La competición espacial: de Elon Musk a Rusia

Por Michael Byers y Aaron Boley

La competición espacial: de Elon Musk a Rusia

El asteroide 101955 Bennu no es más que un montón de escombros unidos por su propia gravedad, los restos de un acontecimiento catastrófico ocurrido hace 1.000 millones de años; pero 101955 Bennu también es portador, tanto de vida como de muerte, pues contiene pistas sobre los orígenes de la vida en la Tierra y, al mismo tiempo, guarda un enorme potencial destructor: sus 500 metros de ancho tienen una órbita muy próxima a la Tierra.

Una nave espacial robótica, llamada Osiris-Rex, partió en 2016 para establecer contacto con 101955 Bennu. Tras muchos ensayos, realizó un breve aterrizaje, que le permitió recoger una muestra de la superficie del asteroide. Los científicos pasarán décadas analizando los 120 gramos de material, que incluyen aminoácidos, los componentes básicos de la vida. Sin embargo, la misión Osiris-Rex va más allá de la ciencia: la Nasa admite que fue un preludio de posibles operaciones mineras, con gobiernos y empresas que esperan extraer agua de los asteroides, para fabricar combustible para cohetes, permitiendo así una mayor exploración espacial y, tal vez, una economía fuera de la Tierra. Pero algunos Estados se oponen a estos planes, argumentando que la minería espacial, si llegara a producirse, sería ilegal en ausencia de un régimen multilateral acordado. Señalan el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre (de 1967), que prohíbe la apropiación y declara que la exploración y el uso del espacio son de toda la Humanidad. También es para preocuparse por los riesgos, incluido el que un asteroide sea redirigido inadvertidamente hacia una trayectoria de impacto en la Tierra.

Un perrito, “Saba”, no se pudo unir a sus dueños, Sharon y Mark Hagle, en el primero de los cuatro vuelos planeados al espacio; los Hagle ya tienen tickets para el cohete Virgin Galactic. Viajar al espacio es una experiencia “extraordinaria”, dicen los Hagle -una pareja de Florida, EEUU-, ambos han superado los 70 años. Cada vez son más los ultrarricos que viajan al espacio como turistas en vuelos suborbitales cortos o vuelos orbitales mucho más largos, y cada vez son más los que van a la Estación Espacial Internacional. Los viajes alrededor de la Luna también podrían hacerse realidad pronto. Hollywood, insatisfecho con los efectos visuales de los CGI, los sigue de cerca: se espera que Tom Cruise vuele pronto a la Estación Espacial Internacional para rodar una película. Nadie se preocupa por las repercusiones medioambientales.

El satélite espía soviético Kosmos 1408 (de 1982) se quedó sin propulsante hace décadas y se convirtió en una pieza más de la chatarra espacial, hasta que encontró un nuevo propósito en la vida: fue elegido como objetivo por el poderoso ejército ruso para demostrar su capacidad de destruir un satélite. Un misil lanzado desde la Tierra impactó contra el satélite de 1.750 kg, a una velocidad relativa de (al menos) 20.000 kilómetros por hora, creando una enorme explosión y, al mismo tiempo, más de 1.000 trozos de basura espacial de alta velocidad, lo suficientemente grandes como para ser rastreados por un radar. Sin duda, también se crearon decenas de miles de trozos más pequeños, pero potencialmente letales, muchos de ellos en órbitas elípticas que cruzan las órbitas de satélites operativos, así como la Estación Espacial Internacional y la nueva Estación Espacial Tiangong, de China. Inmediatamente después de la explosión, los astronautas y cosmonautas se retiraron al refugio de sus cápsulas, endurecidas para la reentrada atmosférica, y cerraron las escotillas, mientras volaban los escombros. Pero algunos de los restos permanecerán en órbita durante muchos años, constituyendo una amenaza constante para todos los satélites, incluidos los de la propia Rusia.

SpaceX trasladó recientemente la mayor parte de sus operaciones de California a Texas (EEUU), atraída por los bajos impuestos y la mínima normativa texana. El traslado también puede haber encerrado una amenaza implícita para el gobierno: el ahora dominante actor espacial podría volver a subir sus apuestas, pero la próxima vez a otro país. Luxemburgo, un paraíso fiscal bien establecido, sería un lugar obvio para constituirse. Aunque es un país europeo diminuto, proporciona un hogar amistoso a dos de los mayores operadores mundiales de satélites de comunicaciones en órbita terrestre geosincrónica (GEO) y, en 2017, aprobó una legislación para facilitar la minería espacial comercial. SpaceX, por su parte, ya ha adquirido dos grandes plataformas de perforación petrolífera que podrían utilizarse para permitir lanzamientos mar adentro.

Tras haber lanzado más de 5.000 satélites desde 2019, SpaceX controla ahora grandes franjas de las órbitas más deseables de la Tierra. ¿Debe permitirse a una empresa, o, de hecho a cualquiera, utilizar las partes más valiosas de la órbita terrestre baja (LEO) hasta el punto que su uso excluya a otros agentes que podrían operar allí? ¿En qué momento SpaceX superará la capacidad de carga de la LEO y degradará la seguridad de los vuelos espaciales para todos?

Se avecinan, quizás, normas más estrictas; pero esas normativas serán el resultado de negociaciones, y las empresas, sabiéndolo, trabajan ahora para establecer las posiciones negociadoras más fuertes posibles. La aparición de Luxemburgo y otros Estados de “bandera de conveniencia” en el ámbito espacial ayudará sin duda a los que pretenden minimizar la regulación. SpaceX sólo existe gracias a los contratos de la Nasa, que se le concedieron cuando era una frágil “start-up”. Ahora ya es una empresa poderosa, lanzando miles de satélites cada año y planeando misiones tanto a la Luna como a Marte.

En algún momento los gobiernos podrían descubrir que están negociando con un leviatán que puede y quiere traspasar todas las fronteras.

Salir de la versión móvil