En términos generales, la Administración Biden y Europa han estado alineados en lo que respecta a su estrategia hacia Irán. Sin embargo, la diplomacia en torno al programa nuclear iraní no ha logrado encaminar el Plan de Acción Integral Conjunto, y las actividades de enriquecimiento de Teherán avanzan rápidamente. A ambos lados del Atlántico, las preocupaciones en materia de derechos humanos y política exterior han conducido a un endurecimiento de las posiciones, la crisis de Gaza y la posibilidad de que el conflicto escale hasta implicar a Irán de forma más directa harán que un enfoque comedido hacia el uso de la fuerza contra Irán y sus afines sea más difícil de defender. EEUU ya está atacando a las milicias respaldadas por Irán en Irak y Siria y las fuerzas navales europeas y estadounidenses están respondiendo a los huzí en Yemen.
Al mismo tiempo, es probable que el ataque de Gaza y sus consecuencias conduzcan a un debate más encendido sobre la posibilidad de que se produzcan atentados terroristas bajo el paraguas nuclear iraní. Esto siempre ha formado parte del argumento en los círculos estratégicos de línea más dura. Las perspectivas de un desarrollo nuclear iraní sin restricciones junto con un resurgimiento del terrorismo y la guerra irregular del Mediterráneo oriental y sus zonas de interior podrían reducir la probabilidad de que se produzca un ataque israelí o estadounidense contra instalaciones nucleares iraníes. Incluso en ausencia de este escenario es probable que los desarrollos regionales coloquen la política hacia Irán en un lugar más prioritario de la agenda de seguridad transatlántica.
¿Es sostenible este compromiso de EEUU con la seguridad en Europa? La pregunta resulta pertinente en vista del caótico estado de la política estadounidense y las incertidumbres propias de un año electoral. Incluso Biden, con su marcada orientación hacia Europa y la seguridad transatlántica, ha tenido dificultades para financiar el apoyo de defensa a Ucrania e Israel. Otra Administración Trump, o similar, sería altamente disruptiva para las relaciones de la alianza a nivel mundial. Y la presencia de EEUU en el Mediterráneo formarían parte de esta problemática ecuación de reparto de la carga. Además de lo que está en juego para cada país en la libertad de navegación y la lucha antiterrorista, habrá una percepción de que el flanco sur de Europa es una zona en la que la Occidente puede y debe hacer más. A diferencia de las labores altamente exigentes de disuasión y defensa hacia Rusia o la proyección del poder en el Indo-Pacífico, es posible imaginar un enfoque a la seguridad en el Mediterráneo en el que Europa lidere. Se trata además de lugares a los que Europa puede llegar y donde puede actuar.
Ahora bien, si la UE aspira a gozar de una mayor autonomía estratégica y a desempeñar un papel geopolítico de peso, las pruebas más relevantes y prácticas pueden darse en el sur. Las amenazas híbridas que procedan del sur y el regreso a la lucha antiterrorista como una prioridad estratégica también pueden reabrir el debate sobre lo que ha de incluirse en la ecuación de reparto de la carga. La inteligencia, los acuerdos de seguridad nacional y otros elementos que normalmente no forman parte de las medidas convencionales de gastos en defensa podrían incluirse en un enfoque menos ortodoxo. El Concepto Estratégico revisado por los EEUU y la OTAN, y los planes de defensa regionales lanzados en la cumbre de Vilna, abrieron la puerta a una forma de pensar más explícita sobre la estrategia de la Alianza hacia el sur.
La Brújula Estratégica de la UE también identificó áreas y tareas de especial relevancia para el Mediterráneo y Oriente Medio. Para EEUU, en concreto, todo ello debe abordarse en un contexto de una creciente e inestable competencia estratégica con China. La naturaleza difusa del entorno de seguridad hacia el sur siempre ha complicado la estrategia transatlántica hacia la región. Así ocurrió durante la Guerra Fría y así sigue siendo a fecha de hoy. La crisis de Gaza y los eventos relacionados subrayan la necesidad de adoptar enfoques más explícitos en varios ámbitos fundamentales: la lucha antiterrorista ha vuelto a ser una prioridad. Incluso librándose una guerra convencional en Europa, los líderes y las opiniones públicas insistirán con razón en que las alianzas y las instituciones presten una mayor atención a las señales de advertencia y la respuesta en este campo. En segundo lugar, la seguridad marítima será un ámbito crítico para la acción.
En un momento de creciente incertidumbre en torno al comercio internacional y la seguridad energética, la economía mundial no necesita nuevas fuentes de riesgo. No se requieren necesariamente nuevos activos para esta tarea, sino más bien un compromiso político y un enfoque multilateral. En tercer lugar, la crisis abierta y las necesidades acuciantes en términos humanitarios y de seguridad recalcan la importancia de una cooperación más estrecha entre la OTAN y la UE en el Mediterráneo. Más allá de las cuestiones de movilidad militar, ciberseguridad y la lucha contra la desinformación en todos los frentes, la estrategia hacia el sur ofrece unas perspectivas especiales de cooperación. La combinación de desafíos de seguridad blandos y duros y el hecho de que las capacidades europeas y estadounidenses estén relativamente equilibradas en este sentido representa una importante oportunidad en un momento en el que ambas instituciones buscan nuevos enfoques.