Los municipios son el hito institucional insustituible como primer eslabón de la Democracia. Las primeras elecciones municipales democráticas en la década de los años 80 del siglo pasado inyectaron un aire de reinauguración autonómica, mediante comunas y municipios mancomunados, aglutinando y potenciando la cooperación interior y regional.
Nuestras comunas rurales y municipios del interior son estados locales que, dado su status institucional como primer eslabón de la democracia, precedieron y preceden al Estado en su organización, tanto a nivel provincial como nacional.
Los espacios institucionales estatales locales se caracterizan por su territorialidad, inmediatez y cercanía con el transcurso y devenir de la vida humana en modo vecinal, pero se identifican más propiamente con sus diarias satisfacciones de necesidades físicas primarias como de solicitud con adversidades y limitaciones.
También podríamos afirmar que reflejan, gestionan y sostienen el espacio más propio del vecino con sus desafíos inmediatos del hambre, del analfabetismo y la deserción escolar, de la salud, de la infraestructura y de los servicios públicos esenciales, del faltante de trabajo o de viviendas dignas. También exhiben satisfacciones o insatisfacciones de derechos y expectativas en términos educacionales vinculadas con una real igualdad de oportunidades en cuanto al progreso, adelanto y bienestar general para un palpable buen vivir local.
El origen de nuestras comunas y municipios se cimentó en la identidad e intercomunicación vecinal propias de relaciones gregarias, desde las cuales se fomentaron paulatina y activamente la organización del espacio local, el arraigo, la integración, el respeto, el trabajo, soluciones habitacionales, la solidaridad y la complementación cooperativa entre sus primeros vecinos.
Entonces, regenerar, transparentar y resignificar la política actual, implica rescatar y multiplicar una cercanía nacional y provincial comprometida, permanente e inmediata con las necesidades propias de los estados y comunidades locales.
Sin dudas, el sistema democrático, republicano y federal será más vigoroso, creíble y satisfactivo, cuando cada vecino municipal lo perciba y compruebe territorialmente cercano, institucionalmente amigable.
Obviamente el municipio, cada municipio, es mucho más que autonomía: es vívida cultura democrática directa; es trabajo, es producción, es industria, es población, es urbanización, es fraternidad, solidaridad y puesta en común; es singular, histórico y celoso cuidado del acervo axiológico e identitario patrio: artesanías aborígenes, ladrillones, roja, joyas y vajilla de época, botijas, toneles, barriles, tinajas forradas en cuero, vasijas de madera y cerámica; arados a sangre animal, arneses y correajes, baúles de inmigrantes, telares con horcones; primeras imprentas artesanales, gramófonos o vitrolas; rudimentos y elementos propios del Camino real, carruajes, pipas de madera, cuarterolas o envases utilizados para el transporte en mulas, etc.
La importancia de cada estado local también es arraigo e identidad, es pertenencia, es autogestión y acción vecinal, es acompañamiento del adulto mayor, es empatía y alteridad para alcanzar, mancomunadamente, los mejores logros de bien común, mediante su autónoma administración comunal.
Consecuentemente, el adelanto, progreso y bienestar de los estados comunales y municipales, debe recuperar centralidad en la agenda política, provincial y nacional.
Con una prolongada relegación institucional de los municipios, el Estado nacional carece de hondura, dinamismo e intensidad. El robustecimiento operativo de gobiernos locales redundaría en el del mismo Estado.
Por último, una imprescindible regeneración estatal implica transformación comunal y municipal en categoría de institucionalidad práctica, como una creciente cultura proactivamente productiva e industrial, en términos de satisfacciones locales y comunitarias regionales.