupuestarias ni la Educación ni la condigna retribución docente, son prioridad ni atractivo suficiente para las autoridades nacionales, provinciales, municipales y gremiales. Para semejante afirmación, baste cotejar la retribución docente en todos los niveles y establecimientos educativos, con la que perciben legisladores, jueces, funcionarios, dirigentes o empleados de menor jerarquía y significación axiológica (sindicalistas, municipales, bancarios, camioneros, operarios de luz y fuerza, etc.)

El español -madrileño- Mario Alonso Puig, doctor en Neurociencias y eximio educador, no concibe nada más humano que la Educación, a punto tal que la considera la profesión más importante del mundo.

Consecuentemente, qué tiene de humano y humanitario un salario docente que no cubre el costo de una canasta básica, por la que una familia de sólo dos adultos y dos menores necesita un ingreso mensual de $ 95.260 para no ser considerados pobres, según el último informe del Indec.

Según Alonso Puig, la palabra educación, en el fondo, quiere decir “sacar de dentro”, es decir, “no somos cubos vacíos que hay que llenar, si no fuegos que hay que encender”. En este sentido Mario Alonso Puig diferencia entre un profesor y un maestro: “El primero te enseña; el maestro te ayuda a descubrir tu potencial”.

Para él, sólo la Educación tiene la eficacia y la capacidad de generar transformaciones muy profundas en las personas, al crear nuevos hábitos o despertando talentos y nuevas formas de interactuar con la realidad, haciendo que nuestra existencia tome otro sentido.

Georges Haddad, rector de la Sorbona, dijo con toda razón: “Una sociedad que no ama a sus maestros y profesores no ama a sus niños”, dado que su denominador común es que dichos magnánimos docentes de vocación hacen pensar a sus alumnos y los inspiran para que saquen, cada uno, lo mejor de sí mismo.

Invariablemente, los gobiernos se llenan la boca hablando que la educación es lo más importante, pero omitiendo en los hechos su urgencia, según lo acredita una paulatina e involutiva desinversión educativa, reflejada también en una prolongada infra formación y retribución docente con una inflación anual estimada en un 70%.

Asimismo, cuando persiste y se agudiza la pobreza, la indigencia e inflación, atrasa usurpar, cual “okupas”, precioso tiempo y exiguo recurso escolar militando con politiquerías distractivas cuestiones no urgentes, como un supuesto lenguaje inclusivo reducido básicamente a una forzada letra “e”; ello en tanto continúan maltratados o excluidos alumnos y maestros ciegos, mudos o hipoacúsicos, confirmando concretas desigualdades de trato y de oportunidades que ningún aterrizaje de ingrávida jerga incluyente podrá suplir, atemperar ni remediar.

Finalmente, ante una educación sin calidad, sin presencialidad de los alumnos, sin apropiada formación docente y sin financiamiento suficiente, ¿cómo no defender “presencialidad”, dignidad formativa y salarial docente, recuperación de contenidos; todo sin envalentonar a sus verdugos?

 

Docente e investigador universitario

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