Algunos dicen que más importante que lo que pensamos, es como pensamos. El maniqueísmo, una religión del siglo III de nuestra era, es hoy entendido y reducido a una forma de interpretar las cosas como una lucha entre el bien y el mal. Más allá de eso, hoy los medios dominantes, las redes y las principales fuentes de poder lo promueven quizás para que el análisis objetivo o las preguntas incómodas no los cuestionen; así, los conflictos se vuelven irreconciliables.
La experiencia de la Selección Argentina de Fútbol dirigida por Lionel Scaloni, la “Scaloneta”, contradice esta visión y complementa el qué pensamos y cómo pensamos, desde su desempeño de los últimos años, que brilló y brillará mucho tiempo con el triunfo que, el domingo, le dio a la Argentina su tercera Copa del Mundo.
El seleccionador, su equipo técnico y los jugadores no aceptan los rankings hacia dentro o hacia fuera (más allá de la primacía de Messi, que tampoco se ha puesto por sobre los demás, por el contrario, se ha puesto a su servicio), en donde los liderazgos son situacionales y adaptados a cada circunstancia.
En ella nadie se siente mal por no ser titular, o tener que salir durante los partidos; por el contrario, los que salen, los que no entran, o los que quedaron excluidos de la lista definitiva, son los mejores hinchas de los que ingresan, juegan o estuvieron en el plantel.
Tampoco se ha visto en ella la típica soberbia con que se nos ha calificado (o descalificado) como pueblo, o como Nación, durante décadas, en otros países; y muy especialmente en el fútbol, al punto de que casi toda Latinoamérica y buena parte del mundo esperaban que ganara y fungían de hinchas de nuestra Selección.
En todo el proceso, la “Scaloneta”, su equipo técnico y los jugadores nunca subvaloraron a los rivales, ni tampoco se burlaron de ellos, al punto que se lo ha visto a Messi cortar un cántico que invocaba a Brasil, y su “andá pa´llá, bobo” a un jugador holandés que había cometido excesos en el lanzamiento de los penales argentinos fue su única “vulgaridad”, según el diario argentino La Nación (que omitía, entre otras, la hermosa imagen de Messi y Neymar Jr. en la escalera junto al vestuario luego de obtener la Copa América, y el afecto de muchos de sus rivales derrotados que se convirtieron en sus hinchas).
Es que la “Scaloneta” no sólo representó a la Argentina, o a América latina: el mismo Scaloni minimizó las afirmaciones de Mbappe respecto del fútbol latinoamericano, expresando que “fueron mal interpretadas”, quizás siendo consciente que la cantidad de competencias de nuestra Selección son mucho menos y más complejas, por contar con la mayoría de jugadores en Europa.
Tampoco ninguno de ellos hizo luego de los goles las típicas puestas en escena de festejo, lo que muestra su concentración en el juego y la alegría espontánea, así como tampoco se han visto excentricidades estéticas (salvo la banderita pintada en el cabello de Dibu Martínez, que se hizo con un amigo, por una apuesta).
La “Scaloneta” hizo gala, desde sus inicios, de evitar los rankings, las comparaciones personales o con equipos, la descalificación de sus rivales, y mucho menos entre ellos mismos, en donde todos iban por una mejora progresiva y constante que le permitiera obtener el título, con la suficiente generosidad para incluirnos a todos los argentinos y todos aquellos que en el mundo aman el fútbol y la intensidad, la calidad y la sostenibilidad de un juego técnicamente bien jugado, con la emoción a flor de piel.
Ni los comentarios periodísticos descalificantes –con Scaloni, su equipo, Agüero, Di María y el propio Messi- de sus inicios, o tras el primer partido con derrota, fueron suficientes como para enfrentarse a un periodismo caníbal, exitista y maniqueo, que ignoraron, cerrándose momentáneamente en su entorno, hasta que sus sucesivos triunfos demostraron su valía y los excesos cometidos desde los medios masivos o redes.
Todo muy lejos de la manipulación maniqueísta, pero, además, con un mensaje que descarta la competencia descalificante o fratricida y promueve la cooperación y el respeto –inclusive a sus circunstanciales rivales- en pos de objetivos superiores que incluyen a la población argentina, a los de otros países latinoamericanos y el mundo, que permite ver cuál es el camino si así se lo analiza.
El fútbol es sólo un juego o un espectáculo, pero en su versión de Selecciones es una experiencia global y afectiva que va mucho más allá de eso. La “Scaloneta” ha demostrado que un grupo cooperativo, sin jefes pero con líderes situacionales reconocidos por todos, tiene altas posibilidades de éxito, sobre todo si no pierde energía en discusiones estériles o de suma cero –ganar/perder- como las que se plantean desde muchos medios. Que su impacto es mucho más amplio si a la vez incluyen a todos, sobre todo a sus derrotados que no se planteen como rivales eternos sino circunstanciales, y donde el éxito no da más derecho que a festejar, sin minimizarlos.
Este éxito es la ocasión de confrontar con pares, un hito que podremos citar por mucho tiempo los que creemos en el trabajo colaborativo y en cooperación, dentro de un grupo y más allá de él, donde los intereses comunes son superiores y más sostenibles que los individuales, competitivos o cerrados en pequeños grupos. Por supuesto, eso exige confrontar con quienes desde el maniqueísmo manipulador o los intereses de grupos pequeños y cerrados nos cercenan la posibilidad de un mundo mejor.