El mecanismo no era novedoso y había comenzado en los 80 a escala geopolítica, pero con frecuentes Golpes de Estado propiciados desde los países centrales acreedores y en especial EEUU basados en el conflicto de la Guerra Fría entre occidente y la Unión Soviética.
Hasta allí, la intervención de las entidades financieras supranacionales occidentales, actuaban más sutilmente otorgando créditos que claramente no podrían ser devueltos por los países “beneficiarios”. Pero a partir de allí, la deuda externa acumulada por los países “del tercer mundo” (hoy denominados emergentes) con intereses que eran varias veces los que hoy existen, fue el modo de someterlos.
Por eso el gobierno de Menem fue el paradigma de esa política, lo que le permitió privatizar y extranjerizar las “joyas de la abuela” (empresas estatales) y que empresas y familias fueran endeudándose progresivamente en dólares, al punto tal que su reelección (1995) estuvo basada en lo que se denominó el “voto cuota”, que orientaba el voto a sostener la convertibilidad para no aumentarlas.
Eso a pesar de la destrucción permanente de empresas, aumento de la desocupación, etc. que producía esa política de sometimiento al orden financiero internacional en donde a partir de la eliminación del ahorro local de Estados, empresas y familias, las inversiones extranjeras eran la única forma de inversión posible.
Por supuesto que simultáneamente, el aumento compulsivo del consumo fue el complemento perfecto para que el control del ahorro y capital se concentrara en cada vez menos manos.
Así la población fue renunciando a ahorrar y comenzó a llamar inversiones a la compra de bienes de consumo durables o el tomarse vacaciones, renunciando a comprar una casa o capitalizar la empresa familiar.
Otras formas de ahorro e inversión como capacitarse, obtener una titulación universitaria se sostienen como aspiración de las clases medias –altas, medias o bajas-, pero se mantienen inalcanzables para la mayoría de las clases bajas, aún a pesar de su gratuidad.
Mientras tanto las más grandes empresas cooperativas (El Hogar Obrero – Supercoop, la Federación Argentina de Cooperativas Agrarias (FACCA), SanCor C.U.L. y Bancos Cooperativos- quebraron, comenzaron con problemas o debieron fusionarse o disolverse por falta de capital propio, dejando campo libre a sus competidores lucrativos y extranjeros.
Es claro que para los organismos internacionales de crédito –FMI, Banco Mundial, CFI, etc.- el objetivo no es cobrar las deudas, sino apenas sus intereses pero controlando las políticas económicas de los países, como lo reporta en casos concretos un libro poco conocido de John Perkins titulado “Confesiones de un gánster económico”.
En la escala familiar y personal, es evidente que las entidades bancarias y tarjetas de crédito no pretenden que pagues el total de la deuda sino el pago mínimo, refinanciando el resto con altos intereses que son su verdadero negocio.
Las Entidades de la Economía Social y Solidaria (EESS) que incluyen las Asociaciones civiles, Cooperativas y Mutuales que son naturalmente una forma de capitalización colectiva que pueden ahorrar e invertir, tienen el problema del aumento de la falta de compromiso de sus asociados unido a la falta de transparencia y que permanentemente son desacreditadas por los medios controlados por capitales privados concentrados que son sus competidores y a veces el propio Estado.
Por lo que solo se sostienen en su eficacia, que es lograr cumplir los objetivos que les asignan sus asociados, para lo cual es necesario ser eficiente y obtener excedentes que les permita capitalizarse progresivamente.
Para corroborar la afirmación del título, es clave analizar el comportamiento de los países que han logrado un crecimiento progresivo y estabilidad.
Como ejemplo vale mencionar Noruega que con lo producido con sus exportaciones petroleras han logrado formar un enorme fondo soberano mientras que se desarrolla en energías alternativas y sostenibles que constituyen casi el 90% de sus necesidades energéticas.
En China, cuya población ahorra entre el 20 y 30% de sus ingresos, además de contar con mecanismos intrafamiliares de capitalización y una enorme valoración de la educación, el Estado aporta también mucho ahorro e inversión apoyando grandes empresas privadas estratégicas lucrativas –Alibaba, Tencent, etc.- y cooperativas –BAIC (automóviles), Huawei, Lenovo, Cosco, Norinco, etc.)- administradas por sus dueños y bajo control estratégico del Partido Comunista Chino de acuerdo a sus planes quinquenales.
También Japón, Corea del Sur y Taiwán han crecido mientras ahorraron en términos netos sin contar casi con recursos naturales, aunque su desequilibrio demográfico y/o excesivos procesos de concentración empresarial, hace años que sus Estados se están endeudando con sus ciudadanos, lo que ha frenado su desarrollo y competitividad. No es difícil recordar cuando a su tiempo todas ellas hacían copias baratas, para llegar luego a hacer productos de primera calidad.
Es evidente entonces que ningún país puede desarrollarse si no existe ahorro e inversión, o sea aquello que aumenta la generación de riqueza a escala personal, familiar, social, de pequeñas y grandes empresas de propiedad pública, privada o colectiva, sin depender demasiado del crédito o la inversión externa que los condicionaría.
Para ello, todas las personas y familias, las organizaciones públicas, privadas lucrativas o colectivas tienen que sumar al ahorro e inversión que les permita tomar decisiones autónomas en un proceso progresivo de capitalización, independientemente de su forma de organización política, económica, empresaria y familiar.
No resulta extraño entonces que los gobiernos más liberales o libertarios, opten por aumentar la ayuda alimentaria indirecta –Macri con Carolina Stanley aumentó los planes y ayudas- o directa –el actual gobierno aumentó mucho la AUH- sin dejar espacio para formas de organización social que puedan capitalizar a las familias y organizaciones sociales, barriales y Empresas de la Economía Social y Solidaria (EESS).
Tampoco que desde los Estados y organismos internacionales de ayuda al desarrollo, hayan procurado controlarlas vía ayudas directas a las entidades de defensa de los consumidores, derechos humanos, ambientales, de minorías, etc. que así pierden su independencia y credibilidad en su afán de ayudar por lo que se descapitalizan en lo simbólico.
Ahorrar e invertir, capitalizándose en lo económico, tecnológico, educativo y simbólico es el único cambio cultural virtuoso, compatible con la seguridad, autonomía y desarrollo evitando ser controlado por los acreedores.