La Argentina y el mundo

Por Eduardo Ingaramo

La Argentina y el mundo

Así como no existe empresa si no se considera el mercado en el que opera, no existe país que no considere el contexto mundial. Por el rol de “líder libertario mundial” que nuestro presidente asume por sobre su rol presidencial, y, en especial, por su decisión de reunirse con grandes empresarios antes que con otros presidentes, la estrategia de relación con el mundo es, al menos, novedosa, sino extravagante.

El mundo está tan convulsionado como nunca desde la posguerra, inclusive más que durante la Guerra Fría que la sucedió, al punto que los polos –EEUU-UE y Rusia-China- en pugna se sancionan mutuamente, se bombardean y amenazan con armas nucleares.

Más allá de esos titulares se vislumbran dos proyectos globales que disputan el poder.

Uno, que llaman globalista, cuyas cabezas visibles son el Foro de Davos, y algunos identifican con el Club Bilderberg, en donde se reúnen los más poderosos inversores, empresas tecnológicas, gobernantes, etc. que promueven un “Gobierno Mundial”, o supranacional, detrás de la Agenda 2030.

El otro, autodenominado “patriotas”, que une un variopinto conjunto de gobiernos de derecha, nacionalistas, que encabezan Donald Trump y líderes de la “ultra” europea.

A las puertas de las elecciones del Parlamento Europeo y de las elecciones en EEUU, la disputa ha recuperado los bríos de hace cuatro años, cuando Trump gobernaba, que pueden cambiar el rumbo actual en los países más desarrollados, mientras China navega las aguas de la ambigüedad y su estrategia comercial.

Un mapa de poder de ambos proyectos es algo bastante confuso, en la medida que unos y otros tienen relaciones con las grandes tecnológicas, que disponen de las herramientas para configurar una u otra cultura global, y los administradores globales de fondos (como Black Rock) y bancos de inversión (como JP Morgan, Morgan Stanley, etc.) que navegan entre ambos polos geopolíticos y logran el favor de gobiernos de ambos proyectos globales.

Así, a la visible disputa armamentística de los polos geopolíticos se superpone una división de proyectos globales, entre globalistas y patriotas, por lo que hay gobiernos de Occidente que van por el globalismo, y otros que van por el proyecto patriota. Y gobiernos de Oriente (Rusia, China, India, Indochina) que también navegan entre ambos proyectos globales.

De allí la gran confusión que tiene el público, sobre todo si no se explicitan ambos vectores que disputan geográfica y conceptualmente el poder.

El actual gobierno argentino, para no ser menos en la confusión imperante, ha optado por “Occidente” en lo geopolítico, pero aliado a los nacionalistas “patriotas” en lo ideológico.

Eso es doblemente contradictorio, ya que nuestros principales clientes son de Oriente, o vinculados a China a través de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que están creciendo explosivamente en los países que alcanza. A la vez que no comparte ninguna de las políticas nacionalistas de sus aliados políticos.

O sea, Milei parece un pato en el gallinero y un perro en medio de lobos. Todo un personaje extraño entre unos y otros, que sólo atinan a asombrarse, pero sin comprometerse con él, ni apostar a su éxito más allá de las fotografías, invitaciones y sonrisas.

Mientras tanto, las grandes tecnológicas occidentales con las que se ha reunido Milei, y a las cuales promete administrar el Estado, las administradoras de fondos y bancos de inversión –que representan respectivamente Luis Caputo y Adolfo Sturzenegger- hacen “bicicleta financiera”, o esperan la sanción de la Ley Bases, especialmente el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), además que los argentinos más ricos inviertan en nuestro país lo que tienen dolarizado y fuera del país, con lo que sí produciríamos “una lluvia de inversiones” que no ocurrió ni ocurre.

Si esos procesos de globalización tecnológica, financiera y extranjerización de activos (petróleo, gas, minerales, litio) se consolidaran, Argentina sería el laboratorio perfecto en Occidente: un país con ausencia del Estado en el que reine la globalización que requiere la pérdida de soberanía de los países.

O sea, un proceso de globalización y eliminación de fronteras que rechazan la mayoría de los partidos de derecha –Trump, Vox, Bukele, Orbán- a los que Milei presenta como “sus amigos”.

Es que, tanto en política como en geopolítica, los amigos de mis amigos no son mis amigos ni son buenos funcionarios (ver: el superministro ex jefe de Gabinete, Posse; o la mano derecha de la superministra de Capital Humano, De la Torre). Los intereses que se defienden son más importantes que las amistades o enemistades, y las relaciones institucionales más importantes que las personales, sobre todo si se miden en “retuits” o “me gusta” en el frágil escenario no-político de las redes antisociales.

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