El espeluznante ataque perpetrado por Hamás contra Israel el 7 de octubre y la devastadora guerra que ha desatado en Gaza encierran el potencial de reconfigurar el entorno estratégico en Oriente Medio y el Mediterráneo. El conflicto abierto también saca a relucir los crecientes retos a los que se enfrentan Europa, EEUU y sus aliados en todo el mundo en materia de seguridad y sus implicaciones para el futuro de la disuasión, la gestión de las crisis y el reparto de la carga. Las consecuencias pueden tener un gran alcance en un momento caracterizado por dinámicas mundiales cambiantes y unas elecciones críticas a ambos lados del Atlántico.
El atentado de Hamás e integrantes de la Yihad Islámica fue insólito por su escala –con unas 1.200 víctimas mortales entre israelíes y ciudadanos de otras nacionalidades y unas 240 personas secuestradas– y también por su naturaleza híbrida. El ataque combinó elementos de terrorismo con una forma de hacer la guerra (“warfare”) irregular, y una campaña informativa abierta. A una planificación sofisticada se sumó una furia violenta. El flagrante fallo del sistema de alerta e inteligencia israelí sin duda será debatido durante años. Lo ocurrido ilustra la relación dinámica entre la tecnología y el factor humano y entre el ataque y la defensa en un contexto de guerra. Los líderes a ambos lados del Atlántico tendrán que lidiar ahora con una posible nueva oleada de terrorismo impulsada por Gaza.
En la década de los 70 y 80, Europa fue el epicentro del terrorismo palestino. La experiencia más reciente inspirada en la ideología islámica radical ha tenido un componente más global. Los atentados en suelo europeo, desde Madrid hasta Bruselas, pasando por Londres, Niza han moldeado la percepción pública de la amenaza. La mayoría de los atentados terroristas y víctimas se concentran en el sur: en África, el Sur de Asia, Oriente Medio. Existen en la actualidad fuertes señales de que lo acontecido en Gaza podría desencadenar una nueva oleada de atentados en Europa y América, inspirados en cierta forma en el conflicto, la causa palestina y la ideología yihadista. Además de gestionar las exigencias de una guerra convencional en Europa Oriental, los socios transatlánticos deberán centrarse en la amenaza del terrorismo en su propio territorio o contra sus ciudadanos e instituciones en el extranjero. Si, como parece, la crisis en Gaza degenera en una batalla urbana prolongada, o si se extiende a Líbano, es posible que los socios transatlánticos deban enfrentarse a una nueva iteración del fenómeno de combatientes extranjeros que caracterizó la batalla contra el ISIS en Siria e Irak, lo cual generaría retos constantes en un momento en el que el clima político se encuentra ya muy tenso.
Gaza quizá no es tan porosa como Siria o Irak, pero existe un potencial de filtración desde Egipto. Líbano es un caso diferente, y también de mayor complejidad, pues existe el potencial de que Irán (o incluso Rusia) medien en el reclutamiento y la logística. La seguridad marítima será una preocupación creciente y un elemento central de la estrategia cambiante de la OTAN y la UE hacia el sur. Los ataques por parte de milicias huzí desde Yemen o directamente desde Irán han perturbado la navegación en el mar Rojo y el acceso al Canal de Suez. Existe una posibilidad muy real de que dichos ataques se extiendan al Mediterráneo oriental, sobre todo en caso de que haya un conflicto a gran escala que implique a Hezbollah en Líbano. De producirse, el transporte marítimo, las plataformas de energía “offshore” y los cables subterráneos estarían en peligro. Las importantes fuerzas navales concentradas en la región para la protección del comercio –y la posibilidad de que se produzcan acciones directas contra lugares de lanzamiento de drones y misiles contra buques– pueden disuadir posibles ataques.
Ahora bien, la idea de imponer un coste visible a la par que simbólico a los aliados percibidos de Israel puede resultarle irresistible a los distintos grupos no estatales que están desplegando estas armas o deseando utilizar pequeñas embarcaciones con fines de interceptación. Algunos, como Hezbollah, tienen la habilidad de atacar objetivos tan lejanos como Chipre. Los aliados occidentales tienen los recursos para abordar estas amenazas, pero los riesgos económicos y ambientales a corto plazo no pueden ignorarse. Además del 12% del comercio mundial que pasa por el Canal de Suez, preocupa la seguridad de las plataformas energéticas (se dice que Israel ha parado algunas plantas de producción marina a modo de precaución). Un conflicto y una inestabilidad enquistados en el Mediterráneo oriental también pueden suponer costes de oportunidad a más largo plazo. El potencial que encierra la región como centro para la producción energética futura, incluidas las renovables y las nuevas interconexiones eléctricas, y las infraestructuras comerciales y digitales que comuniquen Europa, Asia y África, dependerá de manera crítica de la estabilidad regional y de la existencia de unos riesgos geopolíticos gestionables. Es improbable que iniciativas tales como el Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa y la Global Gateway de la UE sean viables, salvo que se reúnan unas condiciones mínimas de seguridad. Esta realidad resalta la creciente interdependencia de la geopolítica y geoeconómica en la periferia europea.