Juventud, divino tesoro

Por Eduardo Ingaramo

Juventud, divino tesoro

Con pesar y desconcierto vemos cómo actúan mayoritariamente hoy los jóvenes, sin que los mayores logremos comprenderlos y menos aún orientarlos. A la vez, veo descripciones con críticas negativas a su comportamiento que no plantean soluciones, como si no tuviéramos la responsabilidad de construir nuestro futuro a través de ellos. Menudo desafío tenemos por delante.

Las redes, cada vez más, impulsan comportamientos que se multiplican a sí mismos en búsqueda de lo inmediato, en relaciones líquidas que, a su vez, intentan escapar del dolor y el miedo, en donde el éxito se mide por los “me gusta” y el dinero que proporcionan a los pocos que logran miles o millones de seguidores de esas redes.

Así, los nuevos héroes juveniles son “youtubers”, “instagramers” o “tiktokeros”, que se vuelven famosos o “influencers”, y cobran por ello, o simplemente logran visibilidad por un día en un video viral.

La pandemia y la cuarentena aceleraron al infinito ese proceso, que ya se había iniciado, a la vez que aumentó el aislamiento social, reemplazándolo por vínculos digitales de bajísima intensidad y unidireccionales, frecuentemente agresivos y cada vez menos constructivos.

Esto no le ha pasado sólo a los jóvenes: también adultos, y adultos mayores, se han incorporado a esa tendencia, aunque sus historias y relaciones personales previas suelen compensarlas, en parte, no obstante lo cual sus relaciones personales se van deteriorando, ya sea por discusiones encendidas en temas sustantivos –éticos, políticos, sociales, religiosos, económicos- al punto que, para mantener las relaciones afectivas, en el mejor de los casos los terminan eliminando de la agenda común.

Quizás por estar inmersos en el problema, los adultos no parecemos capaces de tener la perspectiva que nos permita aportar soluciones a un problema que nos incluye. Algunos datos duros reportan en casi todos los países los extremos catastróficos de este camino son los suicidios (autolisis), principal causa de muerte de jóvenes entre 15 y 35 años

A la vez que, entre los adultos mayores, los varones de bajo nivel económico encabezan esa terrible estadística, especialmente por su exclusión, o auto exclusión, de sus grupos familiares, que ya no aceptan su machismo; a la vez que es casi imposible sostener la pretensión de controlarlas con “la billetera” y el mandato “del buen proveedor”, como ocurrió en el pasado.

Sin llegar a esos extremos, la falta de objetivos a largo plazo que parezcan verosímiles es el factor común de unos y otros, de modo que puedan ser satisfactorios, constructivos y edificantes, de modo de disminuir el miedo –que siempre y finalmente es a la muerte- que domina nuestros comportamientos.

La muerte laboral de los mayores, o la digital de los jóvenes acosados por “bullying” o “grooming”, son formas previas a ese funesto desenlace. Aunque existe un rumbo posible que podemos ver en unos pocos casos.

Partir de “lo que nos gusta” parece ser entonces imprescindible para comenzar un camino que aumente el alcance de lo común. Un segundo paso es lograr vincularlo con “lo que sabemos hacer”, que pueda ser desarrollado con mayores habilidades personales, y más y mejores relaciones interpersonales que aumentan nuestro capital humano, el único que no puede ser sustraído por nadie, ni menguado por la licuadora inflacionaria.

Para que esa pasión de lo que me gusta y sé hacer, solo o asociado con otros, sea sostenible, será necesario que se profesionalice y se monetice, y así nos permita comenzar a vivir al menos en parte de ello.

Muchas veces, alcanzado este nivel de sostenibilidad mínimo, se pretende que exista una “misión” en base a lo que el mundo necesita, lo que parece excesivo en esta etapa, salvo que se trate de no hacer algo que afecte negativamente a la comunidad, dado que todo este camino de construcción edificante puede derivar en actividades que le restan o inclusive puedan ser delictivas.

Aunque nos pese, ese es el método de delincuentes y narcotraficantes que suman soldados a su organización, cuando el Estado y las organizaciones sociales solidarias se retiran de los territorios más conflictivos.

El emprendedurismo individual ha mostrado desde hace décadas los límites a sus posibilidades, aunque existan unos pocos “exitosos” apoyados por redes sociales preexistentes, de tipo familiar o social, con las que acceden a relaciones de escalera con empresarios o expertos “benefactores”.

Con poca repercusión, es evidente que la gran convocatoria de instancias educativas de bajo costo o gratuitas, en oficios o en carreras universitarias cortas, son una muestra de que una buena cantidad de jóvenes que ven en ellas una forma de aumentar sus posibilidades.

Es en esas instancias donde la organización colectiva solidaria tiene una oportunidad de florecer, ya que con capacidades diferentes cualquier grupo puede aumentar su oferta, eficacia y eficiencia en la prestación de servicios monetizables, mucho más allá de las capacidades individuales.

También es posible desarrollar desde grupos colectivos –por ejemplo, cooperativas de trabajo simplificadas de tres miembros- emprendimientos con capacidad de avanzar de modo sostenible, sobre todo si, con ella, se acceden a instancias de capacitación con expertos, o entidades de la economía social y solidaria, el Estado, o PyMEs que puedan ser sus canales comerciales viables.

Puede que algunos, o muchos, piensen que esta alternativa es utópica. A ellos les digo que ante la falta de otras alternativas lo peor que podemos hacer es no hacer nada, y así garanticemos el fracaso. Miles de jóvenes que intentan estudiar merecen una oportunidad haciendo y viviendo de lo que les gusta, para construir su futuro que es nuestro futuro.

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