La codicia y la envidia

Por Eduardo Ingaramo

La codicia y la envidia

En nuestros días solemos escuchar que “la codicia mueve al mundo” o “la envidia agudiza los deseos”. Ambas frases son parcialmente verdad, en donde la concentración de poder es un rasgo característico, pero también los deseos provocados por aquello que no poseo. Pero esa no es toda la verdad ni mucho menos.

Santo Tomas de Aquino decía de los siete pecados capitales que “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”.

Ellos son la soberbia, la ira, la avaricia (o codicia), la envidia, la gula, la lujuria y la pereza. Las cuatro primeras están vinculadas más a la vida social, mientras que los tres últimos son más personales.

La soberbia es considerada el original y más serio de los pecados capitales y, de hecho, es la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros.

La ira puede ser descrita como una emoción no ordenada ni controlada de odio y enojo. Estas emociones se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad tanto hacia los demás como hacia uno mismo; un deseo de venganza que origina impaciencia con los procedimientos y que puede impulsar a saltárselos, llevando a la persona a tomarse la justicia por su mano; fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros.

La avaricia o codicia se caracteriza por el deseo vehemente de adquirir riquezas y bienes en cantidades mayores de lo que es necesario para satisfacer las propias necesidades, que le permitirían el desarrollo integral de la persona.

La envidia se caracteriza por un deseo insaciable. Pero hay dos grandes diferencias entre codicia y envida. La primera diferencia es que la avaricia se asocia exclusivamente con los bienes materiales, mientras que el campo de la envidia es más general, incluyendo bienes intangibles, como las cualidades que tiene otra persona.

Así, desde la antigüedad, la iglesia describía con bastante asertividad –o sea de manera clara, firme y segura- lo que nos ocurrió y nos ocurre hoy en día.

En un mundo capitalista, más que el consumo es el comportamiento humano respecto del capital lo que determina nuestro posicionamiento respecto del mundo que nos rodea en la medida que éste determina nuestra relación con el futuro y quienes nos sucedan.

En estos días, muchos solo pretenden tener lo suficiente para comer todos los días, otros tener dinero suficiente para disfrutar de esparcimiento o diversión el fin de semana, otros llegar a fin de mes y otros tener para disfrutar de vacaciones anuales.

A ellos el capitalismo los define como consumidores y procura agudizar sus deseos hasta el límite, por lo que los condena a nunca tener lo suficiente para cubrir emergencias y mucho menos contar con bienes o habilidades –techo, trabajo, herramientas, organización o saberes- que les permitan vivir con más estabilidad.

Un segundo grupo de personas, más conscientes de la necesidad de contar con un capital mínimo –educación, vivienda, unos pocos ahorros- se esfuerza en capitalizarse en lo humano y bienes de modo de mejorar generacionalmente la estabilidad familiar.

Ellos han asumido que ese mínimo es imprescindible para gozar de cierta tranquilidad y se esfuerzan por educar a sus hijos y a sí mismos, posiblemente autoconstruir su vivienda o ampliar la vivienda de sus padres y contar así con un hábitat propio sin hacinamiento.

El tercer grupo, posiblemente ha emprendido alguna actividad comercial o productora de bienes y servicios en una pequeña o mediana empresa y pretende además ir aumentado su tamaño a partir de capitalizar resultados que puedan permitirle una vejez digna y/o un futuro mejor para sus descendientes.

Un cuarto grupo que han alcanzado por sí, o a través de herencia, una fortuna considerable no solo pretende disponer de capital sino que con él –que es bastante más de lo que pueden consumir- quieren influir en el ámbito territorial en el que se desempeñan, sea local, zonal, provincial, nacional o internacional.

El problema de ambas visiones –religiosa y capitalista- es que los pecados capitales solo señalan lo que “está mal”, mientras que la relación con el capital es descriptiva y no aporta tampoco soluciones que sean socialmente sostenibles.

De ambas se pueden deducir las virtudes personales que descarten la soberbia y la ira que dominan las relaciones humanas, especialmente en la redes que las agudizan hasta hacer imposible un debate o siquiera un intercambio de opiniones basadas en argumentos con datos verificables, abusando de las falacias.

También es posible identificar que la codicia y la envidia solo son posibles de ser minimizadas o eliminadas, si nos basamos en el esfuerzo propio y la ayuda mutua que nos permite capitalizarnos sin someter a otros y desarrollarnos sin desear lo ajeno.

Así, colaborando y cooperando, aprovechando la sinergia de lo que cada uno posee –sean bienes, saberes u organización social- y los bienes comunes que los Estados proveen como una red de contención, cuando la verdadera libertad individual en cooperación no puede proporcionarlos.

¿Se imaginan un mundo sin soberbia, ira, codicia y envidia? ¿Y uno con humildad –que no es ausencia de ambiciones-, tranquilidad, esfuerzo propio y ayuda mutua? ¿Acaso no conocen lugares o grupos en los que eso se cumple o es posible?

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