El 17 de febrero, el presidente Emmanuel Macron anunció la retirada de las tropas francesas de Mali. Tal declaración, la cual se dio tras una rápida ruptura en las relaciones con la junta gobernante maliense, que accedió al poder después de un golpe de Estado en mayo de 2021, puso fin al compromiso militar francés de nueve años en el país. El comunicado del Elíseo se produjo en un momento en que las reacciones sociales agravaron el escepticismo en torno a la “Opération Barkhane”.
Mali ha sido el punto focal de la contrainsurgencia francesa en el Sahel, un cinturón de tierra de cuatro millones de kilómetros cuadrados que atraviesa la división desierto-sabana de África. La operación tuvo su génesis en 2013 con la “Opération Serval”. Se dio como respuesta a solicitud de Mali de expulsar a los yihadistas, los cuales se aprovecharon de los existentes agravios de las minorías y utilizaron la rebelión Tuareg como un caballo de Troya para conquistar los territorios del norte de Mali. En 2014 la “Opération Serval” se extendió por toda la región, desplegándose a Mauritania, Níger, Burkina Faso y Chad, en lo que se conoció como “Opération Barkhane”. Tal misión se proyectó para una duración de unas pocas semanas, pero las cosas no salieron según lo planeado. En lugar de que la situación fuera aliviada, el desarrollo de Barkhane se ha enfrentado a un aumento de las bajas, una escalada de la insurgencia y una disminución del apoyo. En los últimos años, la participación antiterrorista francesa en el Sahel ha experimentado una creciente oposición local, con protestas incitadas por las redes sociales. Por un lado, el desencanto local se ha producido porque, contrariamente a lo que se esperaba, los sahelianos han presenciado durante mucho tiempo cómo Francia ha fracasado en prevenir las bajas del ejército local; el ejército francés tampoco ha sido capaz de evitar el aumento de las muertes de civiles y el desplazamiento generalizado de la población.
Los éxitos tácticos de Barkhane han sido eclipsados por la incapacidad de Francia de aminorar los actos violentos en la región. El ampliar su alcance a las diputas locales ha permitido a los grupos yihadistas solidificar su influencia, movilizarse y obtener recursos para reforzar sus acciones. Igualmente, el intensificado desplazamiento y la crisis humanitaria, con 1,4 millones de desplazados internos desde 2019, han demostrado que la situación se encuentra lejos de mejorar. Desde 2015 más de 23.500 civiles han muerto en Mali, Níger y Burkina Faso. Sumado a las mutuas percepciones de disonancia que caracterizaron las relaciones franco-malienses, en parte agravadas por el giro pro ruso de Mali, el creciente sentimiento popular anti francés contribuyó a alimentar el apoyo a los golpes de Estado de agosto de 2020 y mayo de 2021. El punto de no retorno se produjo en marzo de 2021, cuando una investigación de la ONU reveló que un ataque aéreo francés golpeó una boda en el centro de Mali y mató a 19 civiles. Tras el golpe militar de 2022 en Burkina Faso, las imágenes de los miles que salieron a las calles ondeando banderas rusas y sosteniendo pancartas anti francesas, ya no son una sorpresa.
Tal desilusión se ha combinado con la extendida percepción de que un “atasco de seguridad” ha convertido al Sahel en una arena de actores de seguridad internacional, con mandatos de intervención contradictorios. Como consecuencia, en lugar de mejorar la situación, esta ha sido exacerbada. La miríada de intervenciones ha contribuido aún más a la retórica yihadista anti neocolonial. La intervención internacional y, en particular, la intervención francesa, continúan siendo vistas a través de los ojos desconfiados de una población harta.
En Paris, en tanto, las operaciones militares francesas en el extranjero siguen siendo vistas por la opinión pública como una tapadera para encubrir intereses no expresados, como el de asegurar el suministro del uranio de Areva, en Níger, mediante la colaboración con regímenes autoritarios. Además, en un contexto en el que las cuestiones más urgentes parecen ocupar el ámbito geopolítico, la congruencia entre los recursos y las capacidades de Barkhane no ha logrado cumplir con los criterios de la misión. La operación ha desplegado hasta 5.100 soldados, 780 vehículos militares y unos 40 aviones de guerra, a un coste de alrededor de 1.200 millones de dólares cada año. De este modo, en enero de 2021, por primera vez desde que comenzó la misión en 2013, la mayoría de franceses se declaró en contra de la intervención en Mali.
El electorado francés y la actitud negativa de las poblaciones locales parecen haber desempeñado un papel fundamental en el futuro de las misiones antiterroristas francesas en la región. A pesar de acaparar la mayor parte de la atención, los golpes de Estado en Mali y la consiguiente llegada al poder de rusófilos prestados a negociar con yihadistas, subrayaron que los días de Francia en Mali estaban contados.
Ahora, Wagner, una compañía paramilitar público-privada dirigida dentro del círculo oligárquico de Putin, se prepara para aprovechar el vacío dejado por los franceses en el Sahel.