El próximo domingo, Alemania celebrará unas elecciones generales que podrían marcar un punto de inflexión histórico en la política del país y en su posición dentro de Europa. Las circunstancias no podrían ser más complicadas para la nación germana: una crisis económica sin precedentes, una creciente influencia de la extrema derecha, y una geopolítica europea en su peor momento en más de medio siglo.
En los últimos años, Alemania ha tomado decisiones que han puesto a prueba su estabilidad económica. El cierre de sus plantas nucleares y de gas natural, parte de un ambicioso plan ecológico, ha incrementado su dependencia del petróleo y el carbón. Esta transición energética ha tenido consecuencias dramáticas, como un aumento vertiginoso de los costos energéticos, que ahora son cuatro veces más altos que en Estados Unidos. Esto ha provocado una desindustrialización progresiva, sobre todo en sectores clave como la industria automotriz, pilar de la economía alemana.
En el plano militar, Alemania se enfrenta a una fuerza reducida, con solo 125 aviones de combate y 180,000 soldados activos, un número claramente insuficiente ante las crecientes tensiones en Europa. Además, la tasa de fertilidad del país, cercana al 1.4, es alarmantemente baja, lo que provoca una disminución natural de su población, mientras que la inmigración ilegal ha incrementado la proporción de población extranjera al 20%. Estos factores demográficos, junto con la creciente inseguridad económica, socavan la cohesión social.
Tradicionalmente, Alemania ha sido vista como la potencia económica y cultural de Europa, pero actualmente está perdiendo esa influencia. La caída del valor del euro, que se acerca peligrosamente al valor del dólar, es un reflejo claro de la crisis económica que atraviesa el país. Lo más irónico es que esta situación parece coincidir con la visión de Henry Morgenthau, quien en 1944 propuso un plan para desindustrializar y desarmar a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque ese plan fue cancelado, las políticas autodestructivas implementadas en los últimos años parecen haber derivado en un resultado similar.
El colapso social y económico ha creado un caldo de cultivo ideal para el resurgimiento de la extrema derecha, que está obteniendo su mejor desempeño electoral desde 1933. El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ha logrado posicionarse como la segunda fuerza política en las encuestas, con una plataforma que aprovecha la creciente preocupación de la población por la inmigración y la inseguridad. El panorama político de Alemania, que durante décadas fue considerado un modelo de estabilidad, ahora parece estar en una encrucijada peligrosa.
En el lado conservador, la Unión Cristianodemócrata (CDU), bajo el liderazgo de Friedrich Merz, ha intentado recuperar su identidad tradicional después de la era de Angela Merkel. A pesar de las encuestas favorables, el desafío para los conservadores será formar una coalición de gobierno, probablemente reedificando la gran coalición que gobernó el país durante muchos años.
Por otro lado, el Partido Socialdemócrata (SPD), liderado por el actual canciller Olaf Scholz, ha experimentado una caída en popularidad y se enfrenta a la posibilidad de obtener su peor resultado electoral desde 1949. Los Verdes, un partido clave en las coaliciones de los últimos años, también se presentan con la esperanza de influir en el próximo gobierno, aunque su posición no es tan fuerte como en elecciones anteriores.
La Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), un partido populista de izquierda recién formado, ha generado cierto entusiasmo, pero su falta de experiencia y la incertidumbre sobre su capacidad para entrar al Parlamento generan dudas. Finalmente, el Partido Liberal (FDP) enfrenta una amenaza existencial, con encuestas que lo colocan por debajo del umbral del 5%, lo que podría dejarlo fuera de la representación parlamentaria.
Aunque las encuestas indican que los conservadores de Friedrich Merz probablemente ganarán las elecciones, se espera que no logren la mayoría absoluta. Esto dejaría al país en una situación política inestable, con la necesidad de formar alianzas, especialmente con la ultraderecha, un escenario que muchos rechazan debido al “cordón sanitario” impuesto por las fuerzas políticas tradicionales.
El debate migratorio, que ha tomado relevancia tras los recientes ataques de solicitantes de asilo, ha sido un punto de fricción clave en las campañas electorales. Los conservadores, en particular, han endurecido sus propuestas sobre inmigración, buscando el apoyo de la extrema derecha, que ha hecho de este tema su principal bandera.
Las crisis que enfrenta Alemania no son resultado de presiones externas, sino de decisiones autoinfligidas que podrían llevar a una decadencia irreversible si no se revierten las políticas actuales. En este contexto, el próximo líder del país tendrá una responsabilidad monumental. Las elecciones del 23 de febrero son mucho más que una simple votación: están en juego la estabilidad de Alemania, su rol en Europa, y su futuro como potencia mundial.
El destino de Alemania en las próximas décadas depende de las decisiones que se tomen en este crucial momento histórico. ¿Podrá el país superar sus propios errores y reconstruir su influencia en Europa, o está condenado a una irreversibilidad política y económica? Solo el tiempo lo dirá, pero el panorama es, sin duda, más incierto que nunca.