Eric Arthur Blair, más conocido por su seudónimo George Orwell, en su novela de 1949, “1984”, imaginó una sociedad controlada por “el Gran Hermano” del partido INGSOC inglés, que para 1984 controlaría a cada uno de sus ciudadanos miembros de Oceanía –Reino Unido, Irlanda, toda América, Australia, Nueva Zelanda y el sur de África-, que estaría en permanente conflicto con Eurasia –neo bolcheviques- y Asia Oriental (China, Japón, y Corea).
En “Oceanía”, el Ministerio del Amor administra castigos y tortura para controlar a los miembros del partido; el Ministerio de la Paz administra la guerra permanente que justifica el control, el Ministerio de la Abundancia administra las tarjetas de racionamiento de alimentos, y el Ministerio de la Verdad administra la modificación y destrucción de documentos que contradigan la historia oficial: toda una distopía que se enfrenta al nazismo/fascismo y el comunismo estalinista que se habían vivido en Europa y el autor combatía.
En ella, la neo lengua oficial imponía nuevos significados a palabras existentes –como se observa en el nombre de los ministerios, y en sus contradictorias facultades- y nuevos vocablos que se imponían con significados ambiguos o contradictorios, como una forma de limitar a los librepensadores que podrían cuestionar lo que afirmaba el partido, a los que solían “vaporizar”, o sea: ejecutar y hacer desaparecer de la historia, invisibilizándolos.
Así, los miembros del “partido interior” controlaban a los miembros del “partido exterior” en sus pensamientos y, a través de ellos, a toda la población, por una versión simplificada del inglés, que ya era una lengua muy simplificada en el mundo actual y el de entonces.
Ello supone que una lengua simplificada es causa de un modo de pensar acrítico, y congruente con el razonamiento oficial impuesto por los medios masivos.
Por ello no parece extraño que las redes sociales limiten la cantidad de palabras, que posibilitarían debates más profundos; deriven en insultos y descalificaciones; y se basen mucho en imágenes, excluyendo el pensamiento abstracto como el necesario para debatir sobre la libertad, la felicidad, el éxito y otros temas políticos y filosóficos.
También el “vive hoy”, fruto del agobio y la ansiedad de las mayorías ante las sucesivas crisis, constituye un escape hacia adelante, que omite pensar en el futuro, delegando en los grupos de poder concentrado (como el partido interior de “1984”) la conducción de los procesos globales sin cuestionamientos de las mayorías, a las que se induce a pensamientos simples, intrascendentes e individuales en base a creencias acríticas y masivamente aceptadas.
En las nuevas tendencias musicales de los más jóvenes, como el Trap –una versión electrónica del reggaetón y el hip hop, con una estética oscura y triste, nacida en Atlanta, Estados Unidos- muy asociada al consumo de drogas de síntesis e interpretadas por estrellas de las redes con millones de seguidores, es común que sus temas se refieran a sexo explícito, drogas, violencia, infidelidad, etc. En nuestro país, en cambio, las competencias de “guerra de gallos” a partir de ese espíritu lúdico y competitivo que nos caracteriza, se desarrollaron comunidades de cultores del Freestyle y el Trap que, inclusive, conviven y colaboran constantemente.
También algunos líderes –como Trueno, Wos, Nicky Nicole- comienzan a vincularse con músicos formados –como Lito Vitale- y a desarrollar su propia formación musical, que enriquecen sus sonidos, lejos de aquellos temas con los que se los estigmatiza en una tendencia con millones de seguidores jóvenes.
Es evidente que, desde aquella música oscura y triste sobre temas cuestionables, promovida desde las redes controladas por centros de poder, a esta variante con más alegría, complejidad musical, mucho ritmo y letras más profundas, hay un salto muy grande, que apunta a una identidad colectiva que impediría el control del pensamiento.
Es que las palabras son causas performativas –o sea que no sólo dicen, sino que hacen cosas- de lo que se piensa y cómo se piensa. Pero, a su vez, son consecuencia de ello, y en la medida que se asuman valores colectivos, alegría y un mínimo de espíritu crítico, es posible que especialmente en los más jóvenes no sean inexorables las predicciones distópicas de George Orwell sobre el control social por las neo lenguas.