Gladis Rivadero, la hora exacta

Carta de lectores

Gladis Rivadero, la hora exacta

…in memoria de Ulises Moyano.

Hay un instante en que el día empieza, una hora exacta en que todo comienza y todo termina. El sábado 20 de agosto a las 9:16 mientras desayunaba un mensaje por Whatsapp entró. Era Gladis Rivero, de Ciudad de Mis Sueños. Miré de reojo el celular sin levantarlo, pero igual puede leer en la segunda línea el contenido de todo el mensaje: “Lamentablemente falleció”. Inmediatamente la llamé. Estaba conmovida. Inconexa al hablar. De a ratos se quedaba en silencio, respiraba fuerte intentando tomar más oxígeno, poner su mente clara y explicar aquello que no tiene explicación, que perfora el alma y lastima sus tripas: la muerte de Ulises Moyano, su Uly, en la vía pública.

Gladis R. es una referente del barrio Ciudad de Mis sueños. Una vez me dijo señalando al suelo con su mano: “Estoy acá, desde el primer día en Ciudad de Mis Sueños. Nos trajeron de Villa la Maternidad”. Como a la gran mayoría, le costó adaptarse pero al final pudo acomodarse. Porque dejar sus casitas hechas de cansancio, necesidad y sueños inconclusos fue muy duro. También fue dejar atrás un hacinamiento asfixiante, con goteras insoportables en los días de lluvia, grifos que eructaban vacío por agua, ganchos y cables que cruzando el aire traían energía bajo un riesgo constante.

Por eso el día que abrió la puerta de su casa por primera vez descubrió que estaba hecha de material, que había agua potable, que luz eléctrica iluminaba cada espacio y que la cocina tenía empotrado la instalación de gas envasado. Eso fue sentir que la irrealidad de un sueño se había convertido en realidad, de saberse digno.

Sin embargo, los primeros días el desarraigo se hizo presente. Todo era distinto, todo era extraño. Hasta el sol parecía no salir del mismo lugar. A veces el fastidio y los sentimientos encontrados la invadían… “acá estamos lejos del centro, del trabajo, de los hospitales, de todo”. Estábamos en medio de campos sembrados de papa y maíz, decía Gladis… camino a Toledo, Ruta 9 sur, al final o al comienzo de la capital doctoral…

Pero el tiempo pasó. Y ya van 18 años de aquel día…

Gladis tiene en su casa un pequeño quiosco que puso en tiempos de pandemia después de perder su empleo en un hotel de la calle Salta. Cruzando el pavimento, a escasos metros, está la casa donde nació Ulises Moyano. “Al Uly lo conocí desde chico, lo vi crecer. Era muy amigo de Carlitos, mi hijo… aquel viernes vino a buscar sus criollos a las 8 como de costumbre. A las 12:30 siempre venía por el pan, y a las 18 golpeaba sus manos gritando: ‘Doña, y Carlitos’. Mi hijo lo escuchaba y salía. En la verja se ponían a charlar, a conversar cosas de chicos… que se yo, de chicas, de fútbol y de tantos sueños…”. Gladis hace un silencio y recuerda que le preguntó por su abuela: “El domingo voy a ir. Me va a cocinar lo que más le gusta ravioles con carne molida”, le dijo. “A eso de las 19:30 se fue con una sonrisa en su rostro. llevaba su tapper en una bolsita, iba al comedor a buscar la ración de comida para su hermana, su mamá y él”, continuó.

Algunos dicen que el comedor abrió más tarde que de costumbre, lo que hizo que se juntara gente y se formara una fila. Para achicar la espera y no aburrirse, Uly y un amigo recogieron una tapa de tacho de pintura y se pusieron a jugar al disco volador. Se rieron de sus propias proezas. Luego, en un descuido el disco voló tan alto que nadie pudo alcanzarlo. Uly lo miró caer, sonrió, y sin decir nada saltó el charco de agua servida, estiró su brazo y sin querer toco el hilo de la alambrada de campo. En segundos, su cuerpo se desplomó como si lo hubiese arrancado del aire. Los gritos, la desesperación lo invadió todo. Lo llevaron al dispensario, pero Uly ya se había ido para siempre. En la cuadra nadie puedo explicar por qué una alambrada de campo estaba sujeta a una columna de metal del alumbrado público -enfrente del Amsurrbac-. Hay quienes dicen que vieron a alguien hacer algo en la caja de esa columna, pero no saben si fue hijaeputez o negligencia… Lo cierto es que al estar electrificada alguien iba a morir, y le tocó justo a él, un viernes por la noche en un barrio ciudad de Córdoba.

La crónica dirá que la muerte de Ulises fue el segundo hecho luctuoso de cuatro que hubo en nuestra ciudad en lo que va del año por columnas electrificadas en espacios públicos. Conversando con Sergio Martínez, idóneo en materia, llegamos a la conclusión que la seguridad del alumbrado público es una cuestión de estado pendiente. Que muchas veces se asocia el riesgo eléctrico a la marginalidad o vandalismo pero lo cierto es que se debe a “una falta mantenimiento de todas las luminarias públicas, en cada barrio”, en sus palabras. Los espacios públicos en los barrios –afirma- son una trampa mortal. ¿Solución? verificar, una por una, cada columnas existente.

El lunes pasado junto a Alejandro Busso estuve recorriendo el barrio ciudad. Había una densa calma. El dolor envolvía cada mirada. Después de dar varias vueltas llegué a casa de Gladis que nos esperaba. Nos sentamos en el living. Rompió el silencio y volvió a contar otra vez todo lo sucedido, quizás para convencerse que en verdad había sucedió y no era una estupidez. Sus ojos se humedecieron. Nosotros no preguntamos nada porque tampoco había qué. Minutos más tarde aparecieron la mamá de Ulises, su tía María y su abuela, literalmente destruidas. Tres mujeres, tres historias. Sé muy bien que cada uno cuenta su historia personal de acuerdo a la oreja que oye y las ganas que se tenga de ser sincero. El dolor por la muerte de un hijo es tan antinatural como bíblico.

Después de ver y escuchar el dolor de esas mujeres, miré a Gladis y le dije, me debo ir… nos fuimos en silencio. En el camino me pregunté si alguna vez Ulises fue feliz… sé que la felicidad es algo que nos decimos al mirar fotos de un tiempo que vivimos felices sin saberlo, hasta ahora. Sé que su padre los abandonó un día, que la miseria lo acorraló, que fue el hombre que no había, que seguramente discutió con su madre por cosas de la vida, esas que no queremos que sucedan otra vez, que fue el hermano fiel que cada mediodía acompañaba a su hermana a la puerta del colegio sin decir nunca “no tengo ganas de ir”.

Luego me pregunté, ¿y si Uly Moyano se hubiese cruzado con Luciano Aranda… por esas cosas de destino en la peatonal alguna vez, eh? ¿Y si al mirarse a los ojos se hubiesen reconocido por aquella juntada en el parque Sarmiento a fin de año? Después de chocar sus puños y sonreír ¿de qué hubiesen hablado esos dos pibes esa misma tarde?

Hace unos días volví a hablar con Gladis, por última vez. ¿Cómo estás Fede?, me pregunto. Bien, le respondí. Me agradeció por lo que hice. Que no fue nada… ¿sabes qué, Fede?… cada mañana a las 8 lo espero… oigo golpear sus manos, viniendo a buscar a sus criollos…

 

Federico Figueroa

(Ojala un día, Gladis, nuestros jóvenes vuelvan a jugar con un disco de plásticos en la plaza de algún barrio, sabiendo que detrás del muro no los espera la muerte artera.)

Ulises Moyano, de 18 años, murió electrocutado el 19 de agosto pasado al recibir una descarga de un alambrado pegado a un poste de alumbrado con la caja descubierta, en un predio de barrio Parque Ituzaingó.

Luciano Valentín Aranda, de 14 años, murió electrocutado el 25 de enero de 2022 al recibir una descarga cuando se apoyó sobre un poste de alumbrado de una plaza de barrio Alto Alberdi.

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